La Segunda Guerra Mundial puso en auge en el Reino Unido extraños empleos carentes de legalidad que pasaban por ofrecer información a las familias de los enviados a la guerra y caídos en el frente. El mundo paranormal era una oportunidad para que falsos médiums hicieran negocio en plena contienda con la consiguiente desesperación de las familias de los soldados. 

Fue el caso de la escocesa Helen Duncan, casada con Henry Duncan y madre de seis hijos cuyos escasos ingresos después de trabajar en distintas factorías de limpieza le hicieran reciclarse como especialista en el más allá con las únicas credenciales de sus padres: de niña, Helen había anticipado la muerte de algunos familiares. Pero a Helen no le fue mal en el sector de la clarividencia. Consiguió convertirse en la espiritista más popular de los años 30 y 40 gracias a sus sesiones donde trasladaba a las familias británicas mensajes de sus difuntos antes y durante la guerra.

INFORMACIÓN SENSIBLE

Sus poderes de adivinación eran perfectamente aliñados con una puesta en escena grotesca en la que Helen aparecía tras una cortina vomitando por la boca y la nariz 'ectoplasmas' que no eran otra cosa que trozos de gasa mezclados con clara de huevo. Lo aderezaba con recortes de revistas o marionetas como figuras espectrales, sus contactos del más allá, que ella misma bautizó como Peggy y el tío Albert junto a muchas dosis de trance y una intensa performance. Un show grotesco pero efectivo que le hizo amasar una pequeña fortuna y atraer a una clientela nutrida y fiel en las noches de guerra. Antes de la contienda ya fue multada por estafa con 10 libras por delito de fraude. Fue el momento para la familia Duncan de hacer las maletas y trasladarse de Edimburgo a Portsmouth a principios de los años 40. Allí, el matrimonio Duncan seguiría con las actividades paranormales que habían aumentado sus ingresos hasta la revelación de Helen sobre un marinero desaparecido: le comunicaba haber caído en el hundimiento del acorazado británico HMS Barham en el transcurso de la lucha contra los nazis.

Actuación de Helen durante sus sesiones, con gasas simulando ectoplasmas y marionetas, sus contactos del 'más allá'. Cedida

Un desastre mantenido en secreto por la Royal Navy y que no fue dado a conocer hasta tres meses después de la manifestación del marinero a Helen, con la madre del muchacho, cliente de los Duncan, en la sesión. Un secreto militar, con más de 800 tripulantes muertos en las costas de Malta, que había caído en manos de una espiritista y que encendió las alarmas de los servicios secretos. Comenzaba su investigación por el MI5.

Con la noticia del hundimiento ya en los periódicos, el Gobierno británico decidió cortar por lo sano a poco tiempo del Día D y apartarla de sus actividades para que sus sesiones de espiritismo no fueran un coladero de información para el gran golpe de efecto que allanaría la victoria de los aliados: el desembarco de Normardía. Descartada como espía de Hitler, la inteligencia británica vio el gran riesgo de Helen en sus clientes: algunos militares que acudían a la médium y que podían hablar más de la cuenta en algunas de sus sesiones y dar al traste con la operación final.

ENCERRADA POR ‘BRUJA’

Acusarla de estafa, delito relacionado con la vagancia, como le había sucedido antes, no habría supuesto sacarla de escena, así que el Gobierno extrajo de la chistera una ley de dos siglos atrás como percha legal para encarcelarla. La ley de Brujería de 1735 nunca había sido derogada e incluía artículos relacionados con sesiones para invocar espíritus. Helen Duncan esperó el juicio en la cárcel, fue procesada, declarada culpable por un juzgado de Londres y pasó nueve meses en la prisión de Holloway por bruja. Cuando salió, tras el éxito del día D, el fin de la guerra siendo un hecho y sus actividades resultando inofensivas para los cuerpos de inteligencia, siguió trabajando y volviendo a ser arrestada por estafa tras irrumpir la policía en una de sus artificiosas sesiones.

 Murió en 1956 en Edimburgo tras ser la médium más famosa de los tabloides cuya condena suscitó un fuerte debate social sobre la injusticia de que una simple impostora fuera a prisión por una ley caduca. Helen nunca fue exculpada. Tiene una página web creada por su propia familia y admiradores donde se reivindica lo que todos sabían: que Helen no era una bruja sino la víctima de un anacronismo, una buscavidas con presuntos poderes sobrenaturales y ridículos efectos especiales, propios de la época y de la supervivencia. 

Churchill y la 'bruja'

Durante el proceso por brujería a Helen Duncan, considerada una cuestión de Estado y causa de desgaste para el Gobierno, el propio primer ministro Winston Churchill mostró su malestar sumándose a las críticas por utilizar una ley del siglo XVIII para encarcelar a una espiritista. En una carta pública dirigida a su ministro de Interior Herbert Morrison en abril de 1944, Churchill exigió un informe sobre los porqués de la aplicación de aquella norma en un tribunal de justicia moderno. Además, solicitó conocer el costo para el Estado de un juicio con testigos trasladados desde Portshmouth hasta un Londres abarrotado por la guerra. Una “payasada obsoleta” (obsolete tomfoolery), según la calificó el premier en su misiva donde también censuró el retraso de otros trabajos de la Corte en aquel tiempo convulso. La Ley de Brujería de 1735 fue abolida en 1951 por iniciativa del propio primer ministro como escasa forma de compensación a la última condenada por brujería en el siglo XX.