La gigantesca dimensión de la Champions da cabida a múltiples aspectos, pero en el fondo, más allá del brillo que emite, la difusión mediática, los dinerales que mueve y la colección de estrellas que reúne, no deja de ser fútbol. Así que en su seno acaban aflorando los mismos sentimientos que dan forma y ambientan cualquier partido. San Mamés fue este martes testigo de que tiene un equipo que hasta cuando no anda fino es capaz de dar la talla y, por qué no, de discutir el pronóstico más abrumador. Saltó al campo dispuesto a pelear por todo, convencido de que sus armas son perfectamente válidas para tutear a un transatlántico, una de las entidades más poderosas del continente, y lo llevó a cabo. Tener la oportunidad de asistir a esa demostración de personalidad en ocasión tan singular es el premio que recibe su afición y una reafirmación para los futbolistas, que acabaron sucumbiendo porque la ley del balón dice que no es su costumbre satisfacer al más modesto.

Cayó el Athletic en su estreno en el gran torneo, no lo pudo evitar ante un Arsenal que se vio sorprendido por la propuesta del rival y necesitó de un par de acciones aisladas en la recta final para inclinar de su lado un marcador sin dueño gracias al concienzudo trabajo desplegado por los chicos de Valverde. El riesgo a sufrir un desenlace ingrato como el vivido estuvo planeando toda la tarde, las dos acciones estelares de Martinelli pudieron llevar antes la firma de alguno de sus compañeros, Gyokeres quizás, pero fueron de su cosecha y se produjeron en la recta final del partido, fase en la que se percibía el desgaste en las filas locales.

El internacional brasileño la armó gorda y le sacó de un apuro a Mikel Arteta: ni su repertorio táctico ni su famoso libreto estratégico establecieron la distancia teórica que separa a su plantilla de la del Athletic, que hizo lo que puede hacer, mejor. A ello se aplicó y mantuvo el pulso con dignidad y suficiencia. Le faltó pólvora, pero eso ya era mucho pedir y atrás el Arsenal es un muro. La posibilidad de la victoria no se vislumbró, lo cual no quita para que se rondase el empate, que hubiese significado mucho para el equipo. Sin embargo, no quedó sino resignarse: los grandes no precisan bordarlo ni exhibir sus rotundos argumentos, incluso en una versión discreta terminan triunfando. Les basta con que ingresen un par de tipos, que serían figuras en el destino que quisieran, para instaurar el orden jerárquico que rige en la Champions.  

Cambios de inicio

El disgusto vino con la batalla muy avanzada, pero desde el pitido inicial la grada tuvo motivos para la esperanza. Hasta la fecha nada había tocado Valverde en su once tipo, salvo por causa de fuerza mayor; este martes parecía llegado de una vez el momento de rotar y cuatro fueron las novedades. Más que el número, llamó la atención que Iñaki Williams actuase en punta. Total, que el capitán se convierte en el cuarto ariete titular del primer mes del curso, después de Maroan, Berenguer y Guruzeta. Tiempo habrá de analizar dicha cuestión porque toca analizar la razón de la medida, adelantada por el entrenador, que no era otra que preservar el tono físico del grupo.

Arteta debía tener otras preocupaciones pues solo retocó una posición y como en el inicio la frescura está garantizada toda la atención se centraba en conocer la actitud de cada bando. Sin duda, en dicho aspecto salió vencedor el Athletic: dejó claro que su presión adelantada resulta muy útil, condenando al rival a una insulsa sucesión de pases cerca de su área; luego, en cuanto tuvo balón, aceleró para pisar área hasta en tres oportunidades, ninguna con peligro. En suma, acertó el Athletic con una puesta en escena interesante y así transmitió al cuadro inglés que no le iba a resulta sencillo hacer valer su etiqueta de favorito.

Mediada la primera mitad, el Arsenal se estiró algo. Acciones contadas, pero profundas y en un par se temió lo peor, que no es solo recibir gol sino que lo marque un bloque que apenas ha dado signos de su auténtico nivel. Gorosabel, entre los más brillantes, evitó en primera instancia que Eze fusilase a Simón tras pase de la muerte de Madueke, previo error grave de Williams en tareas defensivas. Un rato más tarde, apareció Gyokeres, primero en una larga carrera finalizada con un tiro sin fuerza y luego saltando en plancha a centro de Timber. Aquí sí cabe hablar de susto, pero a eso se redujo el balance ofensivo de un Arsenal que, efectivamente, captó el mensaje rojiblanco y anduvo más remiso, prudente y tenso de lo que podía augurarse.

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Poco antes del intermedio se produjo la mejor aproximación al área visitante, el capitán lanzó al espacio y Berenguer penetró en el área para servir lejos del alcance de Raya y asimismo de Sancet, quien con mayor decisión pudo haber empujado a puerta vacía. Este lance corroboró lo presenciado: se había asistido a un duelo muy equilibrado, abierto, con la particularidad de que el Athletic tuvo la situación bajo control. Perdió el mando en el arranque del segundo acto, apretó el Arsenal a través de Madueke y Gyokeres volvió a amenazar por arriba. Un cuarto de hora tardó el Athletic en sacudirse la presión con una contra de Williams.

Con las sustituciones buscó Valverde asegurar la solidez exhibida en amplias fases. No es que el Arsenal apretase en exceso, pero transmitía mayor entereza y en mitad de una fase un tanto anodina, Martinelli exprimió a fondo su primera intervención: Trossard le sirvió a la carrera y cruzó todo el terreno local para batir a Simón con un remate bastante malo por cierto, lo que pudo sorprender al portero. Los protagonistas invirtieron papeles al cuarto de hora: Trossard coló la pelota en la red tras cesión de Martinelli. El primer tanto determinó el signo del choque. No se rehízo el Athletic del golpe y fue decayendo mientras el Arsenal se limitó a cumplir el expediente y no hizo concesiones.