Por fin! Era importante que mi queridísima prima hablara en un periódico, que lo haga en DEIA por primera vez. Es necesario que saque para fuera de sí lo que siente y sufrió durante el bombardeo de Gernika y la guerra. Ella que es tremendamente nacionalista”. Quien comunica desde Caracas (Venezuela) se llama Itziar Rodríguez y también es superviviente de la sinrazón y volatilización de la villa foral de aquel 26 de abril de 1937 en llamas por bombas de la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini con el beneplácito de la España golpista del entonces general Mola.
Aconteció ahora hace justos 88 años. “Nunca he querido contarlo a los periodistas. Yo tenía dos años, y no recuerdo nada: ni el ruido de los aviones ni de las bombas ni nada”, testimonia Begoña Seijo Obieta, nacida en Gernika el 24 de junio de 1934, segunda hija del matrimonio compuesto por Cruz Obieta Aboitiz, ama de casa, y Teodoro Seijo Endeiza, sastre. El hecho de que no tenga recuerdo como superviviente no le libera a Begoña del sufrimiento vivido en el seno de su familia, como en sus evocaciones posteriores. “Mis primeros recuerdos de Gernika son flashes que me vienen a la mente con todo el pueblo destruido. ¡Fue terrible!, maitia. Ahora cuando veo lo que la gente está sufriendo en Gaza o por Putin en Ucrania, pienso que nosotros anduvimos igual. Igual. Y lo paso mal viendo cómo tratan los israelíes a los palestinos, por ejemplo. Para mí es una tristeza, laztana, una pena tremenda cuando llega el 26 de abril porque eso es allí una matanza como fue aquí en Gernika”.
A modo de resumen, su padre, como sus tíos gudaris, formó parte del batallón Olabarri de Acción Nacionalista Vasca (ANV) y su aitxitxe se exilió con el histórico grupo cultural Elai Alai dirigido por Segundo Olaeta a París; ella junto a su madre y una cuidadora sufrieron la migración interna, y cuando aún Gernika estaba sin reconstruir, pasados solo cinco meses del injustificable ataque aéreo planificado por tres potencias europeas, nació su hermana María Jesús, precisamente, el mes de aniversario: el 26 de septiembre de 1937 y en una de las pocas casas que quedaron en pie en la villa. “Mira, mi madre –subraya Begoña– estaba embarazada durante el bombardeo. Se habían casado justo unos meses antes”.
Lunes de mercado
Aquel lunes de mercado, una chica llamada Jesusa Llona cuidaba a las por entonces dos hijas del matrimonio: a Mila, llegada al mundo en 1932, y Begoña, en 1934. “Yo nací casi tres años antes del bombardeo en una casa que quedó quemada y derruida. Se ubicaba donde quedó todo destrozado, solar en el que luego se construyó el actual Ayuntamiento de Gernika-Lumo. ¡Ahí!”, precisa y apostilla que durante el raid, la buena muchacha logró salir de aquella masacre y llevar a las niñas a Forua. En aquel pueblo aledaño le estaba esperando su madre. “Me contaron que íbamos de árbol en árbol, que nos escondíamos entre plantas de habas ante la presencia de aviones caza que iban ametrallando. Insisto, yo no recuerdo nada. Mi madre nos contó que veían cómo nos acercábamos”.
Aquel día internacionalizado por el cuadro del pintor Picasso, los Seijo-Obieta además de su hogar perdieron de por vida la sastrería que en el municipio tenía abierta su padre, Teodoro. “Mi aitxitxe Gabino, que tenía una tienda de tejidos, le mandó a mi padre a estudiar de sastre a París. No se andaban con tonterías, ¿eh? ¡En aquellos tiempos enviar a un hijo a París no era habitual!”, enfatiza. La sastrería desapareció entre las llamas cuando se cumplían cinco años de su exitosa apertura en la calle Adolfo Urioste.
