Corría el año 1952. Tras una singladura de tres semanas, el buque de pasaje que hacía la ruta Buenos Aires – Bilbao avistaba tierra a pocas millas. Los pasajeros salieron a cubierta, impacientes, observando cómo la costa se agrandaba ante su vista a medida que la nave se acercaba al Abra. Para uno de los viajeros habían pasado ya quince años desde que sus ojos contemplaron por última vez la tierra vasca, en medio de la retirada ante el avance del ejército del general Franco. Entonces lo había perdido todo y ahora regresaba con su familia, pero estaba enfermo y tal vez presentía que aquella tierra recogería pronto su cuerpo y sus recuerdos.

A menudo en la vida, el futuro de personas brillantes queda frustrado por una tragedia que no está en sus manos evitar, y ese fue el caso de Vicente Aguirre. Con ocasión de la investigación que culminó con la publicación de mi libro El Cinturón de Hierro. Ayer y Hoy. Historia completa de las defensas de Bilbao (Galland Books 2024) he tenido ocasión de reencontrarme con esta insigne figura que merece ser rescatada de las sombras y colocada en la galería de las luces.

Un joven prometedor

Vicente Aguirre Guisasola había nacido en Eibar el 5 de diciembre de 1904, descendiente de una ilustre familia de médicos de la localidad armera. Su abuelo, de igual nombre y apellidos, ejerció la medicina durante más de 50 años a lo largo del siglo XIX, aplicando medidas de carácter higienista y combatiendo la viruela mediante campañas de vacunación; euskerólogo entusiasta, canalizó su ideología liberal a través del republicanismo federal, en una Euskal Herria aún conservadora y prenacionalista. Su padre, Ciriaco Aguirre Alberdi, heredó la pasión y el talento por la medicina, superando incluso a su progenitor, y su dedicación incansable culminó con la creación del Sanatorio Antituberculoso de Eibar; presidente de la juventud republicana de la localidad, fue además un gran amante de la música; Ciriaco contrajo matrimonio con la joven acaudalada Eusebia Gisasola y la unión fructificó con dos hijas y dos hijos, entre ellos Vicente.

El ingeniero de caminos de la Diputación Foral de Bizkaia, Vicente Aguirre Mónica Aguirre

La casa familiar de los Aguirre se encontraba en la céntrica Plaza Nueva de Eibar, junto a la iglesia de San Andrés. Se trataba de un coqueto edificio de tres plantas que, además de albergar las estancias y enseres para la comodidad de una familia pudiente, atesoraba una magnífica biblioteca y estupendas obras de arte y decoración. Allí, Vicente recibiría una esmerada educación burguesa, heredando de su padre el amor por la música, llegando a tocar el piano de manera sobresaliente. No heredó, sin embargo, la vocación por la medicina, ya que sus inquietudes se encaminaron hacia el conocimiento técnico. Así, terminados sus estudios de bachiller, marchó a Madrid para cursar la carrera de Ingeniero de Caminos. En Madrid tomó parte en las tertulias culturales de los cafés, siendo un hombre muy polifacético, llegando a tener íntima amistad con el académico y escritor navarro vasquista Arturo Campión.

Concluida su carrera y con su título de Ingeniero de Caminos y Puertos, Vicente Aguirre regresó a Eibar. Eran los tiempos del fin de la dictadura de Primo de Rivera, la salida de Alfonso XIII y la llegada de la República. De ideas republicanas, tomó parte en actos políticos, entre ellos, en un mitin en Elgeta donde fue orador “muy ovacionado por su elocuente discurso”. Paralelamente, pasó a trabajar como ingeniero de caminos en la Diputación Foral de Bizkaia, llevando a cabo, entre otros, el proyecto y diseño del futuro Puente de Deusto.

