Licenciada en Psicología y diplomada en Turismo, trabajó en marketing y comunicación hasta que decidió dar el salto a la psicología. Bárbara Montes tiene cuatro novelas infantiles publicadas y Julia está bien (Ed. Penguin Random House) es la primera dirigida a un público adulto, aunque a finales de año empezará otra nueva con una temática contemporánea. “No voy a volver a la Guerra Civil”, dice a DEIA.

¿Por qué decidió dar el paso de la psicología a la literatura?

—Mientras trabajaba como directora de marketing y comunicación empecé a estudiar Psicología; me gustó mucho esta carrera y me pasé a la psicología; todo lo que he hecho en mi vida son saltos de fe. Siempre he confiado mucho en mis aptitudes y mis capacidades. Estuve también trabajando como lectora editorial para la que hoy en día es mi editora. Ella me pasaba manuscritos y yo le devolvía los informes; le gustaban mucho y me animó a escribir una novela; al principio me negué rotundamente.

¿Cómo logró convencerla?

—Estando especializada en psicología infantil, me parecía un paso más natural escribir para niños; al principio pensaba que hacerlo para este público era más fácil; estaba terriblemente equivocada. Pero una vez que comencé con la literatura infantil me crecí. Así que cuando mi editora me volvió a pedir una novela para adultos, acepté su proposición.

En ‘Julia está bien’ rinde homenaje a su abuela y a todas las mujeres valientes de la época, a muchas de las cuales las silenciaron.

—Sí. Y deberíamos escucharlas más; hacerlo no solo porque vamos a conocerlas mejor, como yo a mi abuela o mis tías, sino porque descubriríamos los seres humanos que han sido. De sus errores individuales podemos aprender como sociedad. Ahora mismo, tal y como están las cosas, cada vez se hace más importante escuchar a la gente mayor, porque tengo la impresión de que estamos cometiendo los mismos errores que se produjeron en su época.

¿Las historias de las mujeres siguen estando muy ignoradas?

—En una guerra siempre hay vencedores y vencidos. La narrativa de los vencidos no tiene tanta relevancia como la de los ganadores. Por eso, está bien que después de tantos años empecemos a conocer el relato de los vencidos; es muy enriquecedor para una sociedad escuchar ambas partes, en todo, no solo en el tema de la Guerra. Cuando alguien se pelea también hay que escuchar las dos versiones, así como cotejar las informaciones.

¿Su novela es la reflexión entre generaciones de mujeres?

—Lo que quería era contar una historia de amor entre mujeres, porque en mi novela no hay mujer mala; hay mujeres que han actuado mal y que han hecho cosas que, a lo mejor, pueden ser recriminables. Además de ser un homenaje de lo que hizo mi abuela, algunas de las cosas son verdad y otras ficción, la intención era escribir esa carta y decirles que tenemos que apoyarnos entre nosotras. Es el primer paso para que consigamos algo.

¿No es una novela histórica?

—La Guerra Civil me ha interesado como ser humano para saber lo que pasó en mi país, pero como lectora nunca me ha ocupado. Sin embargo, cuando decidí contar esta historia tenía que ambientarla en la Guerra Civil porque si no, no tenía sentido.

El mito del patriarcado de que el mayor enemigo de la mujer es otra mujer sigue ahí. ¿Cómo evitarlo?

—Exacto. Cuando en una pareja hay una infidelidad del hombre hacia la mujer, esa mujer se siente atacada, por lo general, por la otra mujer, no por el señor que tiene a su lado y que le ha sido infiel. Al final volcamos nuestra ira con esa otra mujer que, a lo mejor no tiene pareja y ni siquiera sabía que ese señor estaba casado. En una infidelidad de pareja serán culpables los dos por no haber hablado, aunque uno habrá dado el paso que no debió sin hablarlo antes.

