“Hay que quitar el estigma, empoderar a las personas que tienen adicciones y ofrecerles información; creo que es lo más importante”. Como presidente de Ekintza-Aluviz, la asociación de apoyo para personas con adicciones de juego y sus familiares, Jon Antón repartía este miércoles, Día Mundial Sin Alcohol y otras Adicciones, folletos a todo el que se acercaba al stand que habían instalado en la calle Bailén los grupos de ayuda mutua de Bilbao. “La mayoría de la gente que se acerca no pide ayuda para ellos mismos, sino para alguien que le está pasando algo”.

Jon todavía tiene grabado a fuego el primer día que jugó. Paradójicamente, un golpe de suerte, dos en realidad, fueron el principio de todo lo que vino después. Tenía 15 años y estudiaba en Salesianos, en Deusto; una mañana, antes de entrar en clase, tuvo que entrar a un bar para ir al baño. Al salir echó una moneda, “entonces de 25 pesetas”, en una de aquellas máquinas tragaperras de palanca. En buen momento. “Me tocaron 2.500 pesetas”. Cogió las monedas y se marchó, pero algo había hecho click en su cerebro. “Se me quedó grabado y volví al de 10 días, porque tonto no era. Si me había tocado una vez... Tuve la mala suerte de que, en lugar de 2.500 fueron 5.000 pesetas, el doble”. 

Así empezó lo que él mismo denomina “una carrera delictiva” por casinos, bingos, locales y salones, “me conozco todos los de Bilbao y alrededores”. Buscando cada vez un golpe más fuerte de adrenalina, “que es lo que te pide el cerebro”, un subidón más potente. “Es más fácil decir a qué no he jugado: a las apuestas de galgos”, admite. “En 15 años me habré gastado un millón de euros”, asegura. Todo lo que caía en sus manos se le iba en apuestas. “Me fundía todo el dinero que ganaba en el trabajo, más dos pisos, más coches, más todos los premios que me han tocado... Quizá hasta me quede corto”. Llevaba dos vidas paralelas: una que todo el mundo veía, la del trabajo, la familia y la de las rabas los domingos, y una B, de mentiras y engaños. 

"El juego va destruyendo todo"

Terminó en una espiral sin control porque sí, “la pérdida económica es lo que más se ve”, pero detrás de una persona adicta al juego hay mucho más. “Generó muchas mentiras a mi alrededor, problemas familiares... En aquella época estaba casado y me costó el divorcio. El juego va destruyendo todo a tu alrededor”. Y también a nivel interno. “Vives en una agonía constante: siempre pensando cuándo vas a poder jugar, de dónde vas a sacar el dinero... Si me pillabas en un momento en que había ganado era el tío más majo del mundo pero si era cuando me lo había gastado todo, era el más cabrón de toda la humanidad. Y eso para el cerebro era un bombazo”, relata, casi con un estremecimiento. “Solo recordar aquella época me genera mucha angustia”.

Un día se encontró a su hermano en casa. “Hasta aquí, Jon. Sabemos lo que te está pasando”, le dijo. Él lo negó, por supuesto. Porque era consciente de que tenía un problema, por supuesto, pero se había acostumbrado a vivir en ese mundo de mentiras y le daba pavor reconocerlo. “Declarar esa vida oculta a todo tu alrededor, que piensa que eres de una forma, da mucho miedo”. Y eso que, en su caso, fue todo lo contrario. “La aceptación y el apoyo fue total, incluso en el trabajo”, asegura.

"El peor y el mejor día de mi vida"

Aquel fue, dice, “el peor y el mejor día de mi vida, el día que saltó todo; el final de una época muy oscura”. Le llevaron a la asociación Ekintza-Aluviz, en Barakaldo, que ha terminado por presidir. “Estaba convencido de que era una secta, de que estaban todos locos, de que yo no tenía problemas... Pero el tratamiento fue una maravilla y hoy soy presidente de aquello que yo pensaba que era una secta”. Porque si hay una persona implicada en luchar contra la ludopatía, ese es Jon: no solo preside la asociación, sino que también forma parte de la Comisión de Juego del Gobierno vasco. Si hay que alzar la voz, ahí está él. “Las asociaciones hemos conseguido, por ejemplo, la autoprohibición en los salones de juego, y seguimos intentando quitar o poner veto a las máquinas tragaperras de los bares. Hay que seguir y no parar nunca”.