Bilbao - No suelen ser ejemplo de emprendimientos de éxito y tienen más dificultades que sus compañeros hombres para poner en marcha una empresa. Las mujeres con iniciativa reivindican su espacio en la sociedad, decididas a luchar contra esos obstáculos que hacen su trayecto más difícil y a demostrar que existen más modelos de éxito que los que se miden por unos valores puramente económicos y expansivos. El peso de la conciliación laboral o una mayor dificultad a la hora de acceder a financiación son algunas de los muros con los que aún tienen que luchar. Y están dispuestas a derribarlos.

Euskadi es la comunidad del Estado con más mujeres emprendedoras: el 26% de las personas que ponen en marcha una iniciativa empresarial son mujeres, muy por encima de la media estatal, que se sitúa en un 17%. Una realidad que no se termina de visibilizar de cara a la opinión pública. “En cursos, ponencias o jornadas relacionadas con el emprendimiento, las personas ponentes siguen siendo hombres en su mayoría. La diversidad aportaría nuevos modelos de éxito y muchos beneficios sociales que ahora no estamos teniendo, incorporando un talento que ahora no está”, reivindica Susana Zaballa, presidenta de la asociación de mujeres emprendedoras EmakumeEkin. La realidad es que en Bizkaia existen, y muchas, emprendedoras de éxito, firmas que facturan miles de euros al año y han dado el salto al mercado internacional. Si por éxito se entiende la medida económica, porque desde EmakumeEkin también defienden otras formas de medirlo. “Si tu empresa te hace feliz, aunque no factures millones de euros al año, o te permite tener las tardes libres, ¿no se debería considerar eso un éxito? Lo primero que habría que hacer es reflexionar por qué se emprende y, en base a si se logra o no ese resultado, valorarlo como éxito”, expone.

EmakumeEkin se creó hace cinco años, como una asociación para impulsar las iniciativas de las mujeres, a través de eventos, itinerarios formativos y acciones innovadores. “Teníamos la intuición de que hombres y mujeres necesitábamos diferentes cosas en el emprendimiento”, explica su presidenta. Una intuición que se vio refrendada en varias investigaciones que reflejaban obstáculos de género también en este ámbito. El peso de la conciliación labora y familiar, explica Susana Zaballa, todavía está presente. Está además lo que algunos expertos han venido a denominar doble techo de cristal, que no es otra cosa que la mayor dificultad que tiene una mujer a la hora de obtener financiación. “Entre nuestras asociadas hay quien te cuenta que le han pedido el aval de su padre o de algún compañero a la hora de acceder a una crédito. Yo misma he trabajado en banca; el capital riesgo está principalmente en manos de hombres y no llega de forma tan fácil a las mujeres”, reconoce la presidenta. Aunque poco a poco están ganando terreno en diferentes sectores, las mujeres siguen estando más ligadas a ámbitos donde la precariedad es mayor. Mayoría en sectores como los del ámbito de los servicios y el comercio, en otros considerados tractores para la economía actual, como los tecnológicos, la presencia femenina se queda en un exiguo 8%, por ejemplo. “Consideramos que había que visibilizar esos obstáculos, que la diferencia de género era importante a la hora de apoyar a las personas emprendedoras, y decidimos trabajar por solventar esos obstáculos a través de una fórmula asociativa”. De ahí nació EmakumeEkin, una red para que las mujeres emprendedoras puedan apoyarse entre ellas.

Colaboración, factor de éxito Lo que pretenden además con la asociación es crear red, tejer relaciones entre las emprendedoras de toda Euskadi, tanto para que puedan contar las unas con las otras a la hora de abordar nuevos proyectos, como para compartir experiencias, miedos y soluciones. “Queremos crear la confianza para que yo pueda hablarte a ti de mis fracasos, de cómo lo he pasado mal, para que tú me puedas ayudar desde la confianza para decirme lo que realmente me sirve”, apuesta la presidente. “Compartiendo obstáculos y soluciones nos empoderamos mucho; somos muy pequeñas y mirar a la otra como competencia es un error. La colaboración es un factor de éxito. A quien tenemos que mirar es al cliente”.

Alba Donadeu tenía experiencia en gestión de espacios naturales protegidos y había dado clases para adultos y de educación ambiental pero hace tres años decidió dar un giro a su vida y poner en marcha, junto a otros seis socios, una fábrica de cerveza artesana. “Teníamos ganas de iniciarnos en el mundo laboral porque estábamos en una situación no muy satisfactoria y buscábamos un proyecto con el que poder ilusionarnos y convertirlo en un proyecto de vida”, explica.

Comenzaron con una pequeña fábrica en miniatura, con capacidad para elaborar 50 litros, para testar las primeras cervezas; hoy están presentes en 250 puntos de venta y han puesto en el mercado casi 60.000 litros de bebida. Solo en su primer año de vida, la empresa tuvo un impacto de 95.000 euros en el desarrollo económico, social y cultural de su entorno.

Reconoce que no fue fácil, sobre todo al principio. “Nos absorbió completamente; todas las horas de nuestra vida estaban enfocadas a cómo sacar adelante el proyecto empresarial. Teníamos claro que queríamos ser la cerveza artesana de referencia en Euskadi y ello suponía una dimensión grande, con inversiones de mayor riesgo”, recuerda.

Al menos, recuerda, ella no tuvo que enfrentarse al “miedo escénico” de estar sola ante la ingente tarea y el ambicioso proyecto. “Al estar en un grupo de siete te vas apoyando unos en otros y nos permitió que cada uno se especializara en ámbitos diferentes”, explica. Ninguno de ellos tenía experiencia en el mundo empresarial; químicos y licenciados en ciencias ambientales o políticas, su recorrido ha sido un máster intensivo en todas las áreas que implica la puesta en marcha de una empresa. “El primer año cada uno se centró en un ámbito específico de lo que supone lanzar un proyecto así; yo me centré en los procesos de la elaboración de la cerveza. Tenía una base científica que me habían dado los estudios pero necesitaba ampliar conocimientos”, sonríe al recordarlo. Aprendieron a hacer nóminas o dar de alta a un trabajador, a pintar el pabellón donde está instalada su fábrica, a instalar las tuberías... “La empresa lo hemos hecho, literalmente, con nuestras propias manos. Eso te da una cercanía al proyecto que aprecian mucho los clientes”, asegura.

No ha sentido en primera persona obstáculos específicos por ser mujer, aunque sí ha percibido diferencias a la hora de abordar la gestión empresarial. “Yo soy más de tomar las decisiones de forma consensuada, entre todos, y mis compañeros tienen otra visión más jerarquizada”, explica.

Admite que ha sido un proceso largo y duro, pero plenamente satisfactorio. “Estoy supercontenta de haber sufrido al principio lo que sufrí porque ahora siento que he madurado y he avanzado por tres en mi carrera profesional”, afirma, orgullosa. Sobre todo, dice, ha aprendido “la capacidad que tenemos para aprender de todo. Cuando te enfrentas a situaciones adversas, ves que eres capaz de ello. He aprendido muchas cosas de la vida en general y del campo empresarial en particular”, finaliza.