En el monte Saibi, en lo más alto, hay una cruz –al contrario de la de la canción del Gorbea– de poco amor, una monumental de piedra y hormigón fascista. La presencia de este símbolo faccioso, visible desde distintos puntos del Parque Natural de Urkiola y sus alrededores, no es casual ni inocente: se trata de una obra erigida por la Diputación de Vizcaya en 1939, recién terminada la Guerra Civil, para conmemorar la costada conquista franquista de esta cima ante la resistencia republicana del Gobierno Provisional de Euskadi, del lehendakari Aguirre.
El monte –que la Real Academia de la Lengua Vasca Euskaltzaindia precisa que se denomina Saibi y no Saibigain– había sido escenario de intensos combates durante la primera quincena de abril de 1937. Allí se enfrentaron batallones nacionalistas, socialistas, comunistas vascos e incluso una unidad asturiana contra las tropas sublevadas. La violencia de aquellos días hizo que se bautizara popularmente la montaña como el Monte de la sangre, según relatan desde Euskal Prospekzio Taldea o Guillermo Tabernilla y Julen Lezamiz en Saibigain: el monte de la sangre (Bilbao, Beta III Milenio, 2010). Otra publicación como es Memorias de piedra y de acero (Los monumentos a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo en Euskadi, 1936 – 2017) estudia la cruz de ideario nacionalcatolicista, es decir, del sistema dictatorial, símbolo anticomunista y antinacionalista. El laborioso ensayo es obra de Jesús Alonso Carballés y publicado por el Museo de la Paz de Gernika-Lumo.
Así, data su origen en mayo de 1939, apenas un mes después del fin de la contienda, con el general golpista Franco ya como desgobernador, la Diputación Provincial de Vizcaya acordó levantar en la cima una cruz conmemorativa de proporciones monumentales, como recoge la documentación administrativa del periodo que Alonso Carballés consultó. Para finales de 1940, el lamentable monumento dominaba ya el vértice del bombardeado monte. Con más de diez metros de altura, se levanta sobre un basamento escalonado de tres cuerpos de piedra y presentaba brazos de hormigón armado. En el primer cuerpo se colocó una placa metálica con una inscripción que explicitaba la carga ideológica del ‘trofeo’: “Vizcaya a los que heroicamente conquistaron el Saibigain. Más vale morir en el combate que ver el exterminio de nuestra Nación y del Santuario (Macabeos, I-III-V-59)”. El deterioro de esta primera placa llevó a que, en 1951, la Diputación Provincial de Vizcaya encargara una segunda versión. El nuevo texto introducía una modificación significativa que reforzaba la consigna del nacionalcatolicismo: “Vizcaya a los que heroicamente conquistaron en el Saibigain por Dios y por España”. En ese proyecto de odio franquista aparece escrito el nombre de la montaña como ‘Sebigain’.
Durante los últimos años de la dictadura, el monumento sufrió ataques antifascistas por parte de quienes se sentían dolidos por estar cimentada por aquellos militares españoles que dieron un golpe de Estado, y actos de degradación. Finalmente, en los estertores de los años 70, muerto el sanguinario dictador, la placa franquista fue sustituida. En su lugar se instaló una nueva inscripción en euskara que resignificaba el símbolo: “Euzkadiko askatasunaren alde Saibi mendian borroka egin zuten gudariak. Betiko Argia. 1937” (A los gudaris que lucharon en el monte Saibi por la libertad de Euzkadi. Luz perpetua. 1937). Lo que había sido concebido como exaltación de la victoria franquista pasó a convertirse en homenaje a los gudaris vascos, y por extensión, también milicianos. El cambio fue posible gracias a la persistencia de una memoria colectiva republicana y nacionalista vasca que, durante décadas, mantuvo vivo el recuerdo de la resistencia frente al invasor franquista.
Cruce de relatos
Aunque la supuesta resignificación del lugar se vincula en todo momento y en gran medida al nacionalismo vasco con símbolos como el lauburu, los historiadores recuerdan que en Saibi combatieron no solo batallones nacionalistas, sino también unidades socialistas y comunistas vascas e incluso un batallón asturiano. De este modo, la memoria de la batalla se sitúa en un cruce de relatos que refleja la pluralidad de la resistencia republicana en Euskadi. La simbología cristiana, católica, de una cruz como final de vida de Jesucristo, representa tanto al franquismo como a la democracia cristiana del nacionalismo vasco del PNV, pero no a las siglas que igualmente también lucharon por Euskadi y libertades como la democracia y que igual de republicanos que los jeltzales no eran o son creyentes caso de comunistas, anarquistas, y (algunos) socialistas.
Los estudios consultados no detallan quién construyó la cruz, hay fuentes, que, por ejemplo, citan que pudieron ser los propios prisioneros de Franco, esclavos obligados a trabajos forzosos. Es decir, que los perdedores de la guerra, como hicieron el ya no denominado Valle de los Caídos –hoy Valle de Cuelgamuros–, quizás levantaron el símbolo que sigue plantado en la cima ventosa de la muga entre Bizkaia con Araba. Igual que se libró a prisioneros de sus cadenas, quizás sea el momento de liberar a este bonito y aún herido monte de la cruz que le cayó encima.