EN Vinci soplaba muchísimo viento y estábamos con las orejas tiesas porque, en principio, nos esperaba un día muy complicado y de mucha tensión. En la charla nos enseñaron cómo iba a entrar el viento, las intensidades... En estas etapas que pueden ser más complicadas porque puede aparecer el viento y resultar traicionero, se suele llevar un coche por delante, a modo de lanzadera, con un preparador que va dando indicaciones al coche del director de los posibles puntos de riesgo por culpa del viento. Tenemos información al momento sobre qué es lo que nos vamos a encontrar. Desde el coche nos fueron transmitiendo buenas señales: el viento había amainado y en el primer tramo, entre valles, apenas entraba. De todos modos, estuvimos a la expectativa de cuándo iba a entrar el viento, siempre alerta. Así fuimos durante 214 kilómetros, hasta que la situación explotó en el último cambio de dirección a falta de seis kilómetros a meta. Fue entonces cuando se juntó la caída y el corte. Nos tocó remar para entrar en el grupo cabecero. Una etapa que por números tenía que ser sencilla, se complicó por la tensión y la obligación de estar atentos en cada momento a la espera de que surgiera el viento. Hubo mucha fatiga mental por estar tan concentrados todo el tiempo.