La página de sucesos trastornó el Mundial, con el cable pelado tras el cortocircuito del incidente de Van der Poel, que acabó en comisaría tras una discusión en el hotel donde descansaba antes de acometer la carrera. El chispazo propició otro escenario. Un incendio. El neerlandés, alterado por lo sucedido, se retiró en el amanecer de la competición. En el ajedrez que es el Mundial, Remco Evenepoel, una bestia de apenas 22 años, es su nuevo rey. Un monarca despiadado, inclemente, brutal. El belga, un volcán, se autocoronó. Imperial. Napoleónico. Tal fue su poder sobre el resto. Irresistible. Inaccesible.

Evenepoel es un ciclista monstruoso. Llegado desde el futuro, redacta el presente. En Wollongong lo cinceló con letras de oro. En Australia encontró la veta de su ambición, gigantesca. Se bañó en oro después de una demostración extraordinaria. Magnífico del prólogo al epílogo. “He soñado con ganar el Mundial. No quería perder la oportunidad. Nos lo merecíamos”, dijo Evenepoel, que tomó el relevo de Alaphilippe y condecoró la vitrina belga diez años después de la victoria de Gilbert

Entonces Remco era un niño inquieto que jugaba a fútbol. Fue capitán de la selección de Bélgica. Un diablo rojo. Se cansó del balón. Le dio una patada al destino. Su mejor decisión. Se agarró al manillar de la bici. No tardó en convertirse en campeón mundial júnior en 2018 después de una actuación memorable. Era su anuncio. Cuatro almanaques más tarde, Evenepoel obró del mismo modo. Es su método. Tumbó él solo a un pelotón formidable. Se reivindicó con una victoria majestuosa el belga. Aquí y ahora, el nuevo rey. La Epifanía de Evenepoel.

Se paseó en loor de multitudes el belga, que gesticuló su gesta. Alcanzó la gloria en solitario. A lo grande. Todo para él. Imantó las miradas. Vítores y aplausos tras su demostración. El belga se agarró la cabeza, agitó el cuerpo, apretó el puño como si celebrara un gol por su pasado futbolista, y tras la rabia, mandó callar. Vendeta. El ruido y la furia le impulsaron. Evenepoel puso el mundo a sus pies. Dos minutos después, Laporte se agarró la plata y Matthews el bronce. El oro pertenecía al belga con piernas de platino y un motor de diamante. 

FRANCIA AGITA EL TABLERO

La irrupción del nuevo rey la provocó una paradoja: la revolución francesa. Francia, insurgente, optó por mover sus piezas en Mount Keira, la puerta a los doce giros al circuito. El movimiento era estupendo. Protegía a su rey Alaphilippe y generaba inquietud. Alterar el estado nervioso, promover otro tipo de carrera, era la bandera de los franceses. Ocurrió que esa agitación, que tomó una renta amplísima ante la desidia del pelotón, convocó tiempo después a Evenepoel. 

El belga, inconformista, que pensaba en eludir el esprint, que no era el escenario más favorable para él, se ató a la cordada en Mount Pleasant cuando restaban cinco vueltas al reloj del Mundial. Se formó un grupo alrededor Evenepoel. Conectaron con la fuga inicial, una pésima noticia para los galos, que contaban con Pacher, Sivakov y Bardet adelante. Hindley, representante australiano, también accedió a la insurrección. Italia situó a dos peones en el grupo, numeroso. 

POGACAR Y VAN AERT, TACHADOS

Ese entramado tachó a Pogacar, otro de los astros, con el paso cambiado. Solo contra el mundo. Obligado a dimitir. La candidatura de Van Aert quedó anulada cuando Evenepoel, el otro opositor belga al título, acudió raudo al frente de ataque. Con belgas, italianos y franceses adelante, el resto de selecciones silbó su derrota. Una sonata de melancolía. 

Países Bajos, con la moral desperdigada por el asfalto tras el incidente y posterior retirada de Van der Poel, se descartó. La selección española trató de acercar la fuga, de cerrar la herida, pero le faltaba caballaje. Más empeño que vatios. Se partió la carrera. Una falla separaba los dos mundos. Hemisferio norte y hemisferio sur. Evenepoel gobernaba en ambos. 

