Planteado como un regreso a su niñez y juventud aunque alejado del recurso nostálgico y reconvertido en reivindicación de su presente como músico y persona, Van Morrison publica Remembering Now (Exile Productions), un disco monumental, a la altura de su leyenda y que acota sus numerosas influencias al soul con un barniz de folk gaélico y el apoyo de coros y arreglos orquestales suntuosos en lo que es su mejor trabajo del siglo XXI, en clave de pasado pero reinando en el presente.

Lo confesamos, a Van, figura capital de la música popular del último medio siglo y a quien este periodista, rendido, le dio un titular ligándolo a la divinidad laica tras uno de sus conciertos, le habíamos dejado de seguir. A sus directos, a menudo a medio gas, se unió una producción reciente pasable pero lejos de las bondades que le convirtieron en un artista imprescindible –de sus discos de versiones a lives y el más reciente de inéditos, What´s It Gonna Take?– y su postura desde la pandemia, con temas y declaraciones repletos de teorías conspiranoicas.

Tres años después, el León de Belfast publica Remembering Now, en el que se plantea un regreso a su niñez y juventud, a su Belfast natal que, en la práctica, acaba siendo también la vuelta a la excelencia. En sus 14 nuevas canciones, que se alargan más de una hora, en una operación de marketing ajena a las reglas del negocio, se proyecta aquel chaval y adolescente que creció con la banda sonora de la radio y se paseó por la mística avenida de Cyprus y Hyndfor Street mientras caía una lluvia impenitente y germinaban sus sueños al ritmo del tañido de las campanadas que llamaban a misa los domingos.

Remembering Now está grabado con su solvente banda –Richard Dunn (Hammond), Stuart McIlroy (piano), Dave Keary (guitarra), Pete Hurley (bajo), Colin Griffin (batería) y Alan Sticky Wicket (percusión)– y el añadido de colaboradores como el letrista Don Black, el violinista folk Seth Lakeman y, sobre todo, las cuerdas del Fews Ensemble, arregladas y dirigidas por Fiachra Trench, colaboradora de Paul McCartney y Elvis Costello, y que ya colaboró con el irlandés en Avalon Sunset de 1989.

Van, que esta semana actúa en Belfast y en julio compartirá escenarios con Neil Young, ha publicado esta maravilla hipnótica en formatos de vinilo doble negro, vinilo doble naranja, compacto, digital y hasta casete. Si obviamos la (de nuevo) portada horrorosa, el disco suena pletórico. Se ha dejado de bla, bla, blas conspiranoicos y su repertorio actual exuda una alegría incontenible frente a la ruina y depresión personal anterior. No sabemos si se ha enamorado de nuevo –¿hay vacuna o edad para evitarlo?–.

La habitual y rica mezcla de soul, jazz, blues, folk y country es hoy más restrictiva, y se centra en el soul con un halo de folk y la vista puesta en el latido de joyas de los 80 como Poetic Champion’s Compose y Avalon Sunset, y ese Enlightenment que abría la década siguiente. Así se aprecia desde el arranque, un Down to Joy que descubrimos en la película Belfast, de Kenneth Branagh, que reflejaba los años y el ambiente de la ciudad irlandesa donde creció Van.

El tema supone un retorno a su infancia y juventud, a esos años en lo que todos nos formamos y construimos. Van, canta, “esto es lo que soy, aquí es donde estamos” antes de rememorar cuando “tocaba esta guitarra que me llevó muy lejos”. Y lo hace con el brillo de sus mejores singles, con el latigazo resplandeciente de una melodía imperecedera y una conjunción armónica de vientos, guitarras, coros femeninos y Hammond. Y su voz, esa voz ancestral, que reniega del calendario y supura soul elegante desde la visión de un crooner situado tras una cámara capaz de congelar sus raíces.

Y la canción, como la que le da título, recuerda “los días dorados de juventud, nada más que la verdad, aquí es donde empecé, aquí es donde estoy”. Toda una declaración de principios de su pasión por la música, el leit motiv de su vida, el que le propulsa a coger aviones a los 80 tacos para volver, una y otra vez, a un escenario aunque, reservado hasta la enfermedad, casi nunca exprese su satisfacción al acercarse a un micrófono.

El álbum prosigue con un ferviente r&b en tributo a Ray Charles en If It Wasn´t for Ray, a quien le da las gracias por “estar donde estoy”, tal y como ya hiciera hace mucho con Jackie Wilson, e incluye baladas hermosas como Haven´t Lost My Sense of Wonder, clara autocita a su disco A Sense of Wonder en la que resalta su capacidad de asombro a sus 80 años, antes de arrojarnos a la cara, con suficiencia, varias canciones centradas en el amor. Back to Writing Love Songs con su guitarra y unas cálidas percusiones, no puede ser más clara, al igual que The Only Love I Ever Need Is Yours.

Y entre dardos zambullidos entre el folk celta y el soul como Cutting Corners, aparecen una serie de piezas orquestales, suntuosas y elegantes, como Stomping Ground, y dos obras maestras en el cierre: el tema que lo titula, de crescendo intentísimo, y Strecthing Out, con cuerdas sofisticadas para otra de sus elegías paganas, que se acerca al ambiente, el desarrollo, el patrón minimalista, la intensidad y la duración, más de ocho minutos, de clásicos como Ancient Highway o In the Garden.

Y el mito, entre saxos fogosos, barridos de Hammonds, coros femeninos gospel y una garganta tan expresiva como siempre aunque sin la rudeza del volcán rabioso de su juventud, entiende que la nostalgia solo sirve para reafirmarse y que aquellos “días maravillosos” a los que cantaba están en el presente, al alcance de la mano, y él parece dispuesto a exprimirlos el tiempo que le quede.