bilbao - “Un equipo no puede jugar y el otro no quiere ganar en estas condiciones. Esto es fútbol y no una guerra. Se llegó a esta decisión luego de un acuerdo entre ambos clubes”, explicó Alejandro Domínguez, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), cuando anunció que el partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores se suspendía hasta hoy. Ganó la violencia. Por goleada. Fue el remate en palabras de una jornada infame para el fútbol, convertido para muchos en un campo de batalla que se describe con lenguaje belicista. Lo que debía ser un festejo, una celebración por el calado histórico del acontecimiento, se convirtió en el peor escenario posible cuando el bus de Boca fue atacado salvajemente en el barrio de Belgrano por los ultras de River, que rompieron las ventanas del autobús. La Policía respondió al ataque con el uso de gas lacrimógeno. “Fue muy confuso, evidentemente las fuerzas de seguridad fueron desbordadas, había mucha gente. Para protegernos tiraron gases lacrimógenos y los gases ingresaron a los micros (autobuses)”, explicó el directivo de Boca César Martucci.

Suspendido el duelo tras varias horas de negociaciones y dos aplazamientos, con las 60.000 butacas del Monumental a rebosar, quedó la penosa imagen de un evento fagocitado por la dictadura del miedo y la imagen lamentable, lejos de cualquier lógica que no sea la del mero negocio, de los máximos dirigentes del fútbol tratando de hacer rodar el balón cuando los futbolistas de Boca estaban siendo atendidos tras la emboscada. De hecho, los médicos de la Conmebol emitieron un comunicado en el que reconocieron lesiones en algunos jugadores de Boca Juniors -Pablo Pérez y Gonzalo Lamardo fueron llevados a una clínica hospitalaria- tras el ataque de los fanáticos de River, pero aseguraron que no existía “causal” para suspender el partido. Una decisión, cuando menos, surrealista, y que deja en evidencia el pensamiento de los rectores del fútbol y aquello del show must go on! (El show debe continuar).

En ese ambiente tóxico, donde el fútbol y su extrarradio mostró una vez más lo peor de su catálogo, convertido el fútbol en un territorio hostil que da pábulo a las miserias humanas y engendra legiones de salvajes que desprecian la convivencia, una treintena de personas fueron detenidas por los incidentes que se registran en los alrededores del estadio Monumental de River Plate, que incluyeron las pedradas contra el autobús en el que llegaba el plantel de Boca Juniors, que dejaron jugadores lesionados.

investigación de oficio En medio de los incidentes, sobrepasada por el ataque, la numerosa policía desplegada en el lugar lanzó gases lacrimógenos que afectaron a los futbolistas de Boca. Fuentes del Gobierno de la Ciudad aseguraron que asistieron a los alrededores del estadio más de 100.000 personas, y desde la Policía informaron que hasta fueron una treintena los arrestados, aunque los disturbios continuaron en las calles una vez conocida la suspensión del partido. Ante esta grave situación, que la Policía no fue capaz controlar, una fiscal de Buenos Aires inició una investigación de oficio del ataque que hinchas de River Plate perpetraron contra el autobús en el que viajaba el plantel de Boca Juniors para jugar la final de la Copa Libertadores. Ante la gravedad de los hechos acaecidos y en medio de las críticas de varias voces autorizadas del fútbol argentino, la fiscal Adriana Bellavigna investigará los incidentes ocurridos a las puertas del estadio de River, en torno a las 15.00 hora local, dos horas antes del inicio previsto del encuentro entre ambos equipos. La procuradora decidió precintar el autobús para llevar a cabo las investigaciones. - C. Ortuzar