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Luces y penumbras

La propuesta de Patxi López, apelando a la unidad ante los pasos que está dando la izquierda radical, presenta tres lecturas que, en cualquier caso, no aportan nada que no se haya dicho antes ni suponen el más leve movimiento. O sea, un faro sin piernas

LA fortuna de compartir espacios de debate consiste en disponer de la ocasión de contrastar argumentos, poner a prueba los análisis propios y dejarse abrir los ojos por los ajenos. Ha querido esa diosa caprichosa darme la ocasión de verme rodeado de algunos de los colegas de profesión que más interesantes resultan a la hora de generar debate y hasta desencuentros, siempre intelectuales. En una de las tertulias más recientes he disfrutado de un vivo intercambio de opiniones con uno de estos colegas y del cruce de pensamientos contrapuestos ha surgido una descripción del papel del actual Gobierno vasco y de su lehendakari que, admito, no había contemplado. Ha llegado por decantación de una amplia sucesión de argumentos hasta una conclusión que tomo prestada de mi interlocutor: el lehendakari es hoy un faro sin piernas.

No pretende ser un chiste ni creo que quien así le definía considere que esa naturaleza inmóvil deba reprochársele puesto que la consideraba virtud al aplicarla a lo que disentíamos ambos de la que debería ser su función respecto al necesario proceso de liquidación de ETA y al deseable de democratización de Batasuna. Lo que sí resulta es indicativo de las percepciones que nos separan. Personalmente, la imagen de una construcción inerte que pretende ser referencia desde la inmovilidad me parece muy alejada de la virtud. Menos aún como característica esencial de una acción de Gobierno. Pero, dispuesto a aceptar esa premisa, me parece que lo menos que se puede pedir a un faro es que arroje algo de luz en su entorno.

Por situar la conversación, su origen fue la propuesta lanzada el pasado fin de semana por Patxi López, supongo que en calidad de secretario general del PSE puesto que fue en un acto electoral con sus cargos internos y no en uno institucional como lehendakari. Con motivo de la presentación oficial de sus candidatos a diputado foral en las elecciones de mayo próximo, el líder socialista venía a reconocer que la izquierda abertzale ilegalizada está dando pasos a tener en cuenta y que ante estos hacía falta unidad del resto de fuerzas políticas. La falta de concreción sobre el sentido en el que orientar esa unidad abre un abanico de opciones que convendría clarificar.

Hay una primera opción para la cual esa unidad se estaría reclamando en el sentido de compartir un diagnóstico y una reflexión común a la hora de sentar las bases de la normalización política del país de modo que el día en que, por fin, ETA deje de lastrarlo nadie se quede mirando a los lados sin saber qué hacer. Si este es el sentido de su propuesta, bastaba haberlo explicitado aun a costa de dejar en evidencia que se sube ahora a un carro que ya propuso poner en marcha el PNV meses atrás, cuando propuso una ronda de partidos que sentara esas bases. Desde luego, esa lectura posibilista habría requerido mayor seriedad y valor institucional que el que aporta el haber sido realizada en un acto electoral.

Como segunda interpretación cabría entender que Patxi López se suma al discurso del presidente de su partido, Jesús Eguiguren, y está trasladando la necesidad de que el proceso interno en Batasuna y ETA requiere de una gestión en positivo que lo mime en cierto modo y empiece a hacer la consiguiente pedagogía social entre las huestes propias en cada una de las fuerzas políticas del país.

Una pedagogía complicada la de devolver el barniz democrático a la izquierda radical cuando aún suenan ecos de la sistemática criminalización del conjunto del nacionalismo vasco que durante años han alimentado referentes sociopolíticos comunes de PP y PSE en foros, plataformas y asociaciones de gran proyección mediática. La cabriola que supondría asumir ahora semejante papel es improbable. Antes llegará y volverá ese caballo de Damasco que perder pie siquiera por un momento su jinete.

Y llegamos a la opción C, la de que la unidad reclamada sea, como recordaba alguna fuerza política horas después de que el lehendakari lanzara el guante, en torno al pacto PP-PSE. Para ese viaje sí que no hacían falta alforjas, caballo ni siquiera hacer semejante brindis al sol.

López sabe que observar y hasta monitorizar el proceso de la izquierda abertzale ilegalizada es una cosa y compartir búnker con los populares, otra muy distinta. De modo que lo primero que deberíamos pedir es que se acaben las grandes declaraciones llenas de helio y la gestión política adquiera peso de una vez. Que del Gobierno se conozcan sus líneas claras de acción y que alumbre hacia alguna parte arrojando luz sobre espacios que hoy son de penumbra. No que en un tema de este calado, se sienta en la obligación de decir algo sin tener muy claro el qué. Y, sobre todo, que si no tiene nada nuevo que aportar no ejerza, con piernas o sin ellas, de faro de la nada. Porque el riesgo del fondo -inerte- y la forma -electoral- del mensaje del pasado sábado es que alguien piense que la precampaña es un buen espacio para reflexionar sobre pacificación y vuelva la barra libre de las ocurrencias.

Esta esgrima de salón distrae de lo fundamental y de quién tiene los deberes por hacer. Los aludidos lo saben y saben que hacer política requiere de pasos muy concretos que nadie puede dar por ellos. Eugenio Etxebeste venía a vestir el muñeco días atrás asegurando que el final de la violencia es necesario. No reconoce el fracaso de la misma ni lo reconocerá porque hacerlo supondría admitir su corresponsabilidad en el torpedeamiento constante durante tres décadas de todo el proceso de autogobierno y de cualquier expectativa de construcción nacional por parte de quienes solo lo respaldan si lo pueden pilotar. Pero admite que se acabó. Que es hora de cerrar la ferretería por puro pragmatismo.

No es suficiente, pero es un paso imprescindible. En ese camino sí que hace falta luz. Para que lo sigan recorriendo quienes deben hacerlo. Sin atajos, pero sin que se pierda nadie antes de llegar al final por la tentación de ahorrarse el coste político y personal de mantener encendido ese foco.