Abdelkader Kelalech: "Con 15 euros al día puedo comer y comprar las medicinas"
El Ayuntamiento mantiene en prealerta el dispositivo de ola de frío para personas sin hogar a la espera de temperaturas bajo cero
Desde el Arenal avanzamos por la calle Esperanza hasta encontrarnos con Abdelkader Kelalech, argelino, 61 años. Pasa las horas frente a un supermercado, con la ría al frente, aunque en un día gris esa vista sirve de poco. En su carro, protegido por una bolsa negra, guarda sus pocas pertenencias y, sobre todo, su medicación para la diabetes. “Con 15 euros al día puedo comer y comprar las medicinas”, asegura. Su hijo, de 17 años, está en un centro de Bilbao a la espera de salir cuando logre la mayoría de edad. “Es mi esperanza. Ojalá construya su vida”.
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Aun sin un lugar fijo donde dormir, normalmente la Plaza del Gas, Abdelkader sonríe. “Uno aguanta de todo”, asegura, mientras se protege del frío que cala hasta los huesos.
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Silencios que pesan
La última parada de este recorrido es Jon Ruiz, gasteiztarra, de treinta y tres años. Su perfil rompe esquemas: va vestido como cualquier joven, con vaqueros, chaqueta moderna, un pequeño saco de dormir –que ayer le robaron– y una bandolera con una ikurriña comprada a un vendedor ambulante. Ha tenido conflictos con amistades y busca en la calle una especie de paz mental. Su móvil dura apenas dos horas, pero sus ganas por salir adelante son mucho más resistentes.
“Estoy aquí porque quería empezar de nuevo y dejar de lado ciertas compañías. Podría llamar a casa, pero aún no es el momento”, explica. Ha trabajado como tornero fresador y ahora ordena papeles para retomar una vida normal. “Lo más importante es el amor propio y cuidar las compañías. Soy muy inocente y confiado”, asegura.
La calle, dice, “es demasiado dura e individualista”. Aun así, Jon avanza paso a paso, intentando retomar su vida.
Y así, mientras Bilbao observa la bajada de temperaturas y espera que el termómetro marque el umbral para activar los recursos, las historias continúan, respirando en voz baja. Porque, sin duda alguna, la calle es tan variada como sus baldosas. Y, a veces, la situación personal de cada uno es más fría que la propia noche.