A través de documentos del archivo de la diáspora vasca en el Archivo Histórico de Euskadi y de publicaciones contenidas en el Archivo del Nacionalismo Vasco, se puede apreciar cómo la actividad armada de ETA, los juicios y fusilamientos causaron gran interés en la diáspora vasca en América. La coyuntura política en el continente, marcada por la revolución cubana y la movilización estudiantil, también afectó a la colectividad vasca, provocando un debate interno y una fractura entre izquierda y derecha nacionalista, tal y como sucedió en Euskadi.
Como consecuencia de la severa represión ejercida por las autoridades franquistas desde la guerra civil, muchos de los grandes representantes del nacionalismo vasco se encontraban fuera del Estado español en la década de los 50. Mientras que la directiva tanto del Partido Nacionalista Vasco como del Gobierno Vasco en el exilio se alojaba al otro lado de la frontera con el Estado francés, una gran cantidad de familias emigraron hacia América. Esto generó entre las filas nacionalistas obstáculos organizativos y conflictos políticos hasta entonces desconocidos.
En el centro de este complejo contexto político situamos el Congreso Mundial Vasco, celebrado en París en el otoño de 1956. Este encuentro, presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre, trató de recoger y coordinar las distintas posturas políticas y estratégicas antifranquistas. A pesar de las intervenciones y el debate alrededor de la acción y la práctica, la línea de la directiva fue clara: la más férrea defensa de los valores democráticos y cristianos y el rechazo al conflicto armado. Así, el lehendakari priorizó las relaciones diplomáticas con el extranjero frente a la confrontación directa, una decisión influenciada por la desesperanza que tintaba el aire que se respiraba en pleno régimen franquista.
A pesar de que en el acta oficial del Congreso no encontramos ninguna referencia explícita al uso de la violencia como instrumento político, hallamos entre las propuestas de algunos de los miembros posiciones claramente inclinadas a la liberación del pueblo vasco por este medio. Fue el caso de Jacinto Suárez Begoña Jakinda, nacionalista vasco residente en México, quien entre sus sugerencias destacó que “la única forma de luchar por la libertad de los pueblos es el de la violencia, llegado el caso en que estamos los vascos”.
La Federación de Entidades Vasco Argentinas también manifestó una opinión sincera, aunque ambigua, sobre el uso de la violencia para los fines políticos del nacionalismo, apoyando moralmente cualquier decisión de los residentes en Euskadi al respecto. Respecto a este punto comenzaron a surgir algunos de los conflictos estratégicos en el seno del nacionalismo vasco, en su mayoría unificado en un solo frente alrededor del lehendakari Aguirre.
Entre los miembros más politizados y radicales de la diáspora, en gran medida exiliados, también se clamaba por el surgimiento de grupos organizados y combativos. Una serie de publicaciones agrupadas en torno al Frente Nacional Vasco, como lo fueron Tximistak, Euzkadi Askatuta, Euzko Aberri Alkartasuna y Gudari, se encargaron de difundir este ideario en México, Argentina y Venezuela. Aunque estas publicaciones agrupaban a un número reducido de miembros de la diáspora, su pronta adhesión al accionar de ETA le confirió seguimiento por parte de un sector de la juventud vasca en América. Sus miembros se encargaron de llevar a cabo colectas para apoyar a la organización y a sus presos, además de llamar a una constante unidad de todos los nacionalistas vascos.
Por otro lado, las críticas arrojadas en cada una de las diferentes publicaciones eran constantes. Enemigo de la patria era por supuesto el régimen franquista, pero también una gran parte de la alta burguesía vasca, tachada de colaboracionista, así como el Gobierno Vasco en el exilio por su mencionado carácter inmovilista. Pero si algo resulta llamativo es la posición contraria tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética o el comunismo en el contexto de la guerra fría. Este último posicionamiento destacó durante la V asamblea de ETA en 1967, momento en el que la organización se inclinó hacia el marxismo-leninismo y comenzaron a surgir discrepancias en el seno del nacionalismo más radical.
El surgimiento de ETA y, sobre todo, el comienzo de su actividad armada, impactaron en Euskadi y en su diáspora. Encontramos una muestra de ello, entre otros documentos, en un curioso cuestionario que la organización difundió entre la colectividad vasca en Venezuela en los años sesenta. En él se guiaba al lector por una serie de preguntas o supuestos tales como la existencia del pueblo vasco como comunidad diferenciada o su derecho a la determinación de su futuro. En este caso el objetivo era hacer ver los puntos en común que ya existían entre la organización y muchos miembros de la diáspora.
Las primeras muertes, torturas y juicios a militantes de ETA atrajeron la atención de la diáspora, acostumbrada a seguir la actualidad en Euskadi a través de Euzko Deya, que en ese momento eran varias publicaciones oficiosas del Gobierno Vasco. Esta atención aumentaba en momentos de gran conflictividad, como sucedió con la gran huelga de 1947 o los asesinatos de antifranquistas en la clandestinidad. El Proceso de Burgos de 1970 y su repercusión internacional caló de manera profunda en la diáspora americana. Las acusaciones de juicio-farsa y las peticiones públicas de indulto fueron numerosas. Lo mismo sucedió con los fusilamientos de Juan Paredes Manot Txiki y Ángel Otaegi en 1975. La mayor visibilidad en el exterior de la situación en Euskadi fue aprovechada tanto por el gobierno en el exilio como por ETA, que incrementó sus apoyos entre la juventud vascodescendiente.
