bilbao - A Primoz Roglic el Mortirolo se le cayó encima. Le sepultó. La montaña que agitó Nibali, el campeón de las mágicas terceras semanas, el que resucita, Lázaro, le dio sepultura en el Giro. Una lápida para el saltador de esquí que, estrellado contra una mole tremenda, perdió una plaza en la general. No hubo sol, pero el esloveno se quemó por dentro. Ícaro. Se desprendió del Giro Roglic como las lágrimas que recorren el rostro bajo la lluvia. Al especialista contra el reloj se le pararon las manecillas. Su reloj marcó retraso en Ponte di Legno. 1:23 respecto a Richard Carapaz, que afianzo su liderato, Vincenzo a Nibali, que ahora es segundo, y Mikel Landa, cuarto. El alavés está a 1:06 de Roglic, tercero. “Ahora tenemos que inventar algo para tratar de coger la maglia rosa, pero no será fácil porque Carapaz está demostrando que es un corredor muy sólido”, expuso Nibali. Al ecuatoriano le protege Landa, que cogió el asiento de Majka, otro perjudicado del tremendismo del Mortirolo. Landa es el mejor alfil de Carapaz, que se enfatizó en la gran montaña del Giro. El ecuatoriano es más líder. Arrancó otra hoja de la Corsa rosa después de tachar a Roglic, al que temían los escaladores. En el Mortirolo, después de que Cevo y Aprica, los sustitutos del Gavia, dejaran una escapada numerosa de la que el histriónico y espasmódico Giulio Ciccone resultó vencedor, se retrataron los jerarcas de la carrera.

Nibali, ambicioso, con esa manía tan suya de elevarse varios palmos sobre el resto en la tercera semana, - la que se presupone decadente por eso del esfuerzo y la fatiga- continuó lanzando cohetes. Día de boda para Nibali, que asomó con los dientes afilados. El Tiburón, rebelde, revolucionario, lanzó su primera dentellada a la yugular de Roglic, la obsesión de todos. También de Carapaz y Landa, temerosos ambos de los soliloquios del esloveno en las cronos. “Las alianzas se forman naturalmente en el camino entre equipos con objetivos comunes, no están organizados de antemano. El equipo se desempeñó bien y logramos deshacernos de Roglic”, describió Alberto Volpi, director del Bahrain, la casa del siciliano. Nibali, valiente, disparó su cotización en el parqué bursátil del Mortirolo, una montaña despiadada incluso sin el Gavia, que se quedó en el cajón por el peligro de avalanchas. A Roglic, la sacudida de Nibali le oxidó de inmediato. Se roñó. El esloveno, desgastado, laminado, no dispone del cambio de ritmo de los moradores de las cumbres, tipos como Carapaz y Landa, que compartieron sidecar mientras Pedrero, uno de los peones del Movistar, observaba a Nibali con prismáticos. El líder y Landa mantuvieron la calma. Nibali se despegó pero quedaba sedal del que tirar en una montaña que exige 45 minutos de molienda. “En el Mortirolo, cuando ha arrancado Nibali pretendíamos mantener la situación mas o menos bajo control, que no se nos fuese mucho la mano con las diferencias y mantener el grupo unido, ya que éramos mayoría”, expuso Carapaz, rostro de campeón. En ese altar del ciclismo que es el Mortirolo, Roglic supo que le esperaba un calvario y una cruz que arrastrar. Como el tatuaje que le invade el antebrazo derecho.

