EL acto final del Zinemaldia de 2021 fue una escenificación del empoderamiento feminista por el que, prácticamente, todas las personas premiadas eran mujeres. Ese gesto que reivindicaba el fin del heteropatriarcado, esa defensiva acentuación en el combate por la igualdad, no se repetirá de manera tan obvia y evidente en esta 70 edición que esta noche será clausurada. Y no se repetirá porque, entre otras cosas, este año solo tres de las películas a concurso, de las diecisiete de la Sección Oficial, han sido dirigidas por mujeres. Tal vez sea este el mayor desacierto de una buena selección, por más que la causa nada tenga que ver con la sensibilidad del Zinemaldia ante esta cuestión.

Aunque lejos de la paridad en este aspecto del género, nunca se habían visto tantas propuestas fílmicas con historias centradas en mujeres. Tantas semblanzas protagonizadas por mujeres y con un contenido donde ese empoderamiento emana desde el interior del relato, allí donde la verdad respira el núcleo duro de la igualdad.

Vivimos, así se desprende por lo proyectado en la mayor parte de filmes de la Sección Oficial, en un tiempo de mujeres fuertes, en un territorio que empieza a estar un poco mejor repartido. Y esa evidencia no depende del impulso externo de un mandato político, ni de ninguna consigna ni subvención. Emana del reflejo de la vida, eso que el cine recrea ficcionando sueños y pesadillas, enhebrando lo real con lo imaginario. No le corresponde al cine cambiar el mundo, pero sí cuestionarse por su comportamiento y eso ha acontecido en buena parte de una equilibrada y más que digna Sección Oficial.

Por otro lado, la edición del 2022 ofrecía, dados los precedentes, algunas peculiaridades que le hacían especial. Ha sido un tiempo cinematográfico germinado bajo la mordaza de las mascarillas, el miedo al otro, las dificultades para viajar y la amenaza del confinamiento. Las historias que nacieron pese a urgencias y emergencias que arruinaban rodajes y diezmaban equipos, reclaman la necesidad de permanecer.

De hecho, algunos títulos han dejado entrever, cuando su acción acontece en el presente, a los personajes con mascarillas. Sería deseable que, dentro de veinte años, los nuevos y jóvenes espectadores, cuando vean eso, no entiendan por qué.

Pero por lo demás, la 70 edición del Zinemaldia, como las anteriores, ha sido tan larga y tan corta, tan rápida y tan agotadora, como lo fueron todas las que le han precedido. En este 2022 marcado por la tensión internacional, la crisis global y la guerra que no cesa; del Zinemaldia quedarán, premiados o no, ecos de los cuatro títulos españoles: de Rosales a Franco, de Palomero a Gurrea. Los cuatro suenan tan poderosos, cada uno con sus razones, como cercanos entre sí.

Ninguna de esas cuatro buenas películas ha aparecido por compromisos de empresa o por méritos del pasado, aunque los tengan. Y las cuatro ofrecen calidad evidente y argumentos suficientes para que la mayor o menor afinidad de las personas que integran el jurado sienta tentación de escoger a todas ellas. Algo altamente improbable. Algunas se irán de vacío.

Se nos olvida que en la cultura no existen cronos de precisión, ni varas de medir, ni marcadores por más que se pida a la crítica que ponga notas al estilo de los viejos maestros del pasado. Las decisiones son complejas y discutibles, emanan del análisis, del acuerdo y, muchas veces, incluso de la suerte. Así que eso cabe pedir para buena parte de lo que hemos visto.

Porque lo único indiscutible, bastaría con echar un vistazo a las puntuaciones que corren por los recovecos del festival, para deducir que la calidad media ha sido alta y que las pocas diferencias entre la mayor parte de las películas, hace que todo se agrupe, que las películas de la 70 edición sean percibidas como a golpe de teleobjetivo, sus diferencias son mínimas y unas cuantas llegan en el pelotón de cabeza.

En esa situación, para el palmarés se decantan y adelantan, además de las cuatro obras de la cinematografía española, el falso e hipnótico escándalo de Sparta, de Seidl; la solidez de Runner, de Markian Mathias; la trémula y exquisita sensibilidad de Hyakka, de Kawamura; la solemnidad melómana de Il boemo, de Petr Václav; la fábula poliédrica del Lelio de The wonder; y ¿por qué no?, la reiteración en un estilo único y personal de Hong Sangsoo y su Walk Up.

La tradición del Zinemaldia nos recuerda que los jurados siempre dan sorpresas, siempre fallan, y siempre atienden a diferentes motivos que no son única y necesariamente cinematográficos. Una cosa parece indiscutible. Aunque aquí nada hay seguro; el premio a la mejor interpretación será para una actriz y será muy disputado. Hay al menos media docena de actrices cuyo trabajo roza la excelencia y resulta espléndido. l