Los sonrientes semblantes de los entrenadores en el saludo cuando el árbitro señaló la conclusión pueden interpretarse como la aceptación de que el reparto de puntos fue el desenlace lógico. El Athletic halló tremendos problemas para alterar el pulso de un Mallorca que desplegó sus armas y se adelantó en el marcador. Desde la óptica del anfitrión, lo mejor se concentró en la rapidez con la que replicó al gol de Raillo. Fue clave vista la impotencia previa para generar peligro y solo a raíz del cabezazo de Nico Williams logró inclinar la pelea a su favor. Tampoco es que avasallara a su adversario, pero por fin imprimió velocidad a sus evoluciones y se comportó como suele en San Mamés.
Se asistió a un día espeso del Athletic, que necesitó el acicate del gol ajeno para despertar, para recuperar parcialmente sus esencias y proyectarse en ataque con nervio y protagonizar entonces un puñado de aproximaciones. Algo que le fue imposible antes y esto ya es noticioso, pues el equipo de Ernesto Valverde se distingue precisamente por su poderío para percutir y poner en aprietos a cualquiera que le visita. Pero en dicho tramo, no cabe obviar que también el Mallorca tuvo un par de llegadas y solo cuando le entró el temor a perder el puntito se centró en contener muy atrás.
Pese a que no colmase ni por asomo las ansias de la afición, el guion del choque se atuvo a una serie de premisas en absoluto sorprendentes. La historia de este enfrentamiento advertía en este sentido. La posibilidad de que fuese un duelo equilibrado y cerrado, sin apenas margen para el fútbol alegre, fluido o vistoso no hizo sino confirmarse y únicamente dejó un resquicio para la emoción en la última fase.
La radical transformación del once inicial del Athletic pretendía dar la respuesta adecuada a una cita en riesgo de quedar ensombrecida por el brillo de la Europa League. El técnico no se anduvo en chiquitas: pese a que las ausencias de Vivian y Galarreta eran forzosas, solo repitieron tres de los titulares del Olímpico. Buscaba energía para recibir a un oponente incómodo, que puso en liza la totalidad de los hombres que nunca rehúyen la disputa, el cuerpo a cuerpo. Asano y Muriqi para pescar una y el resto aleccionado para plantear una tarde áspera, larga. Claro que esto último iba a depender del grado de acierto de un Athletic que se presentaba con la novedad de Canales en la media punta.
Desde luego, la primera mitad resultó difícil de masticar. No entró bien el Athletic, incapaz no solo de coger el mando, tampoco el hilo que dotase