En la vida hay quien se dedica a jugar a las damas y quien prefiere al ajedrez. Aunque pueden compartir tablero, conceptualmente pertenecen a bandos distintos. Uno vive más del instinto, de la descarga y de la velocidad; el otro, de la táctica, el cálculo y la paciencia. Sobre Jebel Jais, una subida de 20,6 km al 5,4%, Lutsenko eligió el damero como escenario para su valeroso viaje a ninguna parte Se quedó a 250 metros de aventurarse a la gloria, pero para entonces, el mejor jugador de ajedrez, Tadej Pogacar, manejaba los hilos de la ascensión, que coronó el danés Jonas Vingegaard, que tamborileó los dedos sobre la mesa de la calma para agarrar su mejor victoria en el instante preciso. Pogacar, que en cada pedalada recuerda al ciclista que volcó el Tour con una crono histórica e hipérbolica, atendía al tablero, en el que Adam Yates pretendía un jaque al rey mediante la rebelión. Fue imposible. El trono de Pogacar es demasiado alto. Inaccesible. A falta de dos jornadas convocadas al esprint, el UAE Tour le pertenece.

En otra dimensión, la del sueño del jornalero, Lutsenko quiso la machinada. El kazajo bajó la cremallera de la montaña, pero no logró desnudarla del todo porque le pudo la fatiga. Se le encasquillaron las fuerzas frente a la pared del viento, que achataba las narices en los montes de Hajar, con la cima situada a una altitud de 1.934 metros entre cañones. Era un combate de boxeo que partía el tabique nasal de la voluntad incluso a un tipo duro como Lutsenko, que había brotado de la escapada que languidecía. Pogacar, inteligente, tácticamente impecable, olió el viento y se enroscó en la prudencia, dejando que el Ineos tensara mientras sus muchachos mantenían la guardia alta. Paso corto y vista larga. Lutsenko, con el corazón palpitando jadeos, trataba de no claudicar.

El grupo de favoritos, donde se cruzaban las miradas Pogacar y Yates, lijaba la voluntad férrea del kazajo, con las fuerzas entrando en la reserva, buscando bocanadas de aire para refrigerarle los pulmones y mantener encendida la llama de la esperanza. La lucha titánica del hombre contra el peso de una montaña que llevaba a cuestas. Lutsenko estaba a tiro de cámara a un par de palmos de la cima. Pogacar, que mueve los peones mirando a París, estaba cómodo observando la conmovedora escena de la pelea de Lutsenko contra la ley de Newton y la ambición de Vingegaard, que se encargó de liquidar al kazajo tras interpretar las tablas que firmaron Pogacar y Yates. El inglés comprendió que no podía asaltar el reino del esloveno, segundo en meta aunque llegaron hombro con hombro. "Me concentré más en controlar a los rivales de la general que en la victoria de etapa. Había mucho viento en contra durante la subida, así que fue difícil responder a todos los ataques", desgranó el esloveno. El rey que juega al ajedrez.