En el entorno del Athletic todo apuntaba a una tarde placentera, a una visita rutinaria del Alavés, que no ganaba en San Mamés desde 2005, hace 20 años. Se daban por seguros los tres puntos en el derbi antes siquiera de que el colegiado pitara el inicio del partido. Como si fuera un día más en la oficina, una rutina impropia del fútbol, al alcance solo de unos contadísimos elegidos, y que tras ganar el cuarto partido ya iría todo encaminado en tono festivo para recibir al Arsenal en Champions. Las tres victorias en los tres primeros compromisos de la temporada parecían haber elevado al conjunto rojiblanco varios metros por encima de la tierra, el más optimista de entre los optimistas hablaba incluso de la posibilidad de ganar la liga, pero el conjunto babazorro, muy rocoso, con sus ideas de juego muy claras, devolvió al Athletic de vuelta a la tierra.
Pese a las buenas intenciones que se le intuyeron al equipo, especialmente en la primera mitad, en la que le faltó profundidad y muchas ideas en ataque, pero que apuntaban a un final feliz a poco que se ajustaran un par de cuestiones, resultó a la inversa. Fue el Chacho Coudet quien no quiso dejar pasar el tiempo en balde. Ya había regalado una primera mitad en la que si bien su equipo no sufrió, sí estuvo sometido por el Athletic, quien llevó la iniciativa del juego. Cambió hasta a tres futbolistas al descanso, modificó su esquema, pasando a jugar con dos delanteros, cerrando más su líneas y así ahogó las intenciones del Athletic, que no pasaron de eso, de ser meras intenciones. Fuegos de artificio con los que no fue capaz de marcar un solo gol ante su público.
A decir verdad, tampoco jugador alguno del Alavés batió a Unai Simón, ya que hasta la fortuna le fue esquiva al conjunto rojiblanco y Alex Berenguer, el único jugador de ataque que pareció inspirado en el bando local, desvió lo justo un centro de Denis Suárez para que el balón dibujara una parábola imposible para Unai Simón y se colara en el fondo de la red.
Quedaba aún más de media hora de juego, tiempo suficiente para darle la vuelta al marcador, pero la cosa no pintaba excesivamente bien. Ernesto Valverde, al que le tocó seguir el encuentro desde la grada por su expulsión contra el Betis y los cuatro partidos de sanción que le han caído en gracia, no dio con la tecla tampoco. Mandó mover el banquillo a su segundo, Jon Aspiazu, a quien se le vio en un lugar donde es poco habitual, el área técnica, pero los cambios no dieron sus frutos. Solo un par de chispazos de Robert Navarro alteraron el excesivo orden cerca del área rival, aunque su ímpetu se diluyó con el paso de los minutos.
Con todo, el Athletic dispuso de una clarísima ocasión como para haber logrado la igualada, pero Iñaki Williams, que estuvo en una versión irreconocible, falló lo que parecía un gol cantado. No acertó de cabeza sin apenas oposición y a una distancia muy corta de la portería rival. Pudo desquitarse poco después en una acción mucho más complicada, en la que sí orientó bien el balón, pero entonces se topó con Antonio Sivera.
Esas dos acciones del capitán fueron las dos únicas de peligro del Athletic, a todas luces insuficientes para poner la igualada en el marcador y qué decir de voltearlo.
De ahí al final, el último cuarto de hora fue una especie de correcalles, un partido de patio de colegio en el que los rojiblancos parecieron perdidos, corriendo a ratos detrás del balón como pollos sin cabeza sin orden ni concierto. El encuentro se ensució en acciones absurdas por el exceso de ímpetu de algunos jugadores, a los que les faltó mucha pausa para alivio de un Alavés que devolvió al Athletic a la tierra.