Balaídos venía siendo una plaza muy asequible desde verano, un chollo donde todos sacaban tajada hasta que se presentó un Athletic generoso, amable, dispuesto a dar una gran alegría a los chicos de Claudio Giráldez y a la afición más paciente de la categoría. Tras cumplir en un anodino primer tiempo, que sirvió cuando menos para darse cuenta del porqué el Celta no gana como anfitrión, los rojiblancos (con la enésima camiseta diferente, que estamos en vísperas de las navidades) protagonizaron un derrumbe por la vía rápida, estrepitoso. Se fueron del partido en un visto y no visto. No hubo milagro gallego, solo un cúmulo de concesiones en la retaguardia que el Celta aprovechó para sentenciar. Este domingo, ni Simón pudo impedir la debacle. El cupo de las facilidades visitantes lo completó Nico Williams con un lamentable lanzamiento de penalti.

Este lance, que pudo impulsar una reacción, ocurrió con media hora por disputarse, tramo que vino a confirmar las debilidades del Celta si no tiene el balón. En ese tiempo, salvo un chut cruzado de Izeta que repelió la madera fue imposible rescatar algo de fuste. El equipo de Ernesto Valverde dejó una imagen penosa. Se diría que las recientes actuaciones ante Atlético y PSG tuvieron lugar hace seis meses, dado el fuerte contraste de las mismas con el espectáculo de este domingo. Sin embargo, fueron hace un puñado de días y no es preciso ejercer de adivino para asociar la flojera observada ante el Celta con los exigentes esfuerzos invertidos en San Mamés. 

Ni que decir tiene que la decisión del entrenador, que mantuvo en la titularidad a diez de los once utilizados contra los galos, que ya fueron mayoría en las dos alineaciones anteriores, fue difícil de comprender, por no decir que resultó desconcertante. Existen otras fórmulas de gestión, se ven en todas partes, en Vigo por ejemplo, pero parece que también en dicha parcela el Athletic pretende ser único. Este domingo se escurrió una gran ocasión para añadir tres puntos en la carrera hacia Europa, tal fue la impresión extraída, pero el Athletic no estuvo a la altura. 

El discurrir de la primera mitad sirvió para comprobar las causas tanto de los problemas del Celta para sacar adelante sus compromisos caseros como los del Athletic para hacer lo propio de viaje. Lo cual deparó un fútbol bastante sinsorgo: mucho amago, poca sustancia. Desde luego en ataque casi no hubo nada que llevarse a la boca, con los porteros limitándose a intervenir con los pies. Ni una sola parada de Simón y de Radu para decir. Este último, en todo caso, sufrió por los excesos de confianza y pifias de sus defensas en zonas delicadas, otro detalle que ilustra las penurias viguesas. Simón sí que se vio apurado en la acción previa al intermedio, un oasis en medio de la nada: Williot enfiló el área en perpendicular, recortó a Vivian y disparó, pero Paredes estuvo rápido para interceptar lo que tenía pinta de que hubiera subido al marcador.

Bajo un sol inusual arrancó mejor el Celta, tocó con soltura y no dudó en avanzar líneas a la mínima. Fluidez que duró poco más de un cuarto de hora, el tiempo que necesitaron enfrente para asimilar tácticamente el dibujo diseñado por Giráldez e imponer su solidez sin balón. Quería jugar el Celta, como siempre, pero su estilo permite que el rival también lo pueda hacer y el Athletic trató de explotar dicha posibilidad. Y para decirlo todo, Aspas ya no puede influir como solía. Detalles deja, pero si le sirven al pie dada su escasa movilidad. 

Bueno, pues los rojiblancos, de modo paulatino, sumaron posesión y mediado el período inicial ya mandaban: los centrales instalados cerca de la divisoria y Berenguer, sobre todo él, pero junto al resto, amenazando con penetrar en el área gallega. Visto lo visto, el plan para la segunda parte estaba cantado: seriedad en la retaguardia, control del ritmo y puntear hasta dar con el pasillo adecuado, que había más de uno para transitar. Valverde recurrió a Iñaki Williams y Selton, se supone que pensando en esto último. Dio igual, no se enteraron de nada, en sintonía con el resto, pues salvo dos o tres excepciones, se asistió a un auténtico desbarajuste coral.

Te puede interesar:

La factura de los dos goles, que bien pudieron ser tres, recibidos en poco más de siete minutos retrató la debilidad de la estructura. Un cambio de juego propició el de Williot, cabeceando a bocajarro siendo Galarreta quien cerraba la zaga; en el segundo, ni el propio Vivian hallará una explicación potable a la asistencia que regaló a El-Abdellaoui, chico rápido que la picó con gusto ante un Simón vendido. Este extremo había cruzado mucho un servicio de Aspas un suspiro antes. Para que el cuadro fuese completo, Yuri, con un muslo tocado solicitó el relevo antes del 2-0.

Ahí optó el Celta por un repliegue descarado, sin remilgos. Conservar la ventaja era su único objetivo, no se había visto en otra ni parecida en su estadio y no estaba por la labor de abrir sus líneas. Para el Athletic no fue un problema avanzar hasta colocarse cerca del área, pero el permiso del anfitrión no incluía más facilidades y careció de la habilidad, precisión y velocidad para agujerear una pared que nunca dio síntomas de solidez. Una acción tonta puso a trabajar al VAR: detectó un derribo involuntario a Iñaki Williams y el árbitro señaló los once metros. El capitán tuvo la infeliz ocurrencia de cederle los honores a su hermano y este chutó como haría un niño de seis años, el balón casi ni llega a la portería y lo hubiese detenido otro niño de seis años. Arruinada la gran oportunidad de engancharse al resultado, cuanto sucedió luego se resume en una frase: otro ejercicio de impotencia. De momento, lo del punto de inflexión habrá que aplazarlo para más tarde.