Bilbao
REKALDE se quitó ayer las legañas con un molesto estupor y siendo testigo de un procedimiento prácticamente idéntico por parte de todos los vecinos. Primero, la incertidumbre sobre el estado del barrio convertía en necesario bajar a la calle y certificar en primera persona que todo había vuelto a la normalidad. Después, la tensión acumulada les obligaba a reunirse y hablar, en un intento de compartir los distintos puntos de vista como si fuese imprescindible una confirmación de que lo ocurrido la tarde-noche del viernes no fue un mal sueño. Por último, eran de paso ineludible las inmediaciones del edificio que hasta anteayer albergaba Kukutza para contemplar las labores de derribo.
Allí, ante las ruinas y protegidos por vallas, decenas de curiosos cogían sitio para ver cómo iban creciendo las montañas donde toneladas de escombros se amontonaban según caían. Los trabajos se habían extendido a lo largo de la noche anterior. "A las 2 de la madrugada seguían tirándolo y dormir era difícil", comentaba Marga, una vecina que vive a escasos 50 metros del inmueble, en relación a los ruidos provocados por las máquinas.
La plaza, centro neurálgico del barrio, desprendía en apariencia la misma sensación que un sábado cualquiera, con gran trasiego en sus calles y las terrazas de los bares llenas. En los bancos, corros de ancianos comentaban la jugada, todavía desconcertados. "Llevo toda la vida en Rekalde y nunca había visto una cosa igual", afirmaba uno. "Te asomabas a la ventana y solo veías carreras y humo por todas partes", le contestaba su interlocutor. Escondidas entre la aparente normalidad, las heridas de guerra del barrio cobraban la forma de tramos de acera calcinados, señales de tráfico torcidas o arrancadas y desperfectos en algunos locales. Entre los más afectados, el bar El Tobogán, cuya persiana metálica se encontraba totalmente resquebrajada después de que varios ertzainas la reventasen para entrar dentro del establecimiento en plena persecución de supuestos alborotadores que se habían refugiado allí.
Labores de limpieza Por su parte, los equipos municipales de limpieza trabajaban a destajo a lo largo de la mañana con el fin de hacer desaparecer la basura acumulada y devolver el aspecto original a las papeleras que habían sido desmontadas. En paralelo, varios camiones recorrían las calles colocando nuevos contenedores. El ir y venir de vehículos era menor de lo habitual en otros fines de semana, y es que la demolición había obligado a cortar Estrada Kaleros, la principal vía de acceso hacia las zonas altas.
En definitiva, Rekalde regresaba a la luz poco a poco después del feo aspecto crepuscular que vivió el viernes. Los comercios abiertos y las enseñas del Athletic colgadas de los bares por ser día de partido reflejaban la normalidad, y solo la perenne nube de polvo procedente del derribo era capaz de ilustrar la incertidumbre en la que aun vive el barrio.