Mientras las mujeres de la familia trataban de seguir vivas huyendo del avance golpista migrando hacia Forua, Bermeo –San Pelaio–, Bilbao y Gordexola, los hombres Seijo buscaban recuperar derechos y libertades ante los a la postre franquistas. El padre de Begoña, Teodoro Seijo, se sumó al batallón ekintzale Olabarri, como dejan constancia las investigaciones de Eduardo Renobales en su trilogía editorial sobre las unidades de ANV. “Fue camillero”, coinciden el historiador y la familia. Al menos, dos hermanos de aquel sastre (se estima que más), fueron gudaris del mismo batallón y además de en Euskadi también lucharon en Asturias donde cayeron heridos. “Los Seijo son una importante familia en la Gernika de la época. Son pequeños empresarios, trabajadores liberales, afiliados desde el primer momento a ANV”. Según glosa Renobales, tuvieron diferentes cargos. Gabin fue presidente de la Cámara de Comercio de Gernika y, asimismo, del Comité Nacional de ANV desde 1932. “Era una familia de clase media alta”, apostilla el investigador que más ha estudiado estas siglas.
A nivel político, fue Paul Seijo Endeiza quien asumió el rango más alto de la familia. “Tuvo más impronta llegando a ser capitán de ametralladoras. También fue secretario local de ANV en Gernika y secretario del club senderista Mendigoizale Eusko Lagunak de la localidad”, apostilla Renobales. Quien también aparece en documentos con la grafía de ‘Pol’ sufrió cárcel franquista, como Gabin, pero, además, en su caso, una condena de muerte. Según algunos documento, el tío de Begoña consiguió la libertad en 1944. “Paul las pasó canutas y estuvo seis años de cárcel en Bilbao y Burgos. Gabin vino a casa antes”, agrega la risueña superviviente.
De su tío Paul conserva una anécdota que vivió años después de pasada la guerra. “Se casó con una mujer de Lekeitio llamada María Jesús Arrinda y marchó de Gernika a vivir allí. Por Sanantolines solíamos ir a a su casa a disfrutar de las fiestas del pueblo. En una ocasión, llegamos de noche y vimos que la luz de la cocina estaba encendida. Al día siguiente, le dijimos a su esposa lo de la luz encendida. Y nos respondió que nos había sentido llegar y que nos oyó comentar lo de la luz. Entonces nos explicó que el tío Paul desde que salió de la cárcel siempre dormía con la luz de la cocina encendida. ¡Hay que ver lo que hace la guerra!”.
Para entonces, ya habían nacido dos hermanas más de Begoña y Mila: Marije, el 26 de septiembre de 1937, justos cinco meses después del bombardeo, en una casa en el Paseo de los Tilos dejada a la familia. “Marije y yo somos las únicas que quedamos vivas de los cuatro hermanos. Ella nació en una casita de dos alturas de unos señoritos de Mutriku. Nos la dejaron porque eran amigos de mi aitxitxe materno, Casimiro Obieta. Allí, quedaba solo aquel edificio en pie porque habían sido derribados tanto el inmueble anejo de su izquierda y el de su derecha. Nos la dejaron para que mi madre tuviera un hogar donde a luz. Y con nosotras vinieron a vivir dos hermanas de esa familia”. Más adelante, en 1939, llegó al mundo el cuarto hermano, el benjamín, Juan Mari.
Otro recuerdo que quedó para el futuro y legado de los Seijo-Obieta fue cómo la hermana mayor de Begoña padeció escarlatina al salir del bombardeo de Gernika en sentido Forua. “Es una enfermedad que puede afectar y hacer enfermar al corazón”, subraya y va más allá en su relato heredado: “Mi madre tuvo que bajar de noche de la aldea al hospital de urgencia habilitado en los agustinos para pedir alcohol con el objetivo de que se le bajara la fiebre. Es que entonces se empapaban los calcetines con alcohol y pensaban que así se bajaba la fiebre, remedio de las amumas de entonces. Pero, fíjate que mi madre tuvo que hacer frente al miedo de tan traumática jornada en la que habían perdido todo menos la vida, para salvar a mi hermana Milagritos”, transmite quien el día del bombardeo “estaba echando la siesta, según me contó la cuidadora y, por suerte, salimos todos ilesos y mira 88 años después, viva. En junio cumplo 91 años”. Este es, según concluye en su testimonio inédito, su bombardeo “contado por primera vez”.