BILBAO - Desde aquel anuncio de un perro en la calle que terminaba con el mensaje Él no lo haría con el que se trataba de llegar al corazoncito de las personas para que no abandonaran animales domésticos en las calles, hasta el cartel que expondrán a partir de este lunes los autobuses de Bilbobus con la frase El cariño no se compra. Adóptame, han pasado algo más de 30 años pero ambas campañas siguen persiguiendo el mismo objetivo: responsabilidad de los dueños para que no se desentiendan de sus mascotas.

La mayoría de las recogidas que se hacen desde el servicio municipal son perros -unos 500 al año- pero también gatos, conejos, cobayas... Prácticamente la mitad son devueltos a sus dueños; el resto se adoptan y unos pocos se quedan cada año sin dueño. Desde el lunes el Consistorio de Bilbao inicia una campaña para buscar adoptantes a 80 perros y 120 gatos.

La concejala de Salud y Consumo, Yolanda Díez, quiere dejar claro que el compromiso del Ayuntamiento es “sacrificio cero”. La subdirectora del Área, Argizka Etxebarria, confirma que “no se eutanasia a ningún animal. Solo en casos en los que estén enfermos sin posibilidad de recuperación o sean agresivos”, añade, por su parte, la veterinaria Raquel del Campo. Son tres de las personas que mejor conocen el funcionamiento del centro de acogida de animales municipal y defienden que “existe un cuidado exquisito hacia los animales”.

Sus declaraciones contrarrestan de algún modo las acusaciones lanzadas estos últimos días en las que se hablaba del “colapso” que registrarían las instalaciones, lo que estaría repercutiendo en la atención a los animales, tal y como denunciaban algunas asociaciones. “Ahora hay un mayor número de perros sin las condiciones óptimas que deberían estar. Requiere un trabajo extra porque hay que limpiarlos, hay ubicaciones extras, jaulas extras... y todo esto supone una saturación de todo el personal. Pero el nivel de exigencia nuestro es muy alto. No hay un centro de control animal con el personal, con las garantías y el bienestar de Bilbao”, subrayaba en este sentido la concejala.

En todo caso el motivo de la campaña es precisamente desahogar el centro. Cada año aproximadamente se recogen en torno a 500 perros de los que la mitad son devueltos a sus dueños, y prácticamente el resto son adoptados. Pero cada año van quedando alrededor de 10 perros que por edad o raza no los quiere nadie. Según explica Del Campo, “mucho tiene que ver con las razas catalogadas como potencialmente peligrosas. En estos casos los adoptantes no se atreven y además tienen que cumplir con las condiciones que regula la ordenanza para ello. Aunque están catalogados como peligrosos pero no lo son, si están bien educados y socializados son muy cariñosos”, añadía.

En esta situación está por ejemplo un pitbull que lleva 5 años esperando otra oportunidad. “Es mucho tiempo para que un animal esté en un centro porque por bien que se le cuide no es el lugar idóneo”, apunta Etxebarria. El 80% de los animales que están en el centro de forma continúa son precisamente los catalogados como potencialmente peligrosos. “Desde hace cuatro años que se empezaron a poner de moda estas razas es cuando más dificultades tenemos para buscarles familia si se abandonan”, decía.

Ya se han comenzado a repartir los folletos en los centros de distrito y el lunes la campaña recorrerá la ciudad en Bilbobus para llegar a todos los rincones y, principalmente, al mayor número de personas. “No es la primera campaña que hacemos. El año pasado también solicitamos adoptantes”, recuerda la concejala. Además de esta iniciativa también se cuenta con la colaboración de otros centros. Diez de los perros que se encuentran en Artxanda se han trasladado a la residencia canina de Sopela y otros están en albergues y casas de acogidas. Además, se han puesto 12 casetas más. Y es que durante estos cuatro primeros meses ya se han recogido 137 perros: 50 han sido devueltos y 52 adoptados, pero los 35 restantes se incorporan a los que se han ido quedando sin hogar de otros años. En 2018 se recogieron 421 de los que 208 fueron devueltos a sus dueños y 178 adoptados; y en 2017, fueron recogidos 464 de los que 218 regresados a sus hogares y 215 adoptados. En este punto la concejala pone especial énfasis en la obligatoriedad de instalar el chip a los perros. “Es la única manera de poder localizar a sus dueños y mucha gente no lo hace”, insiste.

La mayoría de los perros llega al centro municipal de control animal a través de avisos de particulares o bien porque la Policía Municipal se los encuentre vagabundeando. Y no solo perros sino también otros animales. “Cuando son recogidos se les da un número de entrada, se les toman las características y se hace una valoración de su estado. Y si tiene dueño se le avisa”, explica la veterinaria encargada de las instalaciones. Si el animal se queda en el centro entra en la rutina normal: se le desparasita, se ve su estado físico y se toman las medidas “para que el animal esté en buenas condiciones”. Una vez que está dentro -si tiene el chip- se esperan siete días después de avisar al dueño y 30 días en el caso de que no lo tenga, antes de buscarles nuevo propietario.

Raquel señala que cuenta con el apoyo de asociaciones que también lo publicitan en sus páginas que son Felinos y Puppy que les ayudan a buscar nuevas familias. El centro está en Artxanda, donde antiguamente estaba la perrera, ya extinguida, y reformada para nuevos servicios. Tiene una capacidad de 40 cheniles [casetas] pero se han adecuado ahora nuevos huecos de manera que entran 50 perros. En el caso de los gatos, hay una media de 80 ejemplares.

No todos los días son iguales ni hay épocas en las que exista más abandono aunque la gente piense que es durante el verano. “Hubo un 19 de diciembre que recogimos quince perros”, recuerdan Raquel y Argizka. “Hubo que desalojarlos de una huerta porque estaban en malas condiciones”. Pero es puntual. “Lo que sí baja en verano son las adopciones. Entran los mismos, pero no se adoptan”, lamentan.