En el autobús del Bora, la casa rodante del líder de la presente edición de la Itzulia, Max Schachmann, todo era alegría al mediodía en Gasteiz. La fiesta duró hasta bien entrada la tarde en Arrigorriaga. Los altavoces, a tope, escupían rock&roll en el inicio y algo de música disco. La euforia de la juerga de Maxmann llegó hasta el final, con el líder danzarín, las gafas colgándole del maillot en el frenesí del esprint, como cuando uno se va a pasarlo bien y le sorprende el día danzando entre desconocidos y no cae en la cuenta. El after hour lo encontró el alemán en la calle Severo Ochoa de Arrigorriaga, donde derrotó al imberbe Tadej Pogacar, Adam Yates y Jacob Fuglsang, los que surgieron del sotamano de Zaratamo, tierra de frontón, de Mikel Urrutikoetxea y de Danel Elezkano. Campeones. También tiene ese aspecto el voraz Schachmann, que consumados cuatro días de competición, abandonó la sala de prensa comiendo un bocata del catering. Es un hábito adquirido en la Itzulia. Merienda para el muchacho. Hambre de gloria.

En la lúdica sonrisa del alemán se advierte el gozo y el jolgorio de un equipo pinturero y disfrutón, de fiesta en la Itzulia. Dice Peter Sagan, el DJ del Bora, donde corre el líder de la Itzulia, que al ciclismo hay que darle alegría, ruido y diversión. El chupinazo de Schachmann reproduce esa idea. El germano continúa brincando su felicidad. De bote en bote a través de la carrera vasca, que adelgaza la lista de candidatos ante el hat-trick del germano, que chapoteó su dicha en Arrigorriaga, donde festejó otra victoria y diez segundos de bonificación. Otro trago de felicidad en una Itzulia que sabe a champán para él. “Quería ganar otra vez. ¿Por qué no?”, dijo el líder. Schachmann ganó porque sí. Es su rutina. El alemán tiene el reloj de oro de la Itzulia enroscado en su muñeca desde la crono inaugural. Aventaja en 51 segundos a su compañero Patrick Konrad y en 52 a Ion Izagirre. El ciclista de Ormaiztegi perdió 19 segundos entre la tardanza en meta y la bonificación.

El líder mostró su capacidad para resistir el envite de Adam Yates en la subida a Zaratamo desde la vertiente de Arkotxa, donde durante años se celebró la procesión de Semana Santa. Este año se ha suspendido. Le tomó el relevo la Itzulia. Antes de entrar al barrio, donde se reproducían las tres caídas de Jesucristo con la cruz al hombro, Pello Bilbao se cayó. Trazó pésimamente Lutsenko y Serry y Honoré patinaron, derribando al ligero gernikarra. La caída descontó a Pello Bilbao. Un vía crucis. La tortuosa senda de la Vuelta al País Vasco. Disparado el grupo de favoritos, o los que le quedan a una ronda amputada por la hoz de las caídas, en Arkotxa se agitó la carrera al son de los tambores del Mitchelton, decidido en reponer el honor de Yates, manchado en el sterrato. Entre las agujas de lluvia, agua purificadora para el inglés, elevó el mentón Yates en la subida a Zaratamo.

En el segundo escalón del puerto, Yates era el primero. Su latigazo puso en guardia a Fuglsang, Pogacar, el joven que asusta por su calidad, y Schachmann, el inopinado líder. Fueron los que mejor reaccionaron. Los únicos. El teutón, tozudo, se enconrajinó y pudo atarse a la cordada. No así Ion Izagirre u Omar Fraile, que se arrugaron en el esfuerzo. “No hemos tenido piernas”, confesó el de Santur-tzi, un cazador de etapas. En la Itzulia, Schachmann es el francotirador. “La etapa me venía bien. Ganarla era un objetivo”, describió el germano, que acumula brillo en la estantería y palmarés en su currículo. Yates centrifugó los pedales y el líder, oculto bajo un impermeable negro, se soldó al inglés. Pogacar y Fuglsang se unieron a la refriega. En el retrovisor boqueaban Ion Izagirre, Landa, Fraile, Dan Martin, Felipe Martínez... El descenso fue una catarata. Surf entre Zaratamo y Arrigorriaga. Pogacar pareció coger la ola buena, pero le descabalgó Schachmann a un palmo de meta. A merendar.

