Un Athletic irreconocible firmó su acta de defunción en la Europa League. La dimensión de la derrota resultó tan concluyente que deja sin sentido cualquier atisbo de esperanza. El sueño de disputar la final del torneo en casa se esfumó de una manera ciertamente sorprendente. Cabía imaginar un duelo cerrado, un desenlace estrecho, pues nadie en su sano juicio auguraba un compromiso sencillo; ahora bien, de ahí a lo vivido anoche va un gran trecho. Cómo imaginar siquiera que el primer asalto depararía un 0-3. Pero, sobre todo, cómo augurar el modo en que se gestó dicho marcador, con los rojiblancos superados por la responsabilidad e impotentes para dar la talla, para cuando menos competir en su línea habitual.

Catalogar de fracaso la actuación del Athletic puede sonar fuerte, pero qué otro calificativo merece el peor partido que se le recuerda, sin comparación con el montón que acumula bajo la dirección de Ernesto Valverde. Era el día señalado en rojo para continuar alimentando un sueño, nunca mejor dicho, que derivó en una pesadilla horrible. El varapalo recibido no figuraba en ninguna de las hipótesis que se barajaban para su primer duelo con un Manchester United que se limitó a exprimir el cúmulo de facilidades que halló para sentenciar la semifinal. El capítulo de Old Trafford se perfila desprovisto de sustancia, una especie de penitencia cruel para un conjunto que en un mal día tiró por la borda las expectativas alimentadas a lo largo de siete meses de esfuerzo.

Sin duda, la jugada que valió para que el Manchester obtuviese su segundo gol y trajo aparejada la expulsión de Vivian, condicionó totalmente el encuentro. No obstante, previamente los de Valverde transmitieron síntomas preocupantes, confundieron velocidad con prisa, cometieron incontables pifias, facilitando en exceso la tarea de los ingleses, que no necesitaron forzar la máquina, ni asumir riesgo alguno para sentenciar antes del descanso. El resto del encuentro estuvo de sobra: uno no quiso hacer más sangre y el otro, sencillamente, quedó tan tocado en el plano anímico que no aportó un solo indicio que sugiriese una reacción.

Valverde apostó por Berenguer para suplir al ausente Sancet, la alternativa más ofensiva de que disponía. Un mensaje inequívoco dirigido a sus hombres, pero también al rival. Ponía en liza las bazas, a su juicio, idóneas para rentabilizar el factor campo, coto de caza exclusivo del Athletic en cada cita del torneo. Quería la iniciativa desde el inicio, establecer la pauta del encuentro a fin de adquirir, con la estrecha colaboración de la grada, una ventaja de cara a la vuelta. Y de entrada, el plan pareció acertado.

Pese a que no podían disimular su exceso de tensión, precipitados, con demasiadas pérdidas tontas, los rojiblancos disfrutaron de varias buenas llegadas, que ponían de manifiesto la acreditada fragilidad defensiva del adversario. Sin apenas elaboración, a base de empuje, enseguida Berenguer probó los reflejos de Onana, luego le puso un centro perfecto a Iñaki Williams, que cabeceó alto en inmejorable posición, y el propio Berenguer, tras un rechace corto, chutó con el portero desubicado y Lindelof evitó el tanto sobre la línea. Los constantes errores propios no impedían al Athletic amenazar seriamente, pero la impaciencia, tanta aceleración y déficit de temple, de criterio, continuó haciendo mella y perdió el hilo del juego.

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Las gradas de San Mamés, de la euforia inicial a las caras largas Borja Guerrero | Oskar González

Ello favoreció que el Manchester se asentara y lograra rebajar las revoluciones. Y justo a la media hora, Maguire, en posición de extremo, le armó el taco a Jauregizar y colgó al área, donde Ugarte prolongó para que Casemiro, sin oposición, cabecease a la red. El golpe agudizó el descontrol local. Pocos segundos después, Mazraoui trazó un centro raso, paralelo a la portería, Vivian desequilibró a Hojlund, que le había ganado la posición, y el VAR advirtió al árbitro. Analizadas las imágenes, el noruego señaló penalti y, lógicamente, al estimar que era ocasión clara de gol, expulsó al central. Bruno Fernandes transformó el castigo con su temple habitual. 

El calvario se prolongó. Fue a peor. Con el equipo absolutamente desbordado, Valverde metió a Gorosabel y Paredes por De Marcos y Berenguer, pero el Manchester entendió que era su momento y vaya si lo rentabilizó. En una acción por el centro, el desbarajuste, con varios hombres incapaces de cortar o despejar, Ugarte terminó sirviendo casi de tacón un caramelo a Bruno Fernandes. El luso penetró en el área y clavó el tercero ante un Agirrezabala vendido.

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El estropicio pudo ser aún mayor, pues en el añadido Mazraoui estrelló un zurdazo en el larguero. La grada pasmada, anonadados los jugadores, una sombra de sí mismos. La perspectiva de afrontar la segunda mitad en inferioridad causaba desolación. Solo quedaba tirar de pragmatismo, evitar más daños e intentar pillar una a fin recortar la desventaja.

Como era previsible, el cuadro visitante optó por enfriar el juego, pero no solo, en vista de que el Athletic carecía de recursos para inquietar. Una disputa a la carrera de Maroan con Maguire, en la que se reclamó en vano falta y roja para el inglés, fue casi lo único que calentó un panorama realmente descorazonador. Comodísimo, el Manchester insistió en tocar y tocar. También se estiró en ocasiones y Casemiro probó suerte dos veces, una fue repelida por la madera. El aliento de la afición no cesaba, aunque el discurrir de los minutos iría apagando la olla. No podía el Athletic incomodar, bastante tenía con sostenerse sin hacer más concesiones Y así, con la convicción de que la Europa League ha dejado de ser el aliciente extra de una campaña magnífica, se apagaron los focos de La Catedral.