JUEVES 21 de julio de 1910. Luchon. 2.00 de la madrugada.

Nadie duerme en la ciudad termal que recibe por primera vez la visita del Tour. La ciudad entera es una fiesta amenizada por el Casino de las Termas. En la avenida de Étigny la animación es más grande que en ninguna parte. La etapa está a punto de salir. Es la gran etapa de los Pirineos. Un trecho de 326 kilómetros hasta Bayona, en la costa atlántica. Y, por medio, la Escalera de los Gigantes, los cuatro grandes puertos pirenaicos, aunque entonces se contaban siete, porque al comienzo de la ascensión al Aubisque por Arrens se añadía el Soulor, y luego el col de Tortes, desaparecido de los mapas en 1920, y después del Aubisque aún estaba el Osquich.

A las 3.30 de la madrugada se hace el silencio. Los ciclistas parten y al final de la avenida se encuentran con la primera dificultad, la ascensión al Peyresourde. Quince kilómetros cubiertos en 58 minutos por los primeros. Gustave Garrigou y Lapize se destacan. François Faber, El Gigante de Colombes, el luxemburgués de 1,78 metros, 91 kilos y seis litros de capacidad pulmonar que había ganado el Tour anterior, sufre, no resiste entre los treinta primeros. Las curvas bajas del Aspin son una marea humana pese a que el reloj marca las 5.00 de la madrugada cuando los corredores abordan el segundo puerto. Nos lo cuenta en el semanario La vie au grand air Lucien Petit-Breton, El Argentino, el ganador de los Tours de 1907 y 1908, que abandonó a mitad de carrera en 1910, pero que la terminó como cronista en el automóvil del semanario: «En el descenso del Peyresourde, Faber se ha recuperado, pero pasa por el lugar a nueve minutos aún de los dos salvajes, de Lapize y Garrigou, que libran una lucha sin cuartel sobre un camino pedregoso, imposible. A mitad del col, finalmente, Garrigou cede». Lapize, con un tremendo golpe de pedal mueve con potencia un desarrollo exagerado de 4,60 metros, equivalente a un 39x17 de nuestros días y pasa por la cima del Aspin con tres minutos de ventaja sobre Garrigou. En el descenso se deja ir y Garrigou lo alcanza en Sainte-Marie-de-Campan, al pie del Tourmalet. Un nuevo duelo homérico les espera. Son 17 kilómetros de ascensión. Tardarán noventa minutos en recorrerlos. Noventa minutos inolvidables. En el kilómetro quinto Lapize toma una ventaja de 500 metros. Parece que todo está decidido, pero Garrigou se agarra a la bicicleta, se coloca de pie sobre los pedales, mueve con esfuerzo sobrehumano un desarrollo brutal (4,30 metros: 39x19). Mil veces parece que va a caer. Mil veces mantiene el equilibrio. Por delante, Lapize prefiere bajarse en los tramos de pendiente más fuerte y recorrerlos a pie, con las piernas reventadas de dolor, los músculos temblando. De algo le vale su formación de ciclocrossman. Así, alternando bicicleta y carrera pedestre, Lapize corona primero el Tourmalet, pero detrás Garrigou logra superarlo sin poner pie a tierra, lo que le vale una prima de 100 francos. Las decenas de personas que se agrupan bajo la placa del Touring Club que señala Tourmalet 2.122 metros, donde poco después se construirá un restaurante que aún sigue allí, que siempre seguirá allí para que los aficionados se tomen una sopa caliente, junto al lugar donde en 2001 se erigiría un busto a Jacques Goddet, el sucesor de Desgrange, ven pasar estupefactas a los ciclistas. Acaba de amanecer. Son las 7.30 de la madrugada, y a la hora prevista allí están los corredores. En cuatro horas han recorrido 76 kilómetros. Les quedan 250 por delante. Primero el descenso a los abismos por un camino de tres metros de ancho cortado en la ladera. Después, el terrible Aubisque.

A la vuelta de una curva, poco antes del Soulor, el desfallecimiento le espera a Lapize. Antes que él, Garrigou ya había pagado los esfuerzos en el Tourmalet. Ahora le toca a François Lafourcade, el regional de la etapa, un bearnés que conoce bien el Aubisque y se ha provisto de un desarrollo más ligero, de 4,10 metros. Moviéndose con agilidad y conocimiento, Lafourcade deja atrás a todos y pasa el primero por el Soulor y el Tortes. También por el Aubisque, en cuya cima Victor Breyer, otro de los hombres de Desgrange y periodista de L"Auto, se desespera. Han pasado más de diez minutos y detrás de Lafourcade no llega nadie. El desierto. Por fin, al cabo de un cuarto de hora ve una figura que se acerca lentamente. Breyer reconoce a Lapize. Avanza hacia él, y de una forma un poco estúpida dadas las circunstancias, le hace la pregunta que su mente de periodista le reclama:

-Entonces, ¿qué hay, Lapize?

Y como cuenta Jean Bobet -el hermano ciclista e intelectual, llevaba gafas y había escrito una tesis sobre Hemingway, de Louison Bobet- en Lapiz, celui- la etait un as (Lapize, este sí que era un as), el ciclista, a punto de estallar, le regaló al mundo la más famosa réplica jamás oída hasta ahora en el Tour de Francia:

-¿Qué hay? Hay que sois unos asesinos. Sois criminales.

Lapize mostró su puño a Breyer pero siguió adelante. Despacio. Le había llegado el turno de la exhibición al italiano Pierino Albini, quien alcanza y deja a Lapize en Oloron y poco después da con Lafourcade, de quien también se desembaraza. Y por detrás, se acerca, amenazante, Faber, que se ha recuperado en el descenso del Aubisque. Ahora quienes desfallecen son Lafourcade y Albini, y quien se recupera es, milagrosamente, Lapize. Alcanza al bearnés y lo deja. Más tarde, en Saint-Jean Pied de Port, a cincuenta kilómetros de Bayona, se une a Albini. Juntos llegan a Bayona. Lapize le gana al sprint. Eran las 17:40. Había tardado 14 horas y 10 minutos en recorrer 326 kilómetros, a una media superior a 23 kilómetros por hora.

El día de descanso Lapize lo pasó en su hotel de Bayona; los pies, machacados por las piedras del Tourmalet y el Aubisque, en una palangana con sales y vinagre. A su lado, Garrigou, compañero en la marca Alcyon, lee en alto las crónicas inflamadas de Desgrange, de Breyer, de Steines, en L"Auto.

De fondo suena el violín de Alphonse Baugé, el patrón del Alcyon, que toca para Faber, el jefe de su grupo. Después de todo, Faber es aún el líder del Tour, aunque por sólo 10 puntos.

Lapize tendrá que esperar únicamente tres semanas más para adelantarle de manera definitiva e inscribir su nombre como ganador del octavo Tour de Francia, el que descubrió los Pirineos.

Octave Lapize, que ganó el Tour a los 22 años y tenía todo el futuro por delante, murió antes de cumplir los treinta. Sargento de aviación en la Primera Guerra Mundial, su avión -un gallo cantando pintado en el fuselaje, un número 4 gigantesco a su lado, el número de dorsal que lució en el Tour de 1910- cayó abatido el 14 de julio de 1917 sobre Verdún. En su cuerpo había cinco balas alemanas. Una le había atravesado el corazón.

En la Gran Guerra también cayeron sus compañeros y rivales François Faber, que se había alistado en la Legión Extranjera, y Lucien Mazan, alias Petit-Breton.