Bilbao - En Zugarramurdi, en tierra de brujas, Mikel Iturria pesaba 21 gramos menos. Dicen que ese es el peso del alma. Se la vendió al diablo. Era el pago por la gloria en Urdax, el cielo del guipuzcoano, el futuro del Euskadi-Murias. La victoria de Iturria fue una cuestión de fe, también de estado. Un milagro estupendo para un equipo tan humilde como combativo. Iturria se despojó de todo lo que le lastraba para bailar desnudo alrededor de la hoguera. Iturria prendió el fuego purificador. Fue Iturria el sumo sacerdote de una misa pagana, en una tierra, Euskal Herria, que siente el ciclismo como una religión, que adora a los dioses de la carretera. Iturria fue un héroe de clase trabajadora. Dorsales que corren por empeño, porque persiguen un sueño. El de Urnieta, que hace dos años se partió el fémur, -una cicatriz de 20 centímetros se lo recuerda- se rehabilitó en un paraje embrujado. Ni la Santa Inquisición de los perseguidores, tipos como Howson, Craddock, Bidard, Ghebreigzabhier pudieron ponerle los grilletes. Tampoco Jonathan Lastra, segundo en el esprint entre los cazarrecompensas. Iturria sobrevivió a todo. Era un resucitado. Volvía de entre los muertos. Nada puede con una fuerza así. Sobrenatural. “Odrio me ha dicho que me hiciera el muerto”, expuso Iturria. Acto seguido, el guipuzcoano se elevó de un respingo. “Arranca como si fuera el último ataque”, le susurró Jon Odriozola, mánager del equipo. Era un ahora o nunca. Una misión suicida. Iturria, como los soldados que se desvanecen en el horizonte, fue al encuentro de lo imposible, a perseguir una quimera. La alcanzó. Lloró de alegría.

El alzamiento de Iturria llevó impreso el espíritu de los locos y los aventureros. Se adentró hacia lo desconocido por un paraje que recordaba, que tenía tatuado en la mente. Lo estudió entrenando. Los recuerdos, maravillosos entre bosques frondosos y casas que encajan sin estridencias, pueblos mágicos e hipnóticos, condujeron las piernas de Iturria. Con la pértiga del entusiasmo como báculo, recorrió en solitario un trecho de 25 kilómetros después de crecer y arrugarse, de padecer y sonreír. La vida misma. “Soy diésel y cada vez que alguien arrancaba lo pasaba mal”. Iturria, obstinado, no se detuvo. Corazonada. Latió con fuerza. El de Urnieta pretendía el futuro después de sobrevivir al tiroteo, a los latigazos de Gorka Izagirre y Alex Aranburu, que colocaron la etapa en el disparadero. Iturria se agarró con la fuerza de los desesperados, de los descamisados. Los que nada tienen que perder. Iturria, un secundario repleto de dignidad, lejos de los camerinos del ciclismo, de las grandes estructuras que fagocitan a proyectos menores, no claudicó. Rebelde con causa. Por mí y por todos compañeros.

En su tránsito hacia una nueva dimensión, Iturria no dejó de escuchar la voz del pueblo, el aliento que le arengó desde la cuneta cada esfuerzo entre repechos. “Aupa Mikel!”. Los ánimos eran su alimento. Le concedieron esperanza. En su retrovisor el debate era alterado. Nadie tenía una idea clara. El clásico “tira tú que a mí me da la risa”. En ese contexto sonreía el de Urnieta, que a cada parón de sus rivales, a cada duda, se impulsaba más hacia lo extraordinario. La persecución fue un thriller psicológico. Iturria era Cary Grant escapando de un avión que le perseguía sin saber por qué en Con la muerte en los talones. Siempre huyendo. El de Urnieta no decayó en su escapada hacia el final de la escalera, la que llevaba a las puertas del cielo. Quería golpearlas. Abrirlas. Era la oportunidad de su vida. El tren que pasa, como el que repta hacia Larrun con un suave traqueteo y abre la cremallera de un paisaje maravilloso. Iturria tenía prisa. Tren bala. No descarriló. Locomotora.

Con el ímpetu intacto, pero diezmado por los azotes discontinuos de sus centinelas en el sube y baja, Iturria manejó la renta con la exactitud de un relojero suizo. Su máxima ventaja estuvo sobre los 45 segundos, al poco de sorprender, cuando el resto no le tomaba demasiado en serio. Después respiró con una renta de medio minuto. Fue antes de comenzar a jadear. La agitación en el grupo le situó a tiro de cámara y su renta oscilaba en el péndulo de la decena de segundos. Aún restaba metraje suficiente para pulverizar su cabalgada hacia el ocaso. Iturria era un fugitivo en una western crepuscular donde la huida significa la vida. Ser o no ser. El guipuzcoano subió a hombros de la necesidad para cabalgar con las alforjas del futuro de Euskadi-Murias, el equipo que pelea pulgada a pulgada por continuar respirando en el pelotón otro curso.

