bilbao

UN espaldarazo a la portería rival; aparente incapacidad ofensiva. Milésimas de espera a una caída del balón; mayor proyección de inoperancia. Y cuando nadie lo espera, cuando la grada incluso percibe pasividad, aparece, de imprevisto, repentino, una especie de salto mortal invertido imprimiendo un tijeretazo con el tren inferior del cuerpo. Una pierna, recogida, compensa el centro gravitatorio; la otra dibuja una media luna para conectar con el balón aéreo. Es veneno. Una conexión con la pelota cuando el dorsal de la camiseta mira de frente al césped que, cuando resulta efectiva, de mandar el esférico contra la red, hace feliz a cualquier futbolista para el resto de sus días: la chilena, esa preciosidad. Se cuenta con vidas.

La hicieron mayúscula imprimiendo fantasía al fútbol, con sublime belleza estética, personajes como Arellano, Pelé, Hugo Sánchez, Van Basten o Rivaldo y la siguen plasmando con eficacia contemporáneos como Rooney, Diego Costa esta campaña o Ibrahimovic, cuya ejecución le ha valido el galardón avalado por la FIFA con el Premio Puskas al mejor gol de 2013. La semilla para la réplica mundial brotó en el mes de enero de hace cien años. Fue en 1914, en el campo El Morro, hoy en día renombrado como El Morro-Ramón Unzaga Asla, cimentado en Talcahuano, en la Provincia de Concepción, Chile. Es precisamente el nombre del protagonista de la historia: Ramón Unzaga Asla (1894, Bilbao-1923, Cabrera, Chile), germen de la chilena.

La singladura del futbolista vasco posee momentos de peso específico dentro de la historia del fútbol mundial, como muestran el getxotarra José María Peña, que en 1926 firmó el primer contrato profesional del Real Madrid, o la delegación de estudiantes vascos de la Escuela de Ingenieros de Minas compuesta, entre otros, por Ramón de Arancibia y Lebario, Ignacio y Ricardo Gortázar y Manso, y Manuel de Goyarrola y Aldecoa, que en 1903 formó una sucursal del Athletic de Bilbao en Madrid que hoy se conoce como Atlético de Madrid. Ramón Unzaga Asla fue uno de esos pioneros, inventores que han hecho gigante al deporte rey, así como a la diáspora vasca.

Unzaga, apodado Coño Unzaga, nació en Bilbao, en 1894 y, como otros tantos de su época, emigró al abrigo familiar en busca de una vida mejor. El destino fue Chile, otro puerto, el de Talcahuano, cuyo lema es: "Primer puerto militar, industrial y pesquero de Chile". Allí se asentó con 12 años para cursar estudios de contabilidad en el colegio de los Padres Escolapios, lo que le permitiría a posteriori ejercer de contable en la empresa de mineral Schwager, la cual abastecía de carbón a casi todo el país.

El fenómeno de Unzaga era conocido por sus facultades físicas. Era un acentuado nadador y un distinguido atleta, concretamente, en las carreras de corta distancia, los saltos y los lanzamientos. Pero además, el bueno de Unzaga le pegaba genial a la pelota. Jugando para su empresa, cautivó con sus dotes balompédicas y fue reclutado por el Primer Puerto Militar de Chile. Era 1912 y el bilbaino, nacionalizado chileno, contaba con 18 primaveras. Asaltaba a la mayoría de edad.

el origen, testimonio oral Sería en enero de 1914, como integrante de la selección del puerto, conocida como Escuela Chorera, cuando Unzaga, en la escena del El Morro de Talcahuano, el campo de fútbol más antiguo de Chile, al sur del país, ejecutaría la magistral obra de arte. Así lo atestigua, gracias al legado oral, el escritor, periodista y profundo analista del origen de la chilena, el chileno Eduardo Bustos Alister, que data de entonces el origen de la acrobacia. Si bien, el gesto técnico no hubiera trascendido de no ser porque Unzaga repitió su rúbrica el 30 de diciembre de 1918, fecha de la primera referencia periodística histórica del hecho, recogida por el diario El Sur de Concepción y que decía así en boca de Unzaga: "En dos ocasiones el árbitro me cobró falta por un salto de lujo que daba a fin de rechazar la pelota alegando que fouleaba al jugador contrario del Río. Este mismo jugador se aprovechó de mi jugada y el árbitro me cobró, para colmo, a mi la falta. Me vi obligado a observarle al árbitro su error, alegándole que reconocidos jueces no me la habían penado. Siguió después un cambio de palabras que trajo por resultado la orden del Sr. Beitía (el colegiado) para que abandonara la cancha. Me negué a salir de la cancha, para arreglar cuentas. Lo hice y al lado, afuera de ella, tuve con el señor Beitía un cambio de bofetadas".

la catapulta mundial La fama internacional, sin embargo, llegaría en los campeonatos suramericanos de 1916 y 1920, cuando, con el brazalete de capitán y vestido con la zamarra de Chile, selección para la cual era un inmenso talento, proyectó al mundo su acrobacia, siendo la prensa argentina -dichos torneos suramericanos solo los disputaron Argentina, Brasil, Uruguay y Chile- quien bautizaría el gesto como chilenita, pues venía siendo chorera para quienes vieron ejercer anteriormente a Unzaga. Tal y como describe Bustos, más allá de periodísticamente, la historia está corroborada personalmente por el fallecido Carlos Fanta, quien ejerció de árbitro y entrenador de la selección de la que formaba parte Unzaga, un tipo portentoso que, según se relata, también logró hacer un salto limpio a horcajadas sobre un rival a fin de despejar el balón que nunca más se ha sido visto sobre un terreno de juego, ni mucho menos bautizado.

Años después, en 1962, el Santos de Pelé visitaría con motivo de un amistoso frente al Naval de Talcahuano el campo El Morro, que en 2010 quedó arrasado por el terremoto y tsunami que sufrió Chile -curioso dato que coincide con que el colegio escolapio donde estudió el vasco-chileno también terminó arrasado en 1939 por otro terremoto-. En semejante aclamada cita, O rey Pelé homenajeó a Unzaga emulando el gesto técnico, pero el periodista local Francisco Wilson Ugalde, como repesca Bustos, se encargó de establecer el juicio: "Unzaga fue superior a Pelé". Si bien, mucho antes de ello, Unzaga, que rechazó ofertas de varios clubes, permaneció defendiendo los colores del Estrella del Mar, su único club profesional. Y sería en 1923, cuando Trizaga, como le conocían los uruguayos porque decían que valía por tres, abandonó este mundo, a los 29 años de edad y por un ataque cardíaco. No pudo contemplar las loas por su gran obra maestra. Lo que quedaría para siempre sería su legado, la chilena.