LA afición del Fuenlabrada está ya preparada para otra dura temporada en la jungla de la ACB, aunque en la presente campaña sus miras apuntan hacia más arriba. El resto de equipos observa, no sin admiración, cómo la extraordinaria capacidad de regeneración que posee el club madrileño ha cristalizado este ejercicio en una plantilla a la que todo el mundo da como clara aspirante a disputar el play-off por el título. Mimbres no le faltan, desde luego. Este año, el público del Fernando Martín tiene la posibilidad de vitorear a jugadores de campanillas como Esteban Batista, Tal Burstein o Gerald Fitch y de disfrutar del arranque de temporada inmaculado de los de Luis Guil, pero esas gargantas recuerdan aún, con cierta nostalgia, a La Santísima Trinidad.
"Es cierto. A día de hoy en el pabellón hay gente que me dice que echa de menos aquellos tiempos", rememora Ferrán López, aquel base que en 1994, con 21 años, guió al Caja Bilbao al ascenso a la ACB truncado en los despachos y que este pasado verano colgó la camiseta de tirantes para convertirse en director deportivo del cuadro madrileño. "Ése fue el mote que hace tres o cuatro años puso la afición al trío que formábamos Ferrán, Francesc Solana y yo. Ten en cuenta que entre los tres sumábamos ciento y pico años". El que habla es Salva Guardia, la tercera arista de ese peculiar triángulo baloncestístico. El pívot de los hombres de negro y el ex base catalán son dos fuentes fiables a la hora de estudiar el proceso de supervivencia en la élite de un club que vive a la sombra de Real Madrid y Estudiantes, que año tras año pierde a sus principales estrellas, que tiene mil y un problemas para encontrar patrocinadores que le permitan subsistir y que, pese a todo, parece plenamente asentado en la máxima categoría del baloncesto estatal. Ambos son los jugadores que más partidos suman con esa camiseta (280 Guardia y 237 Ferrán) y han vivido en el club los ascensos, los descensos y los años de bonanza.
"Llegué a Fuenlabrada en 1996, el año de su debut en la ACB. Ellos compraron la plaza del Huesca La Magia, el equipo en el que había militado la campaña anterior. Decidieron quedarse conmigo y yo, encantado. Era un club recién ascendido y con mucha ambición. Ficharon a Ramón Fernández para los despachos, el alcalde estaba de jefe en la sombra y se intentó hacer las cosas bien, pero el equipo se hizo muy tarde, muchos fichajes se hicieron a última hora y eso nos costó el descenso", recuerda Guardia. En ese año en el sótano de la LEB, Ferrán López se unió a la causa fuenlabreña. "Venía de jugar en ACB. Me llamó Ramón Fernández y me dijo que me quería fichar para un equipo de Fuenlabrada. Yo sabía que hablaba de la Comunidad de Madrid, pero, si te digo la verdad, no sabía ni donde estaba, si al norte, al sur... Al llegar, vi que era un club humilde y modesto, como una familia. Desde el primer momento fue todo muy bien, teníamos claro que el objetivo era ascender y teníamos una gran plantilla, con Velimir Perasovic de estrella. El proyecto me ilusionó desde el principio. Tenía una oferta por una temporada del Granada para seguir en la ACB, pero yo quería sentirme importante en la cancha y por eso vine aquí. Elegí bien, fue una buena apuesta", afirma el catalán.
De aquella época, ambos destacan la presencia del que probablemente es el mejor jugador que haya vestido la camiseta del Fuenlabrada: Perasovic. "Nunca entendí como un jugador como Peras podía estar en la LEB con nosotros. Tenerle aquí fue un lujo. La gente le daba por acabado y el demostró que le quedaba cuerda para rato, no en vano los cuatro años siguientes fue el máximo anotador de la ACB", afirma Ferrán, a quien Guardia respalda palabra por palabra. "Su llegada fue un auténtico boom. Peras era un obseso del baloncesto, nos arrastraba a todos. Jugábamos muy bien con él. Teníamos el Perasistema, con muchas jugadas en las que él era el referente y de eso nos beneficiábamos todos. Conseguimos afianzarnos y con Óscar Quintana creamos un estilo de juego propio".
Tanta fue la mejora que en la temporada de su regreso a la ACB, la 1998/99, el Fuenlabrada jugó la Copa y se clasificó para el play-off por el título. "Teníamos un gran equipo, ya que seguía Peras, llegó Nate Huffman... Aprendimos mucho, saboreamos los éxitos. Fue todo muy bonito para un club tan joven. Se hacían las cosas bien, pero nadie esperaba logros tan importantes", recuerda Salva. Pocos años después, ambos jugadores salieron de Fuenlabrada para ganarse las habichuelas en otros lares. Guardia militó en el Caja San Fernando y el Granada y Ferrán lo hizo en Cáceres y Murcia, pero ambos acabaron volviendo al redil. El primero, el hombre de negro. "Regresé justo la temporada en la que descendimos pese a cosechar 13 victorias (2003/04). Aquello fue durísimo porque no hicimos mal las cosas. Ganamos a todos los grandes, pero nuestro error fue que perdimos contra los de abajo". El catalán retornó en el año de LEB y el Fuenlabrada regresó a la ACB por la vía rápida y para quedarse.