Antes, la música atronaba en el Campo Base del Bora. Llovió, pero no por la música. Es la Itzulia y estas cosas pasan con frecuencia en abril. A una brazada del Bora, en el bus del Sky, Michal Kwiatkowski revisaba la bicicleta y se palpaba el físico, tocado tras la caída que empujó a Julien Alaphilippe al arcén en Estíbaliz. El francés no tomó la salida. El polaco duró algo más sobre el asfalto acuoso, pero también decidió que aquello, una travesia en medio del aguacero, en carreteras que eran espejos, no era el mayor de los estímulos. Se arrancó el dorsal y se olvidó de la Itzulia. Lo mismo que Jonathan Castroviejo, hospitalizado, con la clavícula derecha fracturada. El vizcaino deberá pasar por el quirófano. Jon Irisarri, con fractura en la cabeza del radio del brazo izquierdo, también se quedó sin carrera. Jon Aberasturi, su camarada en el Caja Rural, tampoco amaneció. La Itzulia, amputada.

lluvia y peligro A la carrera, tan lustrosa en el inicio, se le reprodujeron las caries, estropeado el esmalte de su sonrisa tras la caída del día anterior. Vilela y Roche también fueron espaldas mojadas. Al suelo. Ambos abandonaron en una jornada con goteras. Nubes como plañideras. De luto. En ese ambiente oscuro, de gamas grises, desde los tonos plomo a los marengos y el termómetro castañeteando la dentadura, Verona (Movistar), Williams, (Bahrain), Monfort (Lotto), Grmay (Mitchelton), De Marchi (CCC), Storer (Sunweb) e Iturria (Euskadi-Murias) corrieron la cortina de agua para tratar de dar claridad en un día con aspecto de galería minera.

Se subió la cremallera el pelotón, abrigado e impermeabilazado para enfrentarse a un tránsito tremendamente húmedo, duro y exigente. El mal tiempo, lanzando puñetazos en el rostro de los ciclistas como Mike Tyson, El Terror del Garden. La carretera, masticando corredores. Saturno, devorando a sus hijos. “Se ha sufrido muchísimo. Estábamos congelados”, desgranó el líder de la Itzulia, ya seco, en la sala de prensa tras acumular su tercer triunfo. Entró en calor la jornada cuando De Marchi y Verona desgajaron al resto de sus compañeros de fuga en Bikoitz Gane, el primer coloso de la ronda vasca, que llamó a la niebla. La montaña vizcaina, con un pie en Zeberio y el otro en Orozko, puso a dieta al pelotón, acelerado. Se olía el peligro, tan presente, y llegaba, a lo lejos, el aroma de las flores de meta, como cuando se escuchan los goles en Santo Cristo, el campo de fútbol del Padura, aunque los goles sean en propia puerta y los consiga un carrilero.

Arrigorriaga debe su nombre a una batalla, la del Padura. De Marchi y Verona no estarían en esa lucha. Aniquilados por el ritmo del pelotón. En el lugar de las piedras rojas, por eso de la sangre vertida en la guerra, esperaba el éxtasis y el paseo triunfal. La pelea se fraguó en Zaratamo, donde se despiezó la carrera, que enfila las dos jornadas decisivas alrededor de Eibar. En la subida, Yates cargó con todo. En la mochila se llevó a Schachmann, Pogacar y Fuglsang. Los cuatro cruzaron el riesgo de una caída en un descenso vertiginoso en una carretera de cristal para batirse en duelo en Arrigorriaga. Se reflejaba el miedo. “Odio los días de lluvia y las carreteras mojadas”, expuso el líder de la carrera. En el baile de la victoria, en la danza de la lluvia, se destacó el alemán. Schachmann sigue de juerga.