Conservatorio de Danza José Uruñuela

“No estamos aquí por hobby, sino para ir más allá” remarca la azkoitiarra Jeno Oiartzabal. Al fin y al cabo, el conservatorio gasteiztarra, que imparte Enseñanzas Elementales y Profesionales de Danza Clásica, es el único centro oficial de Euskadi que proporciona enseñanzas regladas con las que puede obtenerse una titulación oficial reconocida. Esta circunstancia y la calidad educativa que distingue al espacio son los dos reclamos fundamentales para que hasta aquí acudan jóvenes procedentes de otros territorios cercanos, como sucede con Oiartzabal así como con Aimar Domínguez López (Trapagaran), Iratxe Mallaviabarrena (Erandio), Enara Fernandes Laboa (Pasaia), Luna Arconada (Ziordia), Naia Nieto Villanueva (Lizarra), Lucía Eizaguirre (Donostia), Marina Olcoz Zudaire (Lizarra), Oihane Aramendia García (Donostia) y Miren Castro Sánchez (Barakaldo).

En casi todos los casos, venir al José Uruñuela significa también vivir, por lo menos entre semana, en la capital de Araba. La única excepción es Arconada, que va y viene todos los días en autobús. Es decir, 42 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. “Es muy cansado. Además, ahora han quitado muchas frecuencias. El último que tengo para irme a casa es a las nueve de la noche, pero salgo de aquí a las ocho y media, así que hay veces que me tengo que ir un poco antes para poder coger el autobús”, explica la bailarina navarra de 17 años.

La misma edad tiene Aramendia García, que lleva cuatro años formándose y viviendo en Gasteiz. Vino, junto a Eizaguirre, en su día por recomendación de una de sus profesoras en Donostia. “Yo quería vivir de esto, y ella me dijo que viniese a hacer la prueba”. Dicho y hecho en ambos casos. Hoy, las dos comparten techo. Lo hacen en casa de Lucía, cuya familia se ha terminado trasladando desde la capital guipuzcoana hasta aquí.

En un principio, eso sí, las dos bailarinas donostiarras, igual que sus compañeras navarras Olcoz Zudaire y Nieto Villanueva, empezaron su andadura gasteiztarra en el hogar de Arantzazu Susunaga, quien durante años bailó en compañías internacionales como el Stuttgart Ballet antes de regresar a su ciudad natal para dar clases en el mismo conservatorio del que en su día fue alumna. “Siempre hemos estado muy bien con ella y su familia”, afirman las jóvenes estellesas, que comparten con el resto que “aquí son exigentes, por supuesto, pero lo necesario. Tiene que haber exigencia para avanzar, sin que eso signifique que te machaquen, que no pasa”.

Partiendo de la disciplina, de las ganas por seguir mejorando, de saber que “no siempre puedes estar al 100%”, y de que “también nos reímos mucho”, el trabajo no para ni un segundo, entre otras cosas porque, como resaltan las más mayores, “hay más una exigencia interna que externa; si estás aquí y ves que avanzas, cada día te vas reclamando más a ti misma”. Esfuerzo, por supuesto. Pero compañerismo, también. “Desde el primer momento te sientes arropado y acogido”, remarca Domínguez López, el último en incorporarse al conservatorio desde más allá de las fronteras de Araba.

Su sueño es bailar en una compañía y como le dijo una persona muy cercana, “tengo que luchar por conseguirlo”. Por eso se vino incluso a pesar de la pandemia. “Antes quería ver cómo era el sitio y de hecho iba a venir a una de las jornadas que hacen de puertas abiertas, pero por el covid fue imposible”. Hace ahora un año de eso. Aún así, como sus compañeras en su día, apostó por él, hizo las pruebas “y aquí estoy”, sonríe tras la mascarilla. Solo hace falta una chispa, una profesora que anime a dar ese paso o un padre que busque posibilidades para que su hija pueda crecer, como en su momento sucedió en los casos de Mallaviabarrena y Fernandes, por ejemplo.

Días sin descanso

El tener que compatibilizar el trabajo en el conservatorio con la formación reglada de cualquier otro estudiante dibuja unos calendarios diarios en los que hay pocos huecos libres. Hay quien empieza a las siete de la mañana y no vuelve a casa hasta las nueve de la noche. Hay quien recorre Gasteiz todo el día con los táperes en la mochila (el plato del día los miércoles, por ejemplo, es arroz con salchichas). Hay quien consigue volver al hogar para comer, aunque eso suponga afrontar un pequeño Tour cada 24 horas a golpe de bicicleta, con Betoño como punto de origen y de llegada. “Lo de llegar por la noche y ponerse a estudiar es muy complicado”.

Todo está medido. No hay tiempo para más, aunque a buen seguro otras personas de su edad puedan idealizar el hecho de independizarse en otra ciudad. Pero “no podemos hacer lo que queremos. ¿Cuándo? ¿Mientras dormimos?”, ríen. Aún así, no hay queja ni arrepentimiento en sus palabras. Todo lo contrario. Ni siquiera cuando llega el fin de semana terminan de desconectar. Siempre hay un vídeo que se puede ver en Internet, por ejemplo, para fijarse y seguir aprendiendo. “Buscamos ser profesionales. Se tiene la idea de que poca gente lo consigue porque solo puedes ser primera bailarina o solo se puede estar en las compañías top, pero hay más salidas de lo que se piensa”, defienden Nieto Villanueva y Olcoz Zudaire, que tienen claro que “parece que o eres Zakharova o no eres nada y no vas a poder vivir de la danza, pero no es verdad”.

Ellas y él están recorriendo la senda para llegar a ese objetivo. Lo hacen con el apoyo de sus familias. También de su esfuerzo económico, del que son muy conscientes, “sobre todo con lo que está pasando este año”. Ahora, llega el final del año escolar. Algunas bailarinas, que ya han completado su periodo formativo aquí, se preparan para seguir lejos de Gasteiz. El resto va a continuar entre las aulas del conservatorio aprendiendo y construyendo su futuro. Seguro que, ahora que se abre la matriculación para el próximo curso, en breve contarán con nuevos compañeros llegados de Bizkaia, Gipuzkoa, Nafarroa u otros territorios. Y seguirán bailando en Araba.