La cima no siempre se mide en metros. A veces está en el gesto de madrugar cuando cuesta, en el apoyo colectivo al borde del camino o en el silencio que, allá arriba, no oculta los problemas urbanos que esperan al bajar por la ladera. De eso habla El Camino Arriba, el documental que el próximo 13 de noviembre abre la décima edición del Homeless Film Festival –junto a otras obras artísticas–, la cita que Bizitegi impulsa desde hace diez años para mirar la exclusión social con otros ojos.
El día del rodaje en el monte Gorbea, la niebla se empeñó en ser la protagonista, pero la persistencia del director, Iñigo Cobo, permitió poner en la gran pantalla las salidas al monte de la asociación. “Grabamos todo en dos días y hicimos mucho esfuerzo, pero no más del que hacen los usuarios acudiendo a las excursiones”, asegura.
1750 kilómetros de esperanza
El grupo de monte de Bizitegi, protagonista del documental, nació en 2011 como una idea sencilla: que los usuarios, muchas veces sin techo, pudieran disfrutar de la naturaleza en compañía. Con los años se convirtió en algo más. Ciento ochenta y tres rutas, mil setecientos cincuenta kilómetros y más de dos mil participantes después, el proyecto ha tejido una comunidad. “Empezó como ocio inclusivo, pero ha acabado siendo una forma de vida que permite sanarse”, advierte Fernando Díez, voluntario y dinamizador en las distintas excursiones. “El monte permite a los participantes sentirse libres y disfrutar de un día en compañía y tranquilidad”.
Fernando habla de caminatas con sol y lluvia, de bocadillos compartidos en los collados y de muchos momentos de convivencia sanadora. “A veces viene gente que duerme en albergues o que está en momentos difíciles, incluso uno trajo cartones. Pero allí arriba nadie pregunta de dónde vienes. Todos miramos hacia el mismo sitio”. La montaña, dice, "no juzga. Y eso ya es mucho."
25 años en la calle
Entre quienes se atan las botas cada semana está Francisco Javier Mas, que un día decidió que quería volver a sentir el horizonte. “Caminar me devuelve la calma”, expresa. “Te reta, te coloca en el presente. Compartirlo con otros me recuerda que no estoy solo”. Lo cuenta con una sonrisa tímida, mirando como si la montaña aún estuviera ahí delante. “He vivido 25 años en la calle. Ahora colaboro como voluntario y pongo mi granito de arena en las salidas”, señala.
Recargar el alma
A su lado, Marisol Gil, nacida en Brasil, encontró en la asociación algo más que un hogar. Llegó a Bilbao buscando oportunidades y terminó encontrando un grupo con el que volver a confiar. “Me ayudó a salir de la soledad. La naturaleza te da alegría, te llena de energía. Subir una cumbre es como recargar el alma. Cuando llegas arriba, piensas: todavía hay esperanza”, explica emocionada con mucha ilusión.
Soltar la mochila
Marina Adamez, trabajadora social, no solo ha sido fiel testigo en cada subida montañera. Ella misma, se mantiene en forma como nadie y ha visto muchas de esas pequeñas transformaciones. “Cada persona lleva su propia mochila. La vida personal y emocional puede ser muy dura y es un gran lastre, que no sabe de clases sociales. Al principio cuesta, pero la montaña te enseña que puedes soltar peso si alguien te acompaña”. El grupo no solo sube montes; sube autoestima, sube confianza. Es ocio, sí, pero también terapia.
Un grupo Imparable
“Nunca hemos querido hacer historias de pena. Queríamos contar historias de vida reales. Estoy muy orgulloso de haber podido participar en el proyecto”, insiste Cobo, a pocos día de dar a conocer la grabación al público.
El estreno de El camino arriba será, como dice Fernando Díez, “una cima colectiva”. No por los kilómetros recorridos –que son más de mil setecientos cincuenta– , sino por lo que han aprendido en el trayecto. “La montaña te enseña que el esfuerzo tiene sentido, que siempre hay un refugio, aunque tardes en encontrarlo. Nunca hay que tirar la toalla”, finaliza.
El Homeless Film Festival cumple diez años fiel a esa idea, contar la vida desde el otro lado. Nació como un gesto pequeño y se ha convertido en un espacio donde el arte abre puertas al margen de las industrias. Un recordatorio necesario de que, incluso desde las aceras y los entornos más hostiles se puede mirar al horizonte y seguir subiendo.
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