Se han cumplido veinte años de la marcha de Asier del Horno a la Premier. Aquella operación, entonces sorprendente, con el tiempo se convirtió en una tendencia con los casos de Amorebieta, Herrera, Arrizabalaga o Laporte. El 21 de junio de 2005, el Chelsea de Jose Mourinho anunciaba la contratación de Del Horno a cambio de doce millones de euros. El lateral de Gallarta se comprometía para cuatro temporadas con un sueldo anual que rondaba los cuatro millones.

Un gran salto para un jugador que apuntó unas cualidades innegables vistiendo de rojiblanco: con solo 24 años recalaba en un club que aspiraba a todo en Inglaterra y en Europa. No en vano, en su estreno como blue obtuvo dos títulos, la liga y la Community Shield. En la Champions no pasó de los cuartos al ser apeado por el Barcelona. En dicho cruce, Del Horno tuvo un protagonismo fatal: salió expulsado en la primera mitad de la ida a raíz de una aparatosa entrada sobre Messi. La incidencia le pasó factura, pero no fue lo único que interrumpió en seco su aventura. Su rendimiento general no mereció el beneplácito del técnico luso, quien promovió su traspaso el verano siguiente al de su llegada.

Ahí arrancó el vía crucis de un futbolista que, hasta su retirada con 31 años, jamás alcanzó el nivel que se le presumía cuando recorría la banda de San Mamés. Sin duda, las lesiones le penalizaron, pero no es menos cierto que su personalidad y una actitud errática en el ámbito disciplinario, en absoluto contribuyeron a que enderezase el rumbo.

En mayo de 2006 se rompió el talón de Aquiles de la pierna izquierda en un ensayo con España. Del Horno figuraba en la lista de 23 hombres que Luis Aragonés elaboró para el Mundial de Alemania. Fue relevado por Mariano Pernía, argentino nacionalizado de urgencia. El Chelsea ya le estaba buscando una salida, pues había captado a Ashley Cole, internacional inglés del Arsenal, para ocupar su lugar. El 21 de junio, el Valencia se hacía con los servicios de Del Horno al abonar 7,5 millones al Chelsea.

El presidente, Juan Bautista Soler, le extendió un contrato de seis años y aseguró que su ficha se ceñiría al tope salarial que regía en la entidad, 1,5 millones. Luego, se supo que Del Horno firmó una subida progresiva que le permitió llegar a los dos millones. Convaleciente de la lesión comentada, Del Horno no estuvo disponible hasta marzo de 2017. En total, participó en ocho partidos y Quique Sánchez Flores aconsejó su cesión. Así pudo regresar a sus orígenes: el Athletic le acogió con una opción de compra que no ejecutó: jugó 21 partidos al verse relegado por Koikili Lertxundi, novato en la categoría.

Volvió a la capital levantina, con Unai Emery al mando, y no levantó cabeza, los problemas físicos se sucedieron. Reclutado como sucesor del modélico Amedeo Carboni, solo participó en 13 jornadas ligueras al cabo de tres años en el Valencia. En enero de 2010 salió a préstamo hacia Valladolid y en el verano siguiente le buscaron acomodo en el Levante, también cedido. Allí logró cierta continuidad y le ofrecieron un contrato, que rubricó tras negociar con un año de antelación el fin de su vínculo con el Valencia. En el que sería su último destino otra vez ingresó en la enfermería, fue operado de talón de Aquiles, intervino en quince partidos y tomó la determinación de colgar las botas.

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En las ocho campañas que siguieron a su descarte en el Chelsea, Del Horno acumuló únicamente 103 citas oficiales, dejando una estela a años luz de la que cabía augurar en el verano de 2005. Concentró la fama y los logros en su primera etapa, en las 147 actuaciones con el Athletic. Ello explica que al interés del Chelsea se sumase el del Real Madrid, quizás porque se había convertido en su víctima favorita. Cinco de sus 17 goles con el Athletic entraron en la portería blanca. “Hubo bastantes posibilidades; pero, si tenía que salir, mi cabeza me decía más Londres que Madrid”, fue su manera de despachar el asunto.

Nunca se sabrá quién hubiese sido Del Horno en el fútbol de haber gestionado mejor su potencial y sin la rémora de las lesiones. En su paulatino, temprano e irrefrenable declive, influyó una muy particular interpretación personal del profesionalismo. Había nacido con un don para el deporte, de chaval sobresalía en el frontón, pero acabó decantándose por el balón: “Me ha llamado siempre mucho más el frontón que el fútbol, pero por circunstancias acabé siendo futbolista”. Hoy en día, a los veinte años de su aventura inglesa, sigue enganchado a la pala. Lo que de verdad le gusta.