Durante casi una semana, Andrea López Martínez sintió cómo las paredes de su propia casa se convertían en fronteras infranqueables. Atrapada por la avería del único ascensor accesible de su edificio y por la falta de respuesta de la empresa encargada del mantenimiento, esta joven de 29 años, vecina del barrio Ibarrekolanda de Bilbao, vio cómo su vida quedaba en pausa sin que nadie pareciera hacerse responsable.

La incidencia comenzó el domingo, cuando el ascensor de cota cero, el único accesible del edificio, dejó de funcionar. El lunes, Andrea regresaba de un viaje y no pudo acceder a su casa durante más de tres horas porque, según denuncia, la empresa “ni siquiera había registrado el aviso” que sus compañeras de piso dieron el domingo. “Ellas llamaron preocupadas y explicaron que iba en silla de ruedas y que al estar el ascensor estropeado, yo no iba a poder entrar”, explica la joven. Cuando llegó, ningún técnico había pasado a solucionar la incidencia, así que decidió llamar ella nuevamente. “Estuve tres horas en el portal, incluso me compré la cena allí porque ya veía que iba para largo”, recuerda.

Finalmente pudo entrar en su vivienda cerca de la medianoche, cuando los técnicos acudieron. Hicieron un "apaño" para que Andrea pudiera subir, desmontaron una pieza y se la llevaron, dejando el ascensor inutilizado. “Las averías ocurren, eso lo entiendo. Lo que no es aceptable es lo que vino después”, explica Andrea. A partir de ese momento comenzaría un encierro que duraría cuatro días.

Desde el martes al jueves, asegura que la empresa le repitió el mismo mensaje cada día: “Hoy lo arreglamos”. Sin embargo, nadie acudió. Andrea perdió sesiones de fisioterapia, jornadas de trabajo y la posibilidad de realizar gestiones diarias básicas. “Cada día llamaba y en cada llamada me daban una excusa distinta. El miércoles dijeron que una pieza estaba en camino, pero el jueves me aseguraron que ya la tenían, algo que luego resultó ser falso”, denuncia.

El episodio más grave: perder un tren tras una cita fallida a las seis de la mañana

El viernes vivió el momento más crítico. La empresa encargada del mantenimiento le garantizó que un técnico estaría en el edificio a las seis de la mañana para bajarla y que ella pudiera coger un tren. Nadie apareció. “Me dijeron que no me preocupara, que ellos se encargaban de todo. No dormí en toda la noche pensando en si podría salir. A las seis no había nadie. Cuando llamé, me dijeron que tenían que avisar al técnico y tardaría 20 minutos", relata. Sin embargo, no fue así. La espera terminó siendo más larga, lo que supuso que perdiera el tren. "Eso me pasó por confiar en ellos y no llamar a las cinco de la mañana....", lamenta.

Andrea tuvo que comprar un vuelo de última hora, con el coste económico y el estrés añadido que supone viajar con una silla de ruedas eléctrica sin previsión. La joven asegura que no es la primera vez que ocurre. El ascensor accesible, instalado en un edificio de los años 70, sufre averías frecuentes, especialmente en las puertas. “En julio ya estuve detrás para pedir una solución. Decían que ya estudiarían algo, pero nunca han hecho nada”, denuncia.

“Cada movimiento es un mundo”

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Andrea vive desde hace tres años en silla de ruedas debido a una enfermedad degenerativa. Conoce bien los obstáculos cotidianos a la movilidad: rampas de autobuses que no funcionan, sistemas que fallan, servicios que no están preparados. “Cada movimiento que quiero hacer es un mundo. Y luego te dicen que seas independiente, que trabajes, que hagas tu vida… pero sin accesibilidad no hay autonomía posible”, denuncia.

La joven lamenta la ironía de que todo esto sucedía la misma semana del Día Internacional de las Personas con Discapacidad. “Las empresas hacen campañas, hablan de inclusión, invitan a influencers… mientras muchas seguimos viviendo encerradas porque nadie se toma en serio nuestra autonomía”, critica.