Entrañas podridas vuelven a retorcerse al recordarles la matanza en Gernika. A unos les parecen pocos los muertos que hubo; a otros, que fueron bien bombardeados. Los que defienden a aquellos fascistas son los de siempre, indecencia intelectual dispuesta a la mentira para defender a sus hijos de puta -como decían en Washington del dictador Trujillo-. La villa vizcaina, símbolo internacional de la paz y del dolor, vuelve a llorar por la atrocidad rusa en Ucrania. Hay en España quien no quiere manchar la memoria de sus fascistas -de ayer y de hoy- comparándolos con sus equivalentes rusos. No son nostálgicos, son su nueva ralea.