Marisa González tiene 82 años pero no ha perdido ni un ápice de la creatividad que le ha acompañado durante toda su vida. “Tuve el privilegio de ir durante dos años a la central de Lemoiz para documentar su desmantelamiento y me llevé coches enteros con ese material, hice proyectos en Asia... Ahora, ya no los hago, pero sigo realizando obras con plantas y flores que me encuentro”, explica esta creadora bilbaina que convierte lo cotidiano en arte.
Marisa González (Bilbao, 1943) fue una adelantada a su tiempo, una de las primeras artistas en incorporar tecnologías emergentes al proceso artístico. Ha usado la cámara de fotos, la fotocopiadora, el vídeo, e incluso el net.art (arte para internet). Siempre ha habido una herramienta entre su obra y ella.
Azkuna Zentroa presenta Un modo de hacer generativo, la primera gran exposición individual en una institución vasca de la artista bilbaina, una de las figuras más destacadas del arte contemporáneo estatal. Comisariada por Violeta Janeiro Alfageme, su original trabajo llega a Bilbao tras su paso por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, reuniendo obras que abarcan más de cinco décadas de su creación, y dando más peso a proyectos muy queridos relacionados con Bizkaia, como el de la fábrica de pan Harino Panadera y la central nuclear de Lemoiz. Ambos proyectos, ha explicado el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Bilbao, Gonzalo Olabarria, “destacan por su conexión con el paisaje industrial y la memoria histórica de la ciudad. La fábrica es un viaje a nuestro pasado colectivo, vista a través de un lugar que fue testigo de la infancia de Marisa y que muchos recordamos a través de su obra”.
Conciencia feminista y contacto con medios tecnológicos
“Salí de Bilbao con las manos vacías y he vuelto con las manos llenas. Agradezco a esta sociedad que me ha dado la oportunidad de construirme como persona y como creadora”, ha dicho en la presentación de su retrospectiva la artista bilbaina, que desde sus inicios en los años 70 ha explorado medios como la fotocopiadora, el fax y los ordenadores personales, mucho antes de que estos dispositivos fueran de uso común en España.
Marisa González se preparó en Bilbao en la Academia Da Vinci para acceder a los estudios de Bellas Artes en Madrid, una carrera que después fructificó en Estados Unidos, escenario de su toma de conciencia feminista y de su contacto con los medios tecnológicos.
“Había terminado la carrera de piano aquí en Bilbao, pero eso de pasarme el día sentada en un taburete repitiendo la misma partitura para que sonara medianamente bien, no era lo mío”, ha confesado. Su inquietud la llevó luego a Estados Unidos, al Art Institute de Chicago donde cursó el máster Sistemas Generativos: Arte, Ciencia y Tecnología. “En 1971 mi pareja y yo nos fuimos a Chicago a hacer un máster. Cada uno en lo suyo, él en Economía, y yo en el Art Institute. Yo tenía claro que no quería pareja artista, porque sabía que acabaría limpiándole los pinceles y encima dando clases para mantenerlo”.
Allí conoció a la profesora Sonia Sheridan, que colaboró con ella en adelante. Desde entonces estudiaría el procesamiento de las imágenes en múltiples ocasiones para lograr distintos efectos visuales, texturas y tonos, posibilidades potencialmente infinitas de variaciones, superposiciones y fragmentos. Allí inició su obra tecnológica con la primera fotocopiadora de color del mundo.
En 1977 volvió a Madrid y se encontró con un mundo artístico dominado por la pintura, el expresionismo, y por los hombres. “Es cierto que la historiografía nos cuenta que el arte feminista comienza en los años 90 , pero creo que a través de Marisa González podemos discutirlo y podemos leerlo de otra manera, podemos entender no solo su trabajo como una crítica social, sino como un arte feminista a través de una mujer profundamente comprometida no solo con su contexto del asociacionismo, sino también través de su obra. Marisa González tiene una carrera dilatada, es cierto que injustamente no ha tenido la visibilidad que merecía por eso ha sido muy interesante poder discutir con ella toda una trayectoria y poder sacar del cajón obras que no se habían visto y entenderlas desde el momento actual”, explica la comisaria Violeta Janeiro.
Harino Panadera de Bilbao
La muestra reúne algunas de sus series más significativas, como Violencia mujer, que incluye la obra La descarga (1975-77) o la serie Presencias (1981) con la que apuesta radicalmente por el reciclaje y resignificación de objetos. Otra de ellas es Ellas, filipinas, “un proyecto crucial para mí, porque muestra la sociedad de hoy, las diferencias tan grandes que hay. Viajando a Asia, mi pareja y yo hicimos una escala en Hong Kong. Como era domingo, el centro estaba ocupado por miles de emigrantes filipinas que trabajan y viven internas en casas de sus empleadores, y se reunían y festejaban en su único día libre. Entrevisté a esas mujeres, y con ellas creé ese proyecto fotográfico y documental”, explica Marisa González.
Entre los proyectos que más llaman la atención está La Fábrica, que engloba una exposición de fotografías, vídeo e instalaciones del vaciado y derribo de la fábrica Harino Panadera de Bilbao. Al mostrar en imágenes digitalizadas y manipuladas ese proceso, González quiere acercarse a la realidad económica y social, mostrando a través de la destrucción de una fábrica real una metáfora de la crisis social en el cambio de siglo.
Y, por supuesto, el proyecto de la central de Lemoiz. González estuvo dos años llevándose material de la central, consiguió que la empresa que había obtenido el contrato para desmantelar el interior de la central le firmara un papel que le permitía documentar el proceso y también llevarse materiales para la creación artística. “Los obreros estaban allí trabajando, cortando el metal con fuego, y me veían a mí disfrutando con mi trabajo, con la cámara. No lo entendían”, ha recordado. La exposición se puede ver en Azkuna Zentroa hasta el próximo 18 de enero de 2026.