Fiesta, ambiente muy cálido, cortesía de una grada que no calló ni un instante, emoción, mucha, y enésima demostración del Barcelona a costa de un Athletic empeñado en añadir un nuevo éxito a su casillero y que, como mínimo, fue acreedor a algún gol en un encuentro entretenido donde prevaleció la lógica. La temporada ha deparado un cierre un tanto extraño en San Mamés, que en la misma semana ha acogido no uno sino dos eventos. El miércoles se utilizó para la escenificación de una final internacional que confirmó la mediocridad de los dos equipos ingleses implicados y fue inevitable echar de menos la presencia del Athletic que, en condiciones normales, hubiese podido dar buena cuenta de cualquiera de ellos. El de este domingo, además de para despedir a un futbolista prototípico del club tras dieciséis años de servicio, servía para colocar el broche al gran año de los rojiblancos.
Carecía de aliciente competitivo, pero era lógico que se celebrase en horario estelar pues se veían las caras los únicos conjuntos que han colmado de satisfacción a sus seguidores de agosto a mayo, y alcanzado los objetivos propuestos en el torneo: el campeón y un Athletic que ha rendido por encima de lo que cabía esperar o pedirle. Liberados de presión, los protagonistas quisieron agradar. Imprimieron intensidad al juego, no fue nada parecido a una pachanga, se diría que los tres puntos eran una obligación, con el Athletic valiente para ir a romper desde el comienzo la defensa adelantada que exige Hansi Flick y el rival tratando de capear el temporal.
Comandado por un activo Nico Williams, quien con una rosca casi sorprende a Peña, La Catedral se ilusionó de entrada, pero pronto asomaron detalles del embriagador fútbol que ha caracterizado a los azulgranas. Nuñez evitó una primera ocasión de Lewandowski; no pudo cortar el siguiente pase filtrado por Fermín y el polaco estrenó el marcador mediante una picada sobre la salida de Simón. Gol propio número cien en el equipo y el cien asimismo logrado colectivamente en la vigente liga. Insistiría el Athletic, pleno de frescura aún, sin suerte. Sí la halló el ariete visitante a la salida de un córner desviado por Unai en el primer poste que le dejó en posición privilegiada para culminar.
Dos reveses demasiado tempraneros que quedaron sin réplica, convirtiendo el partido en una misión imposible para el anfitrión. Maroan falló luego a puerta vacía, pero probablemente la acción hubiese sido invalidada por fuera de juego previo. De forma acaso imperceptible, guiado por el recital de Pedri, el Barcelona atemperó el nervio rojiblanco y sin forzar en exceso la máquina condujo la contienda hacia un registro más pausado. La encomiable brega local generó alguna oportunidad más, en especial a raíz de un excelente servicio a cargo de De Marcos: Maroan penetró en el área, trató de driblar y cuando preparaba el remate cayó. Los jueces no estimaron falta; sin embargo, Cubarsí, con quien mantuvo un duelo durísimo, tocó levemente en una pierna del delantero y le desequilibró. Minutos antes De Marcos, que no paró de proyectarse, trazó el pase de la muerte al que no llegó por centímetros Maroan en boca de gol y sí Araujo.
En el segundo tiempo la tónica no experimentó alteraciones importantes. Por mucho que el Athletic se fajase, resultaba evidente que carecía de claridad y físico para romper el dominio que a través de la posesión ejerció el conjunto catalán. Así todo, merodeó el gol en cuatro o cinco ataques, si bien los que firmó el Barcelona entrañaron un peligro mayor. Lewandowski pudo perfectamente doblar su cupo y Yamal remató fuera por buscar una finalización original en dos lances más.
Valverde insufló energía con un triple cambio a la hora, sin que se notase en exceso. El cansancio de Maroan, Nico Williams y Berenguer se dejaba sentir para entonces. En un córner botado por este último, Peña evitó el tanto del honor con un palmeo que repelió el larguero. El remate lo hizo Cubarsí al anticiparse a Paredes. El juego, a cada minuto menos ágil, en gran medida por la falta de interés de un Barcelona que multiplicó los pases de seguridad en la zona ancha, pero asimismo debido a que el Athletic se fue resignando. No había manera de incordiar seriamente al campeón, su fútbol envolvente reclama un esfuerzo descomunal según avanza el cronómetro y no hay duda de que, por si acaso, Flick no transige con la relajación.
Más que el partido en sí mismo, la expectación se centraba ya en el cambio de De Marcos, que se produciría en el minuto 88. El público, sus compañeros y los rivales le dedicaron una ovación interminable mientras colocaba el brazalete a Iñaki Williams y era abrazado camino de la banda. El hombre fue capaz de recorrer sus últimos metros sobre el césped de su San Mamés con temple y compostura. Como ha hecho siempre, no iba a ser menos en trance tan singular. Se retiró de los focos a su estilo, dando el relevo a Lekue, con quien ha compartido buena parte de su carrera.
Aquello estaba finiquitado o eso se creía, pero todavía el Barcelona se reservaba una bala más. Olmo se marchó por piernas, Yuri le trabó y si bien González Fuertes ordenó que siguiesen, el VAR le advirtió de la existencia de un derribo. El árbitro, otro que anoche dejaba la profesión, no tuvo más remedio que señalar penalti. Olmo eludió la estirada de Simón con un chut ajustado a media altura y fin de la historia. El Athletic festejó con su gente la conclusión de una temporada que será recordada por mucho que pase el tiempo. Y De Marcos pudo saborear unos minutos extra de gloria rodeado por la plantilla en un estadio que le dedicó lágrimas de agradecimiento y pena. Se va una persona de categoría.