Suben las temperaturas y bajamos las persianas. España es uno de los países más soleados de Europa gracias a nuestras 2.500 horas de sol al año. Sin embargo, aunque nos aporte potenciales beneficios en forma de energías renovables, parece que los españoles le tenemos miedo a la luz solar y preferimos resguardarnos en verano en la fresca oscuridad de nuestros hogares. Por eso, cuando viajamos a otros países europeos nos lamentamos: ¿por qué no tienen persianas?

La escasez de días soleados en muchas zonas de Europa explica el rechazo de los países del norte a las persianas y cortinas: ¿por qué evitar que algo tan escaso y deseado como la luz solar entre en sus hogares?

Sin embargo, querer aprovechar al máximo la luz solar y liberar la casa de persianas evita que las construcciones cuenten con un aislante térmico adicional, lo que provoca que la temperatura interior se acerque más a la exterior.

Así, las casa están menos resguardadas del frío y protegidas del calor, un problema que se ha agravado con el cambio climático y con la subida de temperaturas y olas de calor que trae consigo. La desprotección frente a climas cada vez más extremos ayuda a explicar el aumento de las exportaciones de persianas: según datos de ICEX España Exportaciones e Inversiones, entre 2008 y 2017 el valor de las exportaciones se ha incrementado de los 24 millones de euros hasta los 36.

Pero, ¿este es el único motivo que explica que Europa haya tardado tanto tiempo en darse cuenta de los beneficios de las persianas?

Origen de las persianas

Aunque el modelo que conocemos actualmente fue patentado por el físico inglés Edward Bevan en 1769, esta idea se remonta siglos atrás. En el antiguo Egipto ya buscaban evitar la entrada del calor en sus hogares colocando cañas anudadas en los marcos de las ventanas. Además, en China empleaban técnicas similares, aunque en este caso las cañas eran de bambú.

Sin embargo, fueron los persas quienes, en el siglo XVIII, introdujeron este invento en Europa a través de Venecia, lo que ha permitido bautizar a un tipo concreto de persiana como "veneciana". Así, los italianos sustituyeron las cañas por telas para mejorar el aislamiento del frío europeo.

Un salón con persianas venecianas. Pixabay

La influencia de la religión

El peso de la religión explica, en gran medida, que el uso de este invento no sea tan frecuente en el norte del Viejo Continente: en España, un país tradicionalmente católico, predomina la idea de proteger la intimidad del hogar de las miradas ajenas.

Además, esa ética católica, aunque ahora menos influyente, "implica una mayor preocupación por el qué dirán, por demostrar una conducta irreprochable acorde a lo que se espera socialmente de ti", afirma el sociólogo Carlos Barajas en El País. Estos hechos generan la necesidad de ocultar al mundo qué ocurre en el interior de nuestros hogares, de buscar una intimidad detrás de las persianas.

Sin embargo, no hay que olvidar que el catolicismo no ha sido la única religión que ha influido en nuestra cultura: los españoles seguimos contando con la herencia musulmana que ensalza la importancia de los interiores, de "vivir para dentro de la casa", como afirma la holandesa Caroline Jurgens en el mismo reportaje de El País.

De esta forma, muchas costumbres españolas chocan con las de países protestantes del norte de Europa, donde la ausencia de persianas pretende "demostrar la honestidad de sus huéspedes", y "que no tienen nada que ocultar", en palabras de Jurgens.

Así, aunque la falta de luz solar y la religión protestante hayan influido durante siglos en la ausencia de persianas en Europa, otros factores como el cambio climático se están imponiendo para difundir el uso de este mecanismo.