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“El éxito es una droga poderosa y tocar e ir de gira, una especie de adicción”

John Illsley, el bajista y cofundador de Dire Straits, narra en un libro el ascenso del grupo, n.º 1 en los 80, y la exigencia y la presión que sufrieron

“El éxito es una droga poderosa y tocar e ir de gira, una especie de adicción”José Mari Martínez

Espoleados por la máxima “éxito sí, fama no, gracias”, Mark Knopfler y el bajista John Illsley, ascendieron a lo más alto de la cúspide del rock en los años 80, llegando a vender cientos de millones de discos. Mi vida con Dire Straits(Libros Cúpula) es la biografía escrita por el bajista, con prólogo del líder y guitarrista, en la que se narra el ascenso de estos “tipos normales” alejados del ruido y los excesos, así como las presiones, exigencias y problemas familiares que vivieron durante década y media de actividad. “El éxito es una droga poderosa y tocar e ir de gira, una especie de adicción”, escribe Illsley. 

El libro, que cuenta la historia de Dire Straits narrada por primera vez por uno de sus miembros fundadores, cuenta con un prólogo de Knopfler. “Para nosotros supuso una gran aventura y un viaje increíble, con toda su parte de comedia, absurdo, cansancio, locura y tristeza. Y John ha recordado gran parte de todo eso”, explica el mítico compositor y guitarrista sobre una publicación alabada por un buen número de músicos, de Mike Rutherford (Genesis), para quien “captura los inicios, la historia y la diversión de las bandas inglesas”, a Roger Taylor (Queen). En opinión del batería, es “un viaje inspirador a través del trabajo arduo, las dificultades y la emoción que suponen conducir una gran banda de rock hasta la cima del éxito”. 

El libro se inicia con el grupo dirigiéndose en una limousine al mítico Roxy Theatre de Los Ángeles, pero el camino hacia el éxito es muy similar al de miles de rockeros que tuvieron éxito en los años 70. Illsley nació en un pueblo desconocido, a 30 km de Leicester y 150 de Londres, en el seno de una familia burguesa, y la radio de galerna de su hermano mayor, Will, le descubrió, a través de Radio Luxemburgo, el rock y el r&b estadounidense. “Ahí se inició mi aventura con la música, que se me metió en los huesos y ahí quedó para siempre. La radio fue mi billete a esa dimensión”, escribe sobre un amor que se amplió luego a los Stones, The Beatles, Van Morrison, The Kinks, The Shadows, The Who, Dylan y un Joe Cocker que protagonizó el primer concierto al que asistió.

El joven y altísimo Illsley empezó con la guitarra hasta que se pasó al bajo porque ya existía guitarrista en su primera banda, The Knott, en un internado. Pasó por varios empleos, incluido uno aburrido en un banco a instancias de su padre y otro en una fábrica en el que casi pierde un dedo, antes de huir a Londres tras un grado politécnico que luego, a instancias de una novia izquierdista, acabó convirtiéndose en la carrera de Sociología. Pero él lo tenía claro, “yo quería tocar”, escribe, aunque no se le pasó por la mente el éxito profesional, ni siquiera ya asentado en la capital británica.

Y llegaron los hermanos

Primero compartió piso por Dave Knopfler y luego apareció su hermano mayor, Mark, a quien descubrió en su apartamento tras una noche de farra abrazado a su guitarra, entre botellines de cerveza. A partir de esos encuentros surgió Dire Straits, con el añadido del batería Pick Weathers, “un gran músico, fijo en los estudios Rockfield y más jazz que rock”. El nombre aludía a “la situación desesperada” en la que vivían sus miembros, en un piso de protección oficial y sin recursos. Por cierto, lo sugirió Simon Cowe, de la banda Lindisfarne. “No me pareció tan importante, si la música es buena se convierte en tu identidad”, escribe Illsley.

“Comprendí la importancia que tiene el bajo en la relación con la estructura armónica y la obligatoriedad de mantener el ritmo con la batería”, escribe sobre su instrumento principal en un libro escrito con honestidad y cierto toque irónico que narra todos los pasos del grupo, de la primera maqueta, apoyada por Charlie Gillet, de Radio London, a la grabación de todos sus discos. Del debut homónimo y nunca superado, “de una sencillez encantadora, solo con dos guitarras, bajo y batería”, al resto de una discografía en constante ascenso de ventas y popularidad. 

Las giras iniciales con Talking Heads y Styx; la necesaria contratación de un abogado y un mánager; la ascensión en las listas; los cambios en la formación, especialmente tras la marcha de Dave por rencillas con su hermano y líder, y la presión de “la caótica vorágine del éxito”, que pasó también factura al batería y al propio Illsley y a sus dos primeros matrimonios; los pormenores artísticos y personales de cada grabación y giras… Súmale ventas de discos, cada músico que colaboró con ellos, las visitas de los artistas de quienes aprendieron y ahora eran colegas, números de conciertos por giras, anécdotas como asaltos al escenario, confesiones de cuernos…. 

Desbordados por el éxito

Todo se refleja en un libro en el que queda claro que los integrantes del grupo, siempre defensores del “ir todos a una y de la experiencia compartida” con los fans, no fueron nunca estrellas rock al uso. Mark e Illsley, quienes se mantuvieron juntos hasta el final, nunca nadaron en montañas de cocaína, ni sumergieron coches en piscinas, ni destrozaron hoteles, ni aceptaron las múltiples compañías femeninas a la que tuvieron acceso. Solo unos músicos que se vieron desbordados por el éxito a partir de su tercer disco, Making Movies, en el que se abrieron a los teclados -de Roy Bittan, de The E Street Band- y sacrificaron parte de su encanto con álbumes cada vez más engolados, épicos y sinfónicos. El éxito resultó imparable con Brothers in Arms, con el que llegó “un sonido más rock” y las giras interminables en los que había que ofrecer “más que música, un espectáculo con proyecciones, láseres y pirotecnia”.

“El éxito es una droga y tocar en vivo e ir de gira, una adicción”, resume el bajista, que recoge su paso por la plaza de toros de Bilbao en el libro hasta llegar al estadio zaragozano de La Romareda, el 9 de octubre de 1992, donde la banda ofreció su último concierto. Ahí llegó la disolución, que nunca fue anunciada. El volumen se cierra con Illsley colgando el bajo -al contrario que Mark, que no ha parado de publicar discos propios, colaboraciones y bandas sonoras- y, con el tiempo, alternando hasta siete desconocidos discos bajo su nombre y la pintura. Eso sí, la relación entre ambos sigue viva. “Desde que vi a Mark sabía que sería un amigo para siempre”, escribe el bajista.