Llegaron los años de La Santísima Trinidad y el club pasó a militar en la clase media, en ese grupo de equipos que siempre miran de reojo hacia la zona de descenso pero que aspiran a colarse entre los nobles. Guardia finiquitó su militancia hace dos campañas para recalar en Bilbao y Ferrán lo ha hecho este mismo verano para pasar a los despachos del club. "Se fueron marchando jugadores importantes como Solana o Salva y vi que el club iba en una dirección y yo en otra. Ellos iban poco a poco rejuveneciendo el equipo y yo me iba haciendo más viejo. No me veía con fuerzas de empezar otro proyecto con jugadores nuevos y volver a tirar del carro, ser un jugador importante en el vestuario. Tuve dudas hasta el último día. Yo sigo pensando que podía haber seguido un año más, pero es importante saber dejarlo en un buen momento", recuerda, al tiempo que desgrana cómo ha sido el proceso de adaptación a los despachos. "Lo que no quiero es que los jugadores me vean como a un directivo. Para empezar, no me pongo ni traje ni corbata para que no me vean aún más distante de lo que puede mostrar el cargo. Quiero ser el nexo de unión entre los jugadores y el club. He estado muchos años en un vestuario, sé lo que pasa ahí dentro, qué le pasa a un jugador por la cabeza... Quiero entender a ambas partes, al club y al jugador. Estoy en ello, acoplándome, y te puedo asegurar que se sufre mucho más en la grada que en el campo. Vivo todo el día pegado al teléfono. Como jugador, estaba cuatro o cinco horas en el pabellón y ahora estoy ocho, nueve o incluso más, depende del día. Sé a qué hora entro a trabajar, pero no sé cuando saldré".
¿Cómo se ficha a Batista? Desde su nuevo cargo, López tiene claro el origen del éxito del Fuenlabrada. "Primero, hay que destacar a José Quintana. Es un presidente muy activo, está encima de todas las decisiones y siempre pensando en las cosas que se pueden mejorar. Seguimos mucho el mercado y ya estamos mirando jugadores de cara a la temporada que viene. Si no lo hacemos así, es imposible sobrevivir. Tanto el presidente como Luis Guil, Chus Mateo, que para mí es un crack en esto del baloncesto, J. J. Jiménez, que es el director general, y yo no paramos. Es un trabajo que si lo haces ahora te da mucha ventaja para fichar jugadores sorpresa como Esteban Batista o Gerald Fitch en el momento que acaba la temporada. Si te mueves a la vez que los demás, al no tener dinero no puedes fichar a nadie. Es duro vivir a la sombra de Madrid y Estudiantes. Hacemos las cosas bien, pero no hay ninguna empresa que nos dé una inyección de dinero para dar un paso al frente como, por ejemplo, ha logrado ahora el Bizkaia BB. Al ser una ciudad pequeña de Madrid y estar eclipsados, debemos trabajar con premura. En octubre ya pensamos en la próxima temporada", reconoce.
La premura y la anticipación son factores vitales en el Fuenlabrada a la hora de fichar jugadores. También las soluciones imaginativas ante la escasez de líquido. "Nos movemos mucho, mantenemos muchos contactos con muchísima gente. Contar con Batista era algo muy difícil. Nosotros nos enteramos que se encontraba jugando en Argentina, que estaba casado con una española y que podía jugar como tal, pero ningún club de la ACB le había propuesto hacerle el pasaporte. Nosotros nos comprometimos a ello. Le dijimos que el primer año no iba a ganar mucho dinero, pero que era una gran apuesta para él, porque de comunitario iba a poder firmar grandes contratos en el futuro. Era sacrificar un año recibiendo menos dinero de lo que el acostumbraba para ganarlo a medio-largo plazo. Tenemos una cláusula de salida por la que si algún club le quiere para el año que viene nos paga una cantidad de dinero y él se lleva una parte. Todos salimos ganando. La gente cree ahora que es un jugador muy caro, pero no es así. No hay ningún jugador de la plantilla que cobre más de 300.000 dólares. En cuanto a Tal Burstein, miramos el mercado y vimos que había rechazado la oferta del Maccabi Tel Aviv porque quería jugar en Europa. Le hicimos llegar una oferta y el chaval, que viene de dos años de lesiones y al que le prometimos que iba a gozar de minutos para revalorizarse, dijo que sí. Son apuestas deportivas, dejar de ganar ahora para hacerlo en el futuro, como en el caso de Brad Oleson o Saúl Blanco. Algunos no quieren venir aquí porque no ganan mucho dinero y otros apuestan por revalorizarse", apunta el director deportivo de un club que mira el futuro con ilusión, pero que siempre tendrá un hueco en su corazón para La Santísima Trinidad.