SABES lo que hacía yo, José Luis Korta, con ese tío? ¿Sabes lo que hacía yo, Txus? Le ponía unos clavos de los que usamos en invierno y le ponía a subir y a bajar el Serantes. Una y otra vez. ¡Arriba, abajo! ¡Di! ¡Da! Ya verías entonces cómo iba a saltar ese tío a por los rebotes. Ya verías cómo iba a dejar de hacer cuentas con la máquina registradora antes de bajar a defender. Mándale conmigo a la trainera y en dos semanas te lo devuelvo hecho un hombre".

La carcajada rebota sonora, sana, distendida, en los transparentes cristales y en el brillante acero del señorial ascensor que corona el gigantesco hall del Hotel Meliá de Bilbao, artefacto que tan silencioso como gana altura y perspectiva se posa en la última planta, la más noble, del lujoso establecimiento, allí donde anidan suites con camas cuyos pies se posan, a través de románticas terrazas, sobre el acero del Palacio Euskalduna, sobre el césped del parque de Doña Casilda, sobre el espejo de la ría, sobre el asfalto de Deusto. Ni siquiera los dos empleados que guían a José Luis Korta, a Txus Vidorreta y a Joaquín Caparrós prosperan en su intento, muy profesional, de reprimir una sonrisa. La campechanía de Korta lo hace todo mucho más sencillo y distendido. Su locuacidad no sólo rompe el hielo de una tarde, la del pasado viernes, que ya desde su prólogo matinal se anunciaba gélida: también proporciona una pista a Vidorreta en su ya casi desesperado intento por sacar algo de provecho de Jerome Moiso, un jugador llamado a personificar el pretendido salto de calidad del Bizkaia Bilbao Basket, aún pendiente. "A tu equipo sólo le falta un poco de la agresividad del año pasado. ¿Viste el partido del Athletic contra el Villarreal? Pues ése es el camino. ¡Y no hay más!", diagnostica el doctor Korta y ríen Caparrós y Vidorreta, y con ellos los empleados del hotel, incluso el que porta una bandeja con una botella de Moët y tres copas, una para cada señor de Bizkaia, una para cada uno de los artífices del resurgir del deporte vizcaino en el agonizante pero inolvidable 2009, un año que en unas pocas horas se alojará para siempre en el nicho de nuestra biografía particular pero que permanecerá vivo, por siempre, en nuestra memoria colectiva: el año que Bizkaia recuperó el orgullo perdido.

TRES HITOS PARA EL RECUERDO La disputa de una final de Copa (y qué final, contra el mejor Barcelona de la historia, en un Mestalla teñido de rojo y blanco) 24 años después generó en todo el Territorio una expectación, una felicidad y un sentimiento de identificación y pertenencia desconocidos para generaciones enteras, aquellas que no vieron parar a Zubizarreta, despejar a Goikoetxea, templar a De Andrés, gambetear a Sarabia, centrar a Argote o rebañar a Dani; el excelente estreno europeo, en el que apenas dos posesiones le separaron de optar al título en la Final a Ocho de Turín, que elevó a la más exitosa y sólida franquicia de cuantas ha conocido el baloncesto vizcaino, el Bilbao Basket, hasta cotas de popularidad insospechadas hace apenas un lustro; y la reconquista, 24 años después, del trapo más preciado del Cantábrico, la Bandera de La Concha, por parte de una tripulación vizcaina, la legendaria trainera de Kaiku (cuya sequía en aguas donostiarras se remontaba a 1982). Estos tres hitos configuran un 2009 difícilmente superable en sobresaltos y emotividad, en alegrías y tristezas. Un año vivido tan intensamente que Caparrós, Vidorreta y Korta, accediendo gustosos a la invitación de DEIA, quisieron despedir por todo lo alto, con un brindis en una de las atalayas más privilegiadas de Bilbao. Desde allí contempló Caparrós el arco de San Mamés, cabecero de sus sueños; desde allí intuyó Vidorreta las luces intermitentes que dan contorno y envergadura a la torre del BEC, escenario en pocas semanas de la electrizante Copa de baloncesto, y desde allí percibió Korta los matices de la Ría, su olor a sudor, su sabor metalúrgico, su color esperanza, verde como Kaiku.

UN 2010 PLAGADO DE RETOS La vista, impactante pero relajante; la brisa, suave pero heladora, y el sorbo de champán, protocolario pero concienzudo, sedimentan el orgullo por lo obtenido y, al mismo tiempo, inspiran nuevos desafíos, el combustible de todo deportista. Caparrós mira atrás y ve la plaza Elíptica atestada de gente, y escucha a San Mamés rugir como nunca en una paradisíaca noche de perros ante el Sevilla, y siente el impulso de un pueblo en el callejeo que condujo al autobús del Athletic hasta el estadio de Mestalla, teatro de su último gran sueño, volver a ser campeón, un camino que, aunque intrincado y pedregoso, emprende ahora en dirección norte, el camino de Europa. "Mantener la ilusión de este año, ésa será la clave. Y el trabajo, por supuesto", afirma el técnico andaluz, estajanovista convencido, de dichos y de hechos. "En Liga debemos aspirar a ser competitivos y en Europa, a llegar lo más lejos posible", dice sin marcarse un objetivo concreto, sin ponerle puertas a un campo por el que su tropa campa victoriosa últimamente.

Vidorreta, tal vez por aquello de que el momento de su equipo no resulte tan poético como el del Athletic, mira con rictus serio y pensativo al frente, hacia el norte, y entre la bruma intuye, recortado, un motivo para la esperanza: el perfil del BEC, su hogar provisional, feudo granítico en el que su Bizkaia Bilbao Basket tratará el próximo mes de febrero de depositar, ante más de 15.000 entusiastas aficionados, su primer trofeo en su aún virgen vitrina. "Será un gran acontecimiento para el club y para la ciudad, pero no sólo podemos pensar en la Copa", dice, en un claro intento de restar carga emocional y dramática a un evento en el que la entidad ha depositado muchas y grandes esperanzas.

Korta, el único que se anima con un segundo sorbo, tal vez para armarse de valor minutos antes de echarse a la fría Ría con sus remeros, no le pone ningún pero al curso que agoniza (la jerarquía que confiere la Bandera de La Concha la apuntalan los títulos vizcaino, vasco y estatal), pero lo considera un capítulo cerrado. Un asunto del pasado. Si acaso, a lo sumo, una fuente de inspiración de cara al reto más fabuloso al que puede enfrentarse un deportista de elite: mantener el equilibrio una vez alcanzada la cima. "No podemos perder el hambre de ganar. Si este año lo hemos hecho, ¿por qué no vamos a ser capaces de repetir el año próximo?", se pregunta con la determinación de quien conoce la respuesta.

El ascensor deshace su camino vertical y deja a sus insignes ocupantes en el hall, presidido ahora por el rumor de su presencia. Txus Vidorreta y Joaquín Caparrós se despiden antes de que una marabunta de cazaautógrafos devore a José Luis Korta... ¿O fue Korta quien devoró a la marabunta?