El 16 de enero de 1936 se casó en Eibar con Herminia Errasti, eibarresa como él, de 19 años, e hija del industrial y expelotari Joaquín Errasti. Vicente no era un hombre religioso, pero Herminia, simpatizante del PNV, era una joven muy católica. Así, el enlace, que encontró eco en la prensa con el titular de Boda distinguida, se celebró en el santuario de Arrate y, tras su luna de miel por Europa, la nueva familia se estableció en Bilbao. Todo parecía ir viento en popa para nuestros protagonistas: una vida feliz sin ninguna carencia y un futuro prometedor, ajenos a la tragedia que se avecinaba.

Guerra sin cuartel

El 18 de julio de 1936, parte del Ejército español secundado por fuerzas de la derecha política dieron un golpe de estado contra el Gobierno de la República, sublevación que derivó en Guerra Civil. Al frente de la insurrección se consolidó el general Franco y, frente a él, se hizo necesaria la fortificación de Bizkaia, liderada por el departamento de Defensa del Gobierno de Euzkadi presidido por el lehendakari José Antonio Agirre. Las obras del Cinturón Defensivo de Bilbao comenzarían el 9 de octubre de 1936, bajo la responsabilidad del comandante de Ingenieros Alberto Montaud y la dirección técnica de los capitanes desleales Alejandro Goicoechea –que se pasaría al enemigo con información trascendental– y Pablo Murga –pronto descubierto como espía al servicio de los rebeldes–, seguidos de un elenco de ingenieros civiles y varios miles de trabajadores. Vicente Aguirre, dada su profesión y empleo, pasó a formar parte de la plantilla de personal técnico requerido para las obras del que posteriormente sería conocido como Cinturón de Hierro.

Exiliados eibarreses –entre ellos Vicente– en el Centro Vasco de Buenos Aires, en 1949, junto al célebre jurista Bonifacio Echegaray Mónica Aguirre

En febrero de 1937 nació su primer hijo, Ciriaco. Tras la huida del capitán Goicoechea, el 27 de ese mismo mes, Vicente pasó a desempeñar el puesto de Ingeniero Jefe de las obras del Cinturón. Aguirre tuvo la mala fortuna de heredar la obra boicoteada por Goicoechea, retrasada en su ejecución, construida de manera deficiente en numerosos puntos y con zonas dejadas a propósito sin fortificar para una más fácil conquista por el enemigo. Sin embargo, su superior Montaud achacaría los males de la obra al desconocimiento del oficio por parte de los directivos civiles y a la falta de rendimiento de los obreros: “Hay un hecho inevitable: la falta absoluta de ingenieros militares”, justificando que “ha habido que echar mano de profesionales con profesión más o menos similar a la de los que faltaban irremediablemente”. A este respecto, cabe elogiar el que Aguirre, en su nuevo cargo, se esforzara lo imaginable por poder concluir y mejorar los trabajos de fortificación dejados bajo su responsabilidad –trincheras, nidos de ametralladora, fortines, refugios y alambradas–, lo cual fue meritorio si tenemos en cuenta su origen de ingeniero civil, ajeno al mundo y al concepto de las fortificaciones.

Un mes después, el 31 de marzo de 1937, el ejército del general Franco lanzó una potente ofensiva con el fin de apoderarse de Bizkaia y de todo el Norte Republicano, tras sus reiterados fracasos en sus intentos de tomar Madrid. La intención de los insurgentes era acabar con la resistencia vasca en tres semanas, pero finalmente la campaña les llevaría casi tres meses. El episodio se caracterizaría por la fuerte defensa de los montes por parte gubernamental y por los devastadores bombardeos aéreos por parte de los atacantes, cuya expresión más brutal contra la población civil tendría su reflejo en Gernika el 26 de abril de 1937.