Era el recuerdo de la crucifixión al que le sometió Nibali entre las pantagruélicas rampas de Mortirolo, el Saturno que devora a sus hijos. En mitad de la mole que evoca el ciclismo en toda su dimensión, en su grandeza, su miseria, su crudeza y su épica, se desplomó el cielo. Una cascada de agua en un día de ciclismo majestuoso y salvaje. Lluvia, frío y un manto opaco de niebla para convertir el Mortirolo en una bestia parda. En ese lugar, en el límite de la resistencia, Landa domó a Nibali. Le colocó el bozal. El alavés, sereno, calculador y dominante posó a Carapaz sobre el rastro del Tiburón. Mientras Ciccone y Hirt debatían entre rampas, Carapaz, Landa, Nibali, Miguel Ángel López y Hugh Carthy compartían comandita. Roglic y Yates, escurridos, boqueando su derrota, cedían un minuto, la distancia por la que el líder suspiraba para afrontar el cierre de Verona. Carapaz tiene pie y medio pisando en la Arena. A Roglic se le embarró el Giro, incapaz de abandonar las arenas movedizas de las montañas, que le hunden cada más. El esloveno que voló en la primera semana apenas tiene horizonte, presionado por Landa, a 1:06 de Roglic, al que le que le restan un par de días con malas pulgas. El esloveno llevaba una montaña gigante a cuestas.

alianza contra roglic El entente entre Carapaz, Landa y Nibali sometió al esloveno sin solución de continuidad en el Mortirolo, convertido en una pasarela de desolación. “Aunque sin el Gavia, ha sido un día durísimo, sobre todo, desde que comenzó a llover en el Mortirolo. Hemos colaborado con Carapaz y Mikel Landa para ganar el mayor tiempo posible respecto a Roglic”, apuntó el siciliano. Era un día de perros. Un pasaje al infierno y a la agonía. “Un día bastante difícil, sobre todo por el clima y los metros de desnivel que teníamos por delante”, dijo el líder. Al cobijo y al amparo de Landa, maestro de ceremonias del Movistar -la batuta de Sciandri en el Giro es evidente en las prestaciones del equipo-, discurrió feliz Carapaz, consciente de la pesadilla que abrazaba a Roglic, peleado con la ley de la gravedad. El esloveno estaba grapado al asfalto acuoso. El espejo le devolvió una mueca constante desde que la marcha de Pedrero le desenfocó. El repunte de Landa le alejó aún más de su perfil más fotogénico. Roglic, que aún tiene la cara marcada por la caída camino de Como, se aferró a Simon Yates, otro náufrago del Giro, para concederse unas migas de esperanza que al menos le validen el podio. Allí se aproxima el corajudo y disciplinado Landa, el mejor relevista para Carapaz, que comprobó que su rival, hundido Roglic, no es otro que Nibali. El siciliano irredento se acomodó al compás de Landa. El péndulo del murgiarra era el réquiem de Roglic.

Ganada la cumbre, con Ciccone y Hirt en cabeza, tiritaba el Giro para Roglic, con 1:15 de pérdida ante Landa, Carapaz y Nibali. Metros antes, Miguel Ángel López lanzó su apuesta con la ayuda de Pello Bilbao, descolgado de la fuga inaugural. En el descenso, chorreando la carretera, que supuraba agua corriente abajo, nadie arriesgó. Hacerlo era un suicidio. Una caída segura. Tambaleándose por el frío, acampando en las entrañas, metido hasta el tuétano, discurrió el camino hacia Ponte di Legno. Ciccone no podía hablar. Castañeaba su mandíbula, tieso por el frío después de despreciar un chaleco en la cumbre. Hirt, con el rostro rojo, racaneaba. Por detrás, el grupo de Carapaz atrapó a López. Se serenaron los favoritos. Se tomaron un respiro mientras Roglic buscaba el remonte río arriba junto a Simon Yates. La travesía de los salmones. Recortaron tiempo. Se aproximaron hasta los 40 segundos. Alertados los favoritos, Caruso, uno de los muchachos de Nibali, que procedía de la escapada, aceleró la marcha. Nibali le arengó. También dieron un paso al frente Carapaz y Landa. El gesticulante Ciccone desnudó a Hirt en el esprint final y anunció con una alarido, lanzando las gafas al aire, la irrupción de los favoritos: Carapaz, Nibali y Landa. Todos, salvo Roglic, que se dejó 1:23. Enterrado en el Mortirolo.