Aguantar El repecho hacia Zugarramurdi era la última frontera. El lugar para la épica. Un asunto de resistencia, de ir más allá del dolor, de una sola consigna: “Aguantar, aguantar y aguantar”. El mantra de los supervivientes. En la punta de Zugarramurdi, Iturria cayó en cascada hacia Urdax. Un río de Lava. Fuego interior. Howson y Craddock encendieron las sirenas. Querían apagar el destello de Iturria, una fuente de vida para el Euskadi-Murias, que busca un patrocinador que apuntale el proyecto. El de Urnieta estaba dispuesto a morir sobre la bicicleta. Sabía cuál era esa sensación. Lo estuvo con anterioridad, cuando se lo ordenó Odriozola antes de que reviviera súbitamente. El descenso de Iturria, que ardía en deseos de vencer, fue un asunto kamikaze. Por un instante, la carretera, burlona por la Nafarroa de los contrabandistas, astilló a Iturria, dispuesto a hacer el mayor de sus negocios. La jauría que le rastreó, le rozó con el colmillo. En menos de una decena de metros, Iturria esquivó el zarpazo letal. “Pensaba que me cogían en el ultimo kilómetro, pero han debido parar por detrás”. Iturria no paró. No pestañeó. Catatónico. En trance ante su mayor desafío. “Nunca he ganado en profesionales y estrenarme aquí, cerca de casa, en la Vuelta es un sueño hecho realidad”, confesó el de Urnieta, que pedaleó con la emoción cosida al latido de un corazón enorme. Al final llegó el final. El sueño a pecho descubierto de Iturria, la incredulidad, la nube de dicha pura y el abrazo, emocionado y sincero, de Odriozola en Urdax, otro lugar para la memoria del Murias. Allí bailaron alrededor de la hoguera de la felicidad. El akerrale de Iturria.

1. Mikel Iturria (Euskadi-Murias)4h36:44

2. Jonatan Lastra (Caja Rural)a 6’’

3. Lawson Graddock (Education First)m.t.

4. Damien Howson (Mitchelton)m.t.

5. François Bidard (AG2R)m.t.

6. A. Ghebreigzabhier (Dimension Data)a 8”

7. Benjamin Thomas (FDJ)a 12”

8. Matteo Fabbro (Katusha)m.t.

9. Gorka Izagirre (Astana)m.t.

10. Rémi Cavagna (Deceuninck)m.t.

11. Alex Aranburu (Caja Rural)m.t.

24. Imanol Erviti (Movistar)a 18:35

38. Jon Aberasturi (Caja Rural)m.t.

41. Ion Izagirre (Astana)m.t.

43. Omar Fraile (Astana)m.t.

57. Mikel Nieve (Mitchelton)m.t.

78. Oscar Rodríguez (Euskadi-Murias)m.t.

79. Aritz Bagües (Euskadi-Murias)m.t

117. Mikel Bizkarra (Euskadi-Murias)m.t.

166. Michael Storer (Sunweb)a 27:57

1. Primoz Roglic (Jumbo)41h00:48

2. Alejandro Valverde (Movistar)a 1:52

3. Miguel Ángel López (Astana)a 2:11

4. Nairo Quintana (Movistar)a 3:00

5. Tadej Pogacar (Emirates)a 3:05

6. Carl Hagen (Lotto)a 4:59

7. Rafal Majka (Bora)a 5:42

12. Mikel Nieve (Mitchelton) a 8:52

16. Ion Izagirre (Astana)a 12:53

18. Óscar Rodríguez (Euskadi-Murias)a 14:39

27. Mikel Iturria (Euskadi-Murias)a 27:09

39. Mikel Bizkarra (Euskadi-Murias)a 34:49

62. Gorka Izagirre (Astana)a 58:14

72. Alex Aranburu (Caja Rural) a 1h06:48

84. Omar Fraile (Astana) a 1h13:48

94. Imanol Erviti (Movistar)a 1h20:55

105. Jonathan Lastra (Caja Rural) a 1h26:43

150. Aritz Bagües (Euskadi-Murias)a 2h00:15

152. Jon Aberasturi (Caja Rural) a 2h02:24

166. Lennard Hofstede (Jumbo)a 2h43:53