Un día antes, el domingo 25, cumpleaños de Herminia, la familia Aguirre Errasti se dirigió a Eibar para la celebración. Al acercarse y, tras observar desde su automóvil la presencia de numerosos aviones enemigos sobre la zona, Vicente y su esposa, con su hijo Ciriaco, se vieron obligados a regresar a Bilbao. Después tuvieron noticia de que la casa familiar de Eibar había quedado totalmente destruida ese día, por el incendio que sufrió al ser bombardeada la villa, previo a su caída en manos del ejército franquista. Allí se perdió la espléndida biblioteca y mucha documentación científica y personal.

Durante el mes de mayo, a medida que el enemigo se acercaba a Bilbao, el Lehendakari solicitó a Montaud novedades sobre el Cinturón Defensivo. Este le reportó diversas carencias subsanables y la estimación de que solo faltaba por concluir el 10% de la obra, lo que indicaba que, de la mano del nuevo Ingeniero Jefe, se había progresado notablemente en los últimos meses. Por ello, cabe preguntarse si no fue Montaud demasiado severo cuando, un mes después, al descubrirse una zona accidentada sin fortificar entre los montes Urrusti y Kantoibaso, frente a Fika, culpó a Vicente por su desconocimiento, calificándolo de “imperdonable”, más cuando no se conoce crítica igual del militar hacia su antiguo subordinado Goicoechea, verdadero artífice del sabotaje. Sea como fuese, era necesario actuar con urgencia y, para ello, se decidió fortificar la zona a marchas forzadas, aunque ya era tarde.

Exilio y regreso

Tras la rotura del Cinturón de Hierro y, cuando la caída de Bilbao ya estaba próxima, Vicente Aguirre salió el 17 de junio hacia Santander, en servicio oficial para la Presidencia del Gobierno de Euzkadi. Después, el 10 de julio salió de la capital cántabra, en avión a Francia, donde continuaría al servicio del Gobierno vasco. Su esposa se quedó en Bilbao con su hijo recién nacido, apoyándose en su hermana María Pilar.

Vicente –con el sombrero en la mano– y su hermana Dolores durante la inauguración del monumento a su padre en Eibar, en 1935. Mónica Aguirre

Pasado un tiempo y desde Francia, Vicente Aguirre marchó a Argentina, donde se estableció. Desde allí buscó el modo de reunir a su familia. Así, su esposa y su hijo tomaron el barco Principessa Giovanna en Barcelona, el cual arribó a Buenos Aires el 17 de abril de 1940. En el país sudamericano tuvieron sus tres siguientes hijos: Gartxot, José Miguel e Imanol. Durante esos años, la familia frecuentó la Casa Vasca Laurak bat de Buenos Aires. En Argentina su titulación de ingeniero no fue reconocida o no pudo ser acreditada y Vicente trabajó proyectando obras que finalmente firmaba otro ingeniero.

La frustración le llevó a enfermar y, viéndose mal, decidió regresar. Aunque Vicente tenía conocimiento de que había sido condenado por los tribunales franquistas, en rebeldía, a la pena de muerte, esperaba que para entonces esta ya habría prescrito. Así fue, y la familia llegó a Eibar en 1952, encontrando un ambiente hostil por parte de las autoridades franquistas.

Vicente falleció poco después, en 1954, y Herminia, al enviudar, se trasladó a Zaragoza con sus hijos. Así terminaba la singladura de un hombre brillante y leal cuyo porvenir, como el de otros muchos, se había quebrado para siempre por la iniquidad de una guerra impuesta.

Te puede interesar:

El autor: Aitor Miñambres Amezaga

(Bilbao, 1969) es licenciado en Máquinas Navales y director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Ha investigado y publicado trabajos sobre la Policía Motorizada (Ertzain Igiletua) de 1936-1937; sobre el Cinturón Defensivo de Bilbao; sobre los bombardeos aéreos; sobre el Batallón Gernika; y sobre el frente de guerra de Las Encartaciones en 1937, entre otros. Asimismo, ha impartido numerosas conferencias sobre la Guerra Civil en Euskadi, en varias localidades y jornadas.