SI ayer Bilbao fue una sauna, Miribilla se convirtió en el infierno. Los abanicos se movían a son de la pelota y el calor convirtió el partido en épica, en una lucha entre guerreros donde únicamente se mantuvo en pie el más fuerte. Por la temperatura parecía Melilla, pero el público ya se preocupó de que siempre fuera la capital vizcaina. Porque, desde que comenzó la temporada, el Bilbao Arena ha sido la cancha más tenaz de la LEB Oro. La que más gente reunía. Y ayer volvió a rozar el lleno. La gente tenía ganas de que su equipo jugara de nuevo por la gloria. Como en los buenos tiempos. Como por la Liga Endesa o, mejor, como por la Euroliga. Ayer el premio era menos suculento, pero el éxito de un minuto paga el fracaso de años. Así que ayer Miribilla no solo condicionó, sino que se puso en cortos y saltos a jugar. Sudó. Como lo hizo hace una semana ante el Palencia. Y como lo hará esta tarde ante el Palma. Sudó de celebrar canastas, sudó de lamentarlas. Sudó de aplaudir a los suyos y de arengar a los árbitros. Sudo por todo, así que nadie se acordó del calor.

Y eso que el partido no comenzó bien para el Bilbao Basket. Después del pequeño terremoto que originó la presentación de los jugadores, un seísmo que muchos de los presentes tardarán en olvidar, el Melilla puso el baloncesto. Los hombres de negro pagaron el lleno con unos nervios que les servirán de experiencia para lo que les espera esta tarde. Así que fue realmente Miribilla quien mantuvo a su equipo en el partido. Por eso se trajo la Final Four a la capital vizcaina. Para que la mejor afición pudiera demostrar de qué pasta estaba hecha. Engatusó a los árbitros, masticó la tensión para después soltarla sobre la cancha. Como en el Coliseo Romano, ayer el Bilbao Arena se jugaba el todo o nada. Vivir o morir. Y la afición vizcaina escogió la vida. Así que encumbró a Salgado a los altares de la historia, cogió al único jugador que no parecía noqueado por el ambiente y, a sus 38 años, le hizo inmortal. Fue el base quien, sobre la bocina del primer tiempo, puso el empate en el marcador. El Bilbao Basket no lo merecía, pero su afición sí. Las cerca de 8.000 personas que dejaron sin aire Miribilla sacaron sus bufandas al aire. A 30 grados, y tras haber igualado un partido muy gris, la piel estaba de gallina, pero quién sentía frío.

El tercer cuarto comenzó como el guion de una película escrita por Mumbrú. Con los hombres de negro, por fin, dominando. Entonces el Bilbao Arena subió decibelios. Silbó cada ofensiva norteafricana con tanto ahínco que muchos mantendrán el timbre en sus oídos durante algunas semanas. Aplaudió el triple de Rafa Huertas con tanto fervor, que alguno estará varios días sin poder usar las palmas. El Melilla ponía ganas, pero tras los nervios iniciales el Bilbao Basket tranquilizó su mente y dejó hablar al baloncesto. Fue entonces cuando el conjunto vizcaino se fue de seis y la afición enloqueció. Las canciones de megafonía sonaban mejor, los aplaudidores comenzaron a cobrar sentido y hasta los colegiados empezaron a caer con más gracia. A falta de un minuto, Schreiner metió los dos tiros libres que tranquilizaban la contienda. Miribilla por fin pudo exhalar el suspiro de tranquilidad que tanto se había guardado. A falta de treinta segundos, Lammers sumó el punto que garantizaba la victoria. Y, entonces, el Bilbao Arena estalló.

Con el Palma en mente El tiempo todavía corría incansable, pero ninguno de los seguidores lo miraba ya. Sin cutículas y empapadas, las cerca de 8.000 almas que acudieron a la cita se entregaron a la locura. Los jugadores agradecieron sobre la pista la victoria que su afición le regaló ayer y, entre ovaciones, se marcharon de la pista. Miribilla, sin embargo, no se movió. Porque todavía queda una batalla para conseguir el ascenso. Todavía queda el Palma. El equipo insular, que no quiso perderse el partido del Bilbao Basket, sabe de sus opciones; pero sabe que el Bilbao Arena también juega. Y vaya cómo juega.