LUTSENKO IMPULSA A EVENEPOEL

Tomó aire el belga para ventilar la turbina y alimentar su ambición, desmesurada. Más tarde se rompió la camisa. A pecho descubierto. Rastreó a Lutsenko, siempre combativo. Aplacado el kazajo, en el llano, el puño de Evenepoel, una burbuja de músculos, estalló. En Mount Pleasant era un llanero solitario en busca del mejor atardecer del mundo. Evenepoel, zapatillas rojas, bailaba claqué. 

Acelerado, pero acompasado y rítmico tras el trallazo de rock&roll. El belga hizo saltar los plomos del Mundial. Era un electroshock. Un rayo desatado. Carretera y trueno bajo la bóveda azul. Le apuntaba el sol, rendido a su valentía y a su potencia. Voraz, Evenepoel, devorador de hombres y voluntades. 

AL ESTILO MERCKX

Invocó Evenepoel la memoria de Eddy Merckx, a su estilo de campeón inmisericorde. El Caníbal, el mejor corredor de todos los tiempos, nunca reconoció del todo a su compatriota. Quiso dejar su herencia a Pogacar. Para él, el esloveno es su sucesor legítimo. Evenepoel siempre le provocó dudas, tal vez porque el pequeño diablo belga se asemejaba mucho a él. 

Merckx ganaba las carreras antes de salir. Llegaba el último al pelotón. Así se hacía notar. Todos esperaban la solemnidad del momento con cierta aprensión. Miedo. Pasaba revista el rey belga, que clavaba los ojos sobre el resto. Los derrotaba con la mirada. Lacayos. Guerra psicológica. Después les solía dejar tirados como una colilla de malos recuerdos. Malos humos.

Evenepoel, campeón, con Laporte, plata, y Matthews, bronce. Afp

IMPARABLE EVENEPOEL

Como los de Evenepoel, altanero, con el ego elevado. No citó a Merckx como inspiración, pero empleó en su libro de estilo. Es su forma de competir. Rompe y rasga. Tremendismo. Así conquistó el arcoíris. Evenepoel le mandó un mensaje al Caníbal. Él también muerde. Es el cuarto ciclista en la historia en ser capaz de conquistar un Mundial, una grande y un monumento. Le precedieron Binda, Merckx e Hinault.

Eveneppoel no alteró su patrón para su mejor victoria. Fiel a sí mismo, no se traicionó. Desborda personalidad. Recordó el belga al muchacho que en 2019 abrió la boca del resto en la Donostia Klasikoa. Ni un pelotón entero pudo derribarlo. Pello Bilbao le persiguió. No pudo alcanzarlo. 

El gernikarra supo de inmediato que era testigo de algo extraordinario, un adelantado a su tiempo, un ser fabuloso. De otro tiempo. Por llegar. “Era impresionante la cantidad de vatios que movía. Nosotros íbamos a tope, con la intención de cogerle, y fue imposible”, valoró entonces Pello Bilbao a este periódico apenas un mes después de asistir al nacimiento del fenómeno. En Wollongong no se apartó ni una línea de ese discurso.

UN AÑO GLORIOSO

Ese fenómeno, orgulloso, un punto condescendiente, creció formidable. Desprendido de su personaje, Evenepoel logró cicatrizar las heridas y superar el miedo atávico a los descensos después de reconstruirse tras la brutal caída en Il Lombardia de 2020, que a punto estuvo de retirarle del ciclismo. Las victorias de los vencidos son las mejores. 

Dominante, el belga, en un año excelso, se regaló una Lieja y silenció a todos sus detractores en la Vuelta, en la que confirmó su potencial. En el Mundial se coronó. En la pasarela más importante, la que decoran los colores del arcoíris, el belga fue un cometa. Más alto solo el cielo. Allí se encaramó Evenepoel para presenciar su gran obra. Evenepoel pone el mundo a sus pies.