La deriva oficial de ETA a la izquierda a finales de la década de los años sesenta y un aumento de la conflictividad en la etapa final de la dictadura franquista eran hechos conocidos entre los vascos de América más organizados. De la misma forma, aquellos jóvenes que comenzaban a conocer la actividad de ETA tampoco eran ajenos a los acontecimientos políticos de los países en los que habían nacido o se habían criado. La revolución cubana, el movimiento estudiantil en México o las dictaduras sudamericanas de los sesenta y setenta contribuyeron a crear un ambiente de agitación social que se trasladó a los centros y organizaciones vascas desde Argentina hasta México. El aumento de las simpatías hacia ETA en ese contexto fue de la mano de la difusión de las guerrillas de orientación izquierdista en toda la región.
Los debates y fracturas dentro del nacionalismo vasco en aquel momento, a menudo atravesados por una cuestión generacional, se dejaron ver a ojos de la dirección del Gobierno Vasco en el exilio y de sus representantes en América. De hecho, atendiendo a la documentación remitida desde las delegaciones del gobierno de Euzkadi en estos países podemos observar cómo las discusiones en torno a ETA y la admiración que despertaba entre la juventud frente al PNV ocuparon cada vez más espacio en la diáspora.
Las celebraciones más importantes, como el Aberri Eguna, se convirtieron en puntos de conflicto, con la organización de eventos paralelos por parte de los miembros más jóvenes de la colectividad. Las euskal etxeak parecían haber perdido el atractivo como espacio de encuentro e intercambio de ideas para toda una generación que comenzaba a organizarse en torno a las universidades. El propio lehendakari Leizaola, desde su exilio en París, comentaba cómo en su opinión el acceso a la universidad de una mayor cantidad de jóvenes había dado como resultado la difusión de ideas izquierdistas, lo que beneficiaba a ETA.
La presencia de exiliados y simpatizantes en América también era advertida. Si bien pudieron realizar visitas y participar en los eventos de los centros vascos, la sospecha sobre la finalidad propagandística de sus actividades fue otro punto de fricción en el seno de la diáspora. Este fue el caso de la visita de la artista Itxaropena Goicoetxea al Centro Vasco de la Ciudad de México en 1973. Al margen de la muestra de sus obras se afirmó que había intentado atraer a los jóvenes de la colectividad a la izquierda aber-tzale, entre ellos al propio hijo de Alberto de Azua, delegado del Gobierno de Euzkadi en el país.
Las quejas sobre la ausencia de gente joven en los actos organizados por los responsables de las euskal etxeak y la falta de adhesión al Gobierno de Euzkadi en el exilio se hicieron más frecuentes. Con el tiempo dieron paso a misivas en las que se identificaba a aquellos jóvenes que manifestaban de manera pública su afinidad ideológica con ETA. Como elemento propio americano, junto a la deriva hacia la izquierda de la juventud, también se temía que la lejanía con la patria de sus padres causase una pérdida de identidad y de ciertos valores más tradicionales.
La división a izquierda y derecha del nacionalismo vasco tuvo su reflejo en la propaganda a uno y otro lado del Atlántico. Por una parte, las quejas de inacción, conformismo y hasta connivencia con las autoridades franquistas que los jóvenes de la diáspora plantearon. Por otra, las acusaciones de falsos nacionalistas, inexperimentados, comunistas, “comunistoides” y “jóvenes barbudos” –en alusión a los revolucionarios cubanos– que hacían los cargos del gobierno en el exilio y el PNV. Los miembros más conservadores de la diáspora no dudaron tampoco en establecer una equivalencia entre ETA y algunos movimientos armados latinoamericanos de la década del setenta, como los Montoneros en Argentina.
Esta división no hizo sino incrementarse con el paso del tiempo y el final de la dictadura franquista en España. La lucha entre la violencia revolucionaria y la participación institucional ante la apertura del proceso que hoy conocemos como Transición también despertó expectación en la diáspora americana. Sin embargo, el desarrollo de un nuevo Gobierno Vasco al calor del Estatuto de Gernika, el inicio de nuevos ciclos democráticos en América Latina, el rechazo a la violencia de la mayoría de la sociedad vasca y una mayor colaboración oficial con las organizaciones vascas en el extranjero se encargaron de apagar cualquier deseo cuyo fin no fuera la paz.
Los Autores
- Mikel Gómez Gastiasoro (Santurtzi, 1997). Doctorando en el grupo de investigación ‘País Vasco, Europa y América: vínculos y relaciones atlánticas’.
- Jon Sáez García (Santurtzi, 2000). Alumno del Grado en Filosofía en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU).