Dos años después de que surgiera la propuesta, Laurita Siles ha podido cristalizar en una exposición el resultado de su estancia en una residencia artística en la ciudad estadounidense de Boise, con grandes nexos en común con Karrantza. Allí vive e impulsa junto con su pareja, Joseba Edesa, la asociación Mutur Beltz, que pone en valor el pastoreo y recupera lana de oveja autóctona. Invitada por el centro de arte contemporáneo Ming Studio, durante un mes ha podido explorar “la identidad vasco-americana, el papel de la mujer vasca en la diáspora y la historia de la ganadería vasca en Idaho, centrándome en los linajes de pastores y las diferentes razas de ovejas de la región”. El resultado se puede contemplar hasta el sábado.

Laurita enseñó a alumnado de la escuela de Boise trabajos suyos. | FOTO: L. SILES

Ha escogido el título Iruten ari nuzu, I am making wool para echar la vista atrás hacia “las huellas dejadas por los pastores vascos de América en relación con el concepto de soberanía de la alegría” para una muestra compuesta por “obras textiles, fotográficas y vídeo-performances centradas en la lana que evocan representaciones sobre la tradición y replantean la construcción de la identidad”, describe.

Laurita ha pasado un mes en una residencia artística. | FOTO: GREG MIZUTA

El 16 de julio, una semana antes de la inauguración oficial, Laurita ofreció una charla y “mi proceso de trabajo e investigación en Boise”. También del camino recorrido con la asociación Mutur Beltz “desde la cuadra a la plaza, desde la esquila al diseño, desde el ordeño a la dinamización cultural”. Viajó a Estados Unidos “con mi maleta llena de lana: en bruto, cardada, hilada y paño de lana teñido por Tinkatoki con tintes naturales, material que he utilizado para realizar muchas de las piezas que forman parte de esta muestra”. Mutur Beltz tenía que acompañarla a Boise “porque es un proyecto de vida, y mi acercamiento hacia la comunidad local no hubiese sido el mismo sin todos los conocimientos adquiridos estos últimos años en Karrantza junto a Joseba, su familia y el resto de pastores con los que trabajamos”, de la misma manera que ha cobrado protagonismo la residencia artística del buen vivir que promueven en el valle.

También un grupo de dantzaris rindió homenaje a Euskadi. | FOTO: L. SILES

En Estados Unidos le ha resultado reconfortante “experimentar el trabajo de otros artistas porque todo ese proceso de aprendizaje ha florecido en Boise”. El primer día, “las paredes vacías de Ming Studio me abrumaron y cuatro semanas más tarde llenaba esta gran sala de ideas”. Le han brindado “una gran oportunidad y gracias, siempre a la ayuda incondicional de mi familia, he vuelto a dibujar”.

Legado vasco

Este mes que ha pasado en Boise se ha sentido como en casa no solo por la comunidad que ha forjado con sus compañeros. Todos los días “para acercarme desde mi apartamento a Ming Studio pedaleaba por Basque Bloock, un territorio donde ondean ikurriñas”. La herencia del pasado perdura en cinco hospederías en las que vivían los pastores, cuando bajaban del monte al terminar la temporada y que ayudaban a los recién llegados con comida caliente, cama, idioma e incluso frontón, donde las tradiciones vascas se mantenían vivas”. Uno de estos hostales se ha restaurado como museo, dirigido por Patty Miller, “la guardiana de la memoria vasca de Boise, cuyo abuelo emigró a los 16 años y una de las personas que más me ha ayudado”.

Con ella y otras personas, Laurita constató que “la comunidad vasca se siente muy orgullosa de sus orígenes”. “Tras interesarme por las razas de ovejas que los vascos habían pastoreado por el mundo, claro está mi interés también llegó a la lana”, apunta. Así conoció a Jinks Hunter, quien “me abrió las puertas de su casa, me prestó su rueda de hilar y me presentó a todas sus amigas hilanderas, con quienes organizamos un encuentro”.

En la Universidad de Idaho profundizó en este aspecto y cerró el círculo de la transmisión de esta cultura a las nuevas generaciones “propuse a los niños de la ikastola de Boise que crearan su propia oveja dibujando”. Hablar con Henry Echeverry, “el último pastor de origen vasco en activo”, le permitió conocer un modelo de manejo de los rebaños “que nada tiene que ver con el de Karrantza”. Henry dirige a “¡unas 12.000 ovejas y diez pastores!” con las que la familia se desplazaba.