bilbao - En la Kuurne-Bruselas-Kuurne, la clásica que en lugar de champán ofrece cerveza por el campeón por eso de que en Bélgica el agua de grifo cae mezclada con cebada y lúpulo, se imaginaba un esprint a modo de espuela. El último trago. Se supone que ese debía ser el final de los finales, clasicómanos agarrando la parte baja del manillar, sacando los codos y en posición felina. Eso era lo que se estimaba, pero no lo que Bob Jungels quería. El campeón de Luxemburgo desestimó la idea de una volata para resolver una clásica con la dureza exacta para los velocistas que no son esprinters puros. Jungels no es el más rápido, pero es intuitivo y clarividente y dispone de un motor de gran cilindrada. El luxemburgés posee el formato de rodador que acumula una clase excelsa y la capacidad de sorpresa suficiente. Jungels se estrenó en el Tour de Colombia en una acción similar que le otorgó ayer la gloria. En las carreteras belgas acudió a su manual de estilo para noquear a un ejército en un ejercicio magnífico. Jungels se alistó a una contrarreloj que supuraba frenesí para llevarse una victoria de película.

El luxemburgués hizo trizas los pronósticos cuando se cosió al grupo que asaltó a las bravas la clásica en el último muro del recorrido. “En los adoquines de Varent quise adelgazar el grupo y nos escapamos los cinco”, dijo el vencedor. Tomada la cota junto a Magnus Cort Nielsen (Astana), Sebastian Langeveld Education First), Ballerini (Astana) y Olivier Naesen (AG2R La Mondiale). Los fugados se despegaron del pelotón a falta de 60 kilómetros, dispuesto el gran grupo a solucionar el entuerto con la calculadora, pero sus piernas se quedaron cortas frente al empuje de Jungels y sus colegas. Ampliaron la renta y se fueron por encima del minuto de ventaja. Por detrás, el gran grupo se empantanó en alguna que otra montonera antes de acceder al circuito final, una planicie ideal para poner la sirenas y perseguir sin desmayo. La clásica se apretó. Jumbo y Bora lijaron con entusiasmo con la idea del esprint como mandato máximo. Jungels, advertido de la presión, negó la mayor. Despegó. Insumiso. Rebelde. Atacó con ferocidad y determinación. “Vi que era el más fuerte y calculé que podía hacer una crono de 15 kilómetros”, expuso Jungels, que no miró para atrás, allí donde transcurre el pasado y la memoria hace postales con los recuerdos.

una crono perfecta Jungels prefirió la acción. Darle velocidad a su película. Amoldó el cuerpo a la fisionomía que exigen las cronos. Metió la cabeza en el pecho, colgó la manos del manillar y dispuso sus piernas para un ejercicio de resistencia y velocidad. Enfocado en el objetivo, Jungels rodó sin distracciones, con determinación y disciplina, como un opositor que busca un trabajo que le solucione la vida. Entonces retumbó la campana que anunciaba la última vuelta y su eco sonó a réquiem para el pelotón. Música celestial para Jungels, que no cedió ni un palmo. Continuó con la tozudez propia de los visionarios, refractarios a la claudicación. El luxemburgués no se ausentó ni una pulgada de su misión. Acentuó el esfuerzo mientras a su espalda la manada de lobos recogía a sus excompañeros de aventura. Jungels, poseído por el espíritu de quienes se lanzan a por las grandes gestas, se personó en la meta tras filmar un final apoteósico. Cine de autor.