El restaurante Erronda Zaharra, en pleno barrio bilbaino de Uribarri, abrió sus puertas este sábado con la calidez habitual de su cocina, pero esta vez con un propósito muy especial: ofrecer un espacio de encuentro y apoyo a personas en situación de vulnerabilidad. Bajo la organización de Óscar Pérez, en colaboración con Bizitegi, la jornada fue una lección a la humanidad demostrando que un plato caliente puede ser mucho más que alimento.
El menú escogido para la ocasión fue de primer nivel. Alubias rojas con sacramentos, filete empanado con pimientos y una suculenta pantxineta de postre. No era solo la comida lo que nutría a los asistentes, sino el ambiente de complicidad y cercanía que se respiraba en el comedor. “La gente les hace muchos feos, y ese dolor duele más que cualquier dificultad”, reflexionaba Óscar Pérez mientras recorría las mesas, con la emoción visible en su rostro. “Una comida no salva de nada, pero es un gesto de cariño y necesario”, añadía, recordando que la solidaridad no siempre necesita grandes gestos para marcar la diferencia.
Entre los comensales destacó Giorgio Tsoklis, que acompaña a otros en su proceso de recuperación. “Es una batalla abismal. Hay que tener fe y buenas compañías ”, contaba con voz firme. “La recuperación no siempre es elección de uno; hay entornos que empujan a caer, y cuesta mucho salir”, explicaba, subrayando la importancia del apoyo mutuo.
"Hay entornos realmente vulnerables donde buscan hacerte caer"
La jornada fue también un punto de encuentro familiar. María Ángeles Sisamón y su hijo, Joseba Hernáez, compartieron mesa y emociones, convirtiéndose en símbolo de unión. “Mi hijo ahora está bastante bien, pero lo hemos pasado muy mal. Voy a estar siempre a su lado”, confesaba ella emocionada, recordando que los lazos familiares son un refugio imprescindible en todo momento.
Óscar Pérez, al frente del restaurante desde hace once años, insistió en la importancia de hacer justicia social. “Todos merecemos lo mismo y nadie se puede quedar atrás. Me considero un afortunado. Trabajar es fundamental para mi, pero también ayudar a los demás”, explicaba. “Me levanto todos los días a las cuatro de la mañana. Solo pido tener energía para levantar la persiana; todo lo demás viene solo”, añadía con gran entusiasmo. Su compromiso diario, unido a la pasión por la cocina, convierte cada jornada en un acto de generosidad que trasciende lo gastronómico.
“Al principio algunos me venían al bar, pero no se puede privar a nadie si te pide algo para comer. Son buena gente y se merecen su oportunidad”, aseguraba.
Generosidad como sacramento
La comida se convirtió en un espacio donde pequeños gestos marcaron la diferencia: un café compartido, un abrazo, una sonrisa... Alguno decidió recompensar el gesto con un décimo de lotería. “Que toque es lo de menos, la verdadera lotería está ahí fuera. Por suerte, hay canales para remontar, pero uno no puede hacerlo siempre solo ”, argumentaba uno de los comensales.
Al cierre, el comedor se vació poco a poco, pero la sensación de esperanza quedó impregnada en cada rincón del local. Un plato caliente de legumbres no es solo un alimento, también es un acto de humanidad.