La lluvia aparece sin más al filo de las tres de la tarde en el getxotarra barrio de Algorta. Elena Moreno Scheredre (Bilbao, 1953) opta por refugiarse en una terraza cubierta por un toldo azabache. “Aquí nos sentamos, oyendo llover”, apunta. El bar que ocupa ese trecho de vía pública, donde se agolpan media docena de mesas y sillas, está a escasos dos kilómetros del arenal de Arrigunaga y el acantilado de piedra desnuda que lo cerca.

Es aquí donde Moreno Scheredre mandó vivir a Eva Landaluce, que protagoniza su última novela, Una isla para esconderte (Grijalbo, 2024). A medio camino entre el thriller y la novela de autor, narra el regreso de Eva a Formentera, donde su padre, Lorenzo, compró la finca familiar: El Paraíso. Un paraíso que se tornó en infierno cuando se topó con el cadáver de su viejo, que fue brutalmente asesinado. Lorenzo anduvo por el mundo dejando cadáveres emocionales a su paso y se obsesionó con el famoso collar de diamantes falsamente atribuido a la reina María Antonieta, el mismo que afiló la guillotina en la que perdió la cabeza.

Narra el regreso de Eva Landaluce a Formentera, el lugar en el que asesinaron a su padre.

—Ella está en Formentera cuando le matan. Se encuentra a su padre muerto y vuelve tres años después porque no ha podido asumir lo que ha supuesto su muerte.

¿Es el duelo una parte importante de la historia? ¿Por qué?

—Una parte muy importante. Aparte, ese perdón aplazado de los hijos a los padres, y viceversa, está muy metido en la novela. Hay redención. En realidad, podríamos decir que esta novela es un thriller, ya que hay un asesinato. Pero a mí me parece que voy un poquito más allá y que mis personajes tienen una función muy emocional. La intriga no es tan importante como lo que sucede cuando pasa una tragedia y eres incapaz de asumirla.

¿Y quién es Eva? ¿Cómo es?

—Eva es una mujer que, debido a lo que ha tenido que vivir, ha tenido que tirar para delante. Es madre soltera y se dedica a la restauración. Le ha costado mucho salir adelante y ya estoy desvelando muchas cosas…

Lorenzo, es joyero, ¿cierto?

—Desciende de una saga de joyeros, como yo. Mis abuelos tenían una joyería en el Casco Viejo de Bilbao y las joyas siempre han sido una cosa que ha estado ahí.

Se define a sí mismo como “un mal padre, un buen amigo, un pésimo esposo y un buen amante”. ¿Cómo es Lorenzo? ¿Está muy chapado a la antigua?

—Se mira mucho al ombligo. No tiene mucha consciencia de los demás. Es una de esas personas que persigue sus sueños y deja cadáveres por el camino. Y uno de ellos es su hija.

La responsabilidad afectiva y los cuidados (y como los hombres los han eludido) son temas que se están poniendo encima de la mesa. ¿Ha colado a través del personaje de Lorenzo una crítica a ese modelo de masculinidad ahora cuestionado?

—No, no he tenido esa intencionalidad. Lorenzo tiene 80 años y, por supuesto, era una cosa terrorífica cómo se portaban los hombres antaño. Yo defino un hombre que no ha vivido nuestra época. Eva, por su lado, sí encarna a una mujer de ahora.

Este señor se esconde en Formentera.

—Sí. Allí tiene una finca y explica por qué, ya que es un poco raro que un bilbaino tenga una propiedad en la isla. Él hizo la mili en Ibiza, por eso compró el terreno en su momento. Eso sí, Formentera es una metáfora, porque es una isla paradisíaca, maravillosa. En invierno no hay nadie y, entonces, él supone que nadie le va a buscar en un sitio así en esa época del año.

Parece que el misterio envuelve a la figura del patriarca de los Landaluce. ¿Qué tipo de relación mantuvo con su hija en vida?

—Una relación frustrante para ambas partes. Ella tenía mucho dolor, porque él la abandonó cuando era niña. Lorenzo quería redimirse, pero hicieron falta muchos años. El personaje de la madre, que no voy a destripar, es muy importante. Y es que él deja a Eva con una madre que tampoco es madre.

Entonces, esta es una familia un tanto desestructurada.

—Otra de las características de mis novelas es que las familias que manejo casi siempre se unen por sentimientos. No son familias tradicionales. Eva tiene una familia formada por personas a las que ama y que sustituyen a la de sangre. Además, es muy raro que hable de la familia tradicional, porque hay mucho pantano.

Usted nació en Bilbao, estudió en Barcelona y cuenta que hay algo de la luz del Mediterráneo que le llama. ¿Quizá esto tuvo algo que ver con el escenario elegido para la novela? También es un lugar bañado por esa luz.

—Curiosamente, en casi todas mis novelas los personajes están afincados aquí, en Algorta, en Bilbao o en Euskadi en general. Sin embargo, todos tienen relación con el Mediterráneo. Soy una amante de esa luz, que es definitiva en la vida.

¿Y qué presencia tiene Getxo en esta novela? Eva Landaluce vive cerca de la playa de Arrigunaga.

—Situar el territorio en lo que conozco me tranquiliza. Siempre puedo volver a casa. Incluso en la ficción, donde uno va muy lejos, se necesita un lugar del que partir y al que volver.

Cuenta que hay algunos sentimientos que, como las joyas, son eternos. ¿Cuál es su lugar en la trama? ¿Qué impulsan?

—La empatía por los personajes. Eso impulsan. Todos nosotros sentimos, nos frustramos… Hay sentimientos permanentemente de empatía, de desagrado, de ira o de lo que sea. Entonces, para mí, los sentimientos son muy importantes.

Es nieta de joyeros y las joyas tienen un lugar importante en la trama. De hecho, una muy especial, el collar de diamantes atribuido a María Antonieta, que según algunos historiadores pudo acelerar la Revolución Francesa, es la que ocupa el lugar más relevante. ¿Por qué?

—Esa joya costaba un millón y pico de libras del siglo XVIII. De este collar han hecho películas verdaderamente maravillosas, ha escrito Alejandro Dumas… Todos coinciden en que pesó mucho en la decisión de guillotinar a María Antonieta, pero no explican que la reina nunca lo poseyó. Yo explico quiénes son los joyeros que lo crearon, que Luis XV lo encargó para su amante, Madame du Barry, también cuento cómo era Versalles, la caída del Absolutismo… He aprovechado la trama para hablar de historia. Podríamos decir que es como un personaje más, un soporte.

¿Cuánto de autoficción hay en la novela? Los personajes están muy ligados a la tierra.

—En lo esencial no hay nada, pero siempre me pongo mis propios trastos para escribir. Estoy muy apegada a mi tierra. Y hay como una cosa que te impide hablar de María Antonieta desde Algorta. ¿Sabes qué? Eso es una falacia. ¡Uf! Menuda tontería. Desde Algorta se puede escribir de cualquier cosa, incluso de María Antonieta.

Es periodista. ¿Cómo sintetizaría en un titular de prensa la esencia de esta novela?

—Una novela donde puedes encontrar la intriga y el misterio de un thriller, la profundidad y el amor de una novela de autor, un escenario y un lenguaje de fácil lectura y la ayuda de la historia para comprenderlo todo.