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David BauteDirector de cine y ganador del Goya a la mejor película animada

David Baute: "El cine puede ser arte y también una herramienta útil para cambiar el mundo"

El ganador del Goya a la mejor película animada desgrana su vocación, su proceso creativo y las contradicciones que implica recibir premios por retratar la tragedia de otros

David Baute: "El cine puede ser arte y también una herramienta útil para cambiar el mundo"Jose Mari Martínez

El tinerfeño David Baute ha logrado lo que parecía improbable: que un documental animado sobre la migración climática, Mariposas Negras, se convierta en una obra reconocida internacionalmente y en un referente de cine social. Su mirada comprometida, su delicadeza narrativa y su fe en el poder del cine como herramienta de transformación lo han llevado a alzarse con el Goya, pero también con algo que valora incluso más: la posibilidad de generar conciencia y abrir debates. En esta entrevista, Baute desgrana su vocación, su proceso creativo y las contradicciones que implica recibir premios por retratar la tragedia de otros.

¿Cuándo sintió por primera vez que quería contar historias a través del cine? ¿Hubo algún momento o imagen que le marcara?

Tuve la suerte de que mis padres nos regalaran una cámara de vídeo a mis hermanos y a mí, y yo me apropié de ella enseguida. Empecé a grabar el día a día del pueblo donde vivía: fiestas, patios, la vida de los vecinos… y luego proyectaba esas imágenes para la comunidad. Tenía apenas 11 o 12 años. Ahí sentí que me gustaba contar historias, que necesitaba hacerlo. Más adelante, como en Canarias no existía la posibilidad de estudiar cine, conseguí una beca para formarme en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba. Fue allí donde comprendí que quería dedicarme al documental, más que a la ficción. Me atrapaba la realidad, las personas, las historias que surgen de lo cotidiano.

Sus películas siempre tienen una fuerte carga social. ¿Qué le llevó a elegir el cine como lenguaje? ¿Qué le atrapó de esa forma de contar?

Desde joven estuve vinculado a movimientos sociales y medioambientales, y descubrí que el cine me permitía acercarme a esas realidades de forma profunda. En aquella época, el documental estaba muy ligado al reportaje televisivo, pero nosotros quisimos hacer algo distinto: un cine de creación, más reflexivo, visualmente cuidado y donde no se impusiera un mensaje cerrado. El primer cortometraje que realicé fue sobre Rosario Miranda, una mujer trans de mi pueblo que vivió durante la dictadura franquista. La admiraba desde niño: se vestía como quería, con la ropa que ella misma confeccionaba, y soportó la violencia de aquella época con una dignidad impresionante. Conviví con ella un tiempo y rodé mi primera película. Desde entonces, me interesó seguir retratando vidas como la suya.

Muchas veces se dice que su cine es activista. ¿Se reconoce como un director activista?

Creo en el cine útil. Eso no está reñido con lo artístico; al contrario, se puede hacer cine con belleza y también con compromiso social. Al trabajar con fondos públicos, siento una cierta responsabilidad de devolver algo a la sociedad. El cine tiene un alcance enorme, y si puede ayudar a construir una mirada más crítica, más humana, bienvenida sea esa función.

¿Y cree que el cine tiene, o debería tener, una responsabilidad social? ¿O debe ser libre de cualquier intención ética o política?

El arte debe ser siempre libre. Cada cineasta debe poder expresarse desde sus convicciones. Pero también creo que hay una parte del cine cada vez más amplia que trabaja desde una conciencia social o medioambiental. A veces, con pequeños gestos o detalles visuales, se puede transmitir un mensaje sin caer en lo panfletario. El cine puede ser educativo, sensible, transformador… y al mismo tiempo hermoso. Es una herramienta poderosa que puede sembrar dudas, preguntas, posibilidades.

¿Qué fue lo que le impulsó a contar la historia de 'Mariposas Negras'? ¿Cuál fue el primer motor?

Es un proyecto que empezó hace casi 14 años, con una doble motivación. Por un lado, siempre he estado vinculado a temas ecológicos y organizo el Festival de Cine Medioambiental de Canarias. Por otro, la inmigración me toca de cerca: mis abuelos emigraron a Cuba, mis padres a Venezuela... y ahora somos nosotros quienes recibimos a quienes llegan desde África. Empecé a investigar un fenómeno poco visibilizado entonces: la migración climática. No se hablaba de cómo el cambio climático estaba obligando a millones de personas a abandonar sus hogares. Decidimos documentar historias en Asia, África y el Caribe, conviviendo con comunidades afectadas por la subida del nivel del mar, la desertificación o los fenómenos extremos. Grabamos durante tres años, y cuando descubrimos que algunas partes no podíamos filmarlas, optamos por usar la animación como recurso narrativo. Queríamos llegar también a un público joven. Así nació la película.

¿Qué desafíos encontró al relatar una historia tan dura, tanto a nivel emocional como social?

Los rodajes ya eran complicados: dormir en el suelo, sin agua, en regiones remotas… Pero lo más duro fue la impotencia. Ver a familias esperando a que suba el mar, sabiendo que perderán sus casas, sus tierras, su historia. Ver cómo partían en un barco sin rumbo, sin nada. Y lo más injusto es que estas personas han vivido siempre en equilibrio con la naturaleza, y somos nosotros los del llamado primer mundo quienes hemos generado esta crisis. Y encima, no tienen ningún tipo de amparo legal. Los refugiados por guerras o persecución política tienen ciertos derechos, pero los climáticos no tienen reconocimiento alguno. Eso duele.

¿Qué sentimientos quería generar en el público? ¿Cree que lo ha logrado?

Nuestro gran objetivo era que algún día se reconozca legalmente a los inmigrantes climáticos. Para eso, necesitábamos que la gente conectara emocionalmente con las historias. Lo más bonito ha sido ver a niños y jóvenes ver la película y comprenderla. Algunos han salido del cine diciendo que quieren cambiar su estilo de vida. Y además, hemos conseguido algo muy potente: proyectamos la película en la sede de Naciones Unidas y varios técnicos nos dijeron que este tipo de cine es lo que necesitan para sensibilizar a quienes toman decisiones. Los informes no conmueven, pero las historias humanas sí. Y si Mariposas Negras puede ser una herramienta de trabajo para lograr un cambio, me siento profundamente agradecido.

¿Cómo recibió la noticia del Goya? ¿Qué significó ese reconocimiento?

Fue muy especial por dos razones. Primero, por el equipo que me ha acompañado todos estos años, que apostó por esta película a pesar del bajo presupuesto. Y segundo, porque el Goya nos dio un altavoz enorme para visibilizar a los refugiados climáticos. Al mismo tiempo, me cuesta celebrarlo del todo… A veces me pregunto: ¿cómo puedo yo recibir un premio por el sufrimiento de otros? Pero entiendo que ese reconocimiento ayuda a que estas historias se escuchen y se conozcan.

¿Cree que este reconocimiento puede abrir más puertas a proyectos con una fuerte crítica social como el suyo?

Ojalá. Creo que puede animar a jóvenes cineastas a ver que es posible recorrer un camino comprometido. No quiero dar lecciones a nadie, pero pienso que cuando se cuida tanto el contenido como la forma, el cine social puede llegar muy lejos. Y si esta película sirve para motivar a otros a contar lo que les duele o les preocupa, ya ha cumplido parte de su propósito.

¿En qué está trabajando ahora? ¿Sigue en la línea del documental o plantea otros formatos?

Ahora mismo estoy terminando una película muy íntima sobre la soledad, rodada en 8 milímetros, que estoy montando en Bilbao con Raúl Barreras. También estamos grabando en Paraguay una historia sobre los pueblos indígenas que están perdiendo sus tierras frente a las multinacionales. Y tenemos en desarrollo otro proyecto en la frontera entre República Dominicana y Haití, sobre los trabajadores del azúcar que, tras décadas de trabajo, son expulsados sin derechos. Esta obra combina documental y ficción, pero mantiene el mismo compromiso. Mientras haya historias que lo necesiten, seguiré ahí.