Avanzamos, pero gran parte de los estereotipos de género continúan

—Corremos a juzgar a una mujer porque lleva escote, minifalda, porque se ha hecho unas fotos con poca ropa. A mí me da igual, si quiere hacerlo, que lo haga. Pero somos las primeras que juzgamos a otras mujeres desde una perspectiva machista. ¿A quién no le han dicho de pequeña a ver lo que haces con los hombres que ellossolo quieren una cosa? Y resulta que a lo mejor quiero yo la misma cosa y no es malo que yo lo quiera. Tenemos que empezar a quitarnos el velito del patriarcado y empezar a pensar por nosotras mismas. Resulta que una mujer a la que le gusta y disfruta del sexo no es una furcia; y una chica que viste con minifalda con toda probabilidad no se está vistiendo para los hombres, sino para ella. Además, si se viste para ellos tampoco pasa nada. Debemos empezar a darnos a nosotras mismas un poquito más de libertad.

¿Se refiere a las nuevas generaciones donde persisten los prejuicios contra las mujeres?

—No tengo hijos, pero mi pareja sí. Observo que los chicos y chicas de entre 14, 15 y 16 años están perpetrando los mismos errores que hemos cometido nosotras con esas cosas. Hay que empezar a educar a nuestros adolescentes de una manera mucho más abierta en relación al papel de las mujeres en la sociedad.

Hay muchas leyes, pero ¿habrá que empezar por un cambio social? Porque se sigue maltratando y matando a las mujeres por serlo.

—Sin duda. De qué me sirve tener una ley que prohíba matar a las mujeres si el problema de base es que muchos hombres y los jóvenes siguen considerándolas como algo para su placer o un objeto bonito y decorativo al que tienen que cuidar. Hay que decir a esto que no. Porque las mujeres sabemos cuidarnos solas; lo que necesitamos es que no nos ataquen. Nunca pienso que la mayoría de los hombres ataca a las mujeres; no, son unos pocos. Además, afortunadamente cada vez hay más que se centran en la nueva masculinidad, pero por pocos maltratadores que haya son demasiados. El primer paso para cambiar esto es la educación.

Gracias a la generación de nuestras madres, abuelas, y a las pioneras del movimiento feminista gozamos de mayor libertad.

—Sí, por mor de esas mujeres que parecen que no han hecho nada y que lo han hecho todo. El que yo pueda trabajar sin rendir cuentas a mi marido se lo debo a las mujeres que vinieron y lucharon antes que yo y hay que respetarlas. El movimiento feminista no es malo; hay muchísimas voces disidentes, que están haciendo un flaco favor al movimiento, pero es necesario, válido y no deberíamos perder de vista que su trabajo es para todas, aunque dentro de un grupo tan grande haya gente con opiniones distintas.

¿Podemos decir que en nuestra sociedad sabemos escuchar?

—No. Se debería pero no se está haciendo; estamos cometiendo los mismos errores que en los años 30. Para escribir Julia está bien leí muchísimas noticias de la época; busqué noticias en hemerotecas, cómo se informaba en los periódicos de lo que sucedía y veo que no hay diferencias; me quedé impactada porque los titulares de entonces eran exactamente los mismos que vemos ahora con ese tono alarmista que pretende asustar al lector. Me quedé impactada; igual soy bastante negativa, pero creo que estamos cerca de volver a repertirlos ¡Ojalá no! La sociedad se está guiando por la emoción, no por el cerebro.

¿Para reiniciar el camino siempre es conveniente mirar antes atrás?

—Sí. Pero no lo hacemos; tampoco contamos con las personas que nos ayudarían a crecer como personas y seres humanos individuales; ignoramos a los ancianos. Y lo peor que podemos hacer es silenciar a los mayores; una sociedad que no cuida a sus ancianos es una sociedad que se va a echar a perder; tenemos la obligación de cuidar, respetar y recordar a los que vinieron delante.

¿Cuál es el aspecto que más le ha satisfecho de su novela?

—Que cuando alguien se la ha leído me diga que se ha acordado de su abuela; eso es una preciosidad. Las mujeres entre los 35 y 50 años somos la primera generación que fuimos cuidadas entre nuestras madres y abuela. Cuando dicen eso me creo que he acertado con mi novela.

“Si queremos conseguir algo, el primer paso es apoyarnos entre nosotras y crear redes de colaboración”

“La sociedad tiene la obligación de respetar y cuidar a los mayores; hay que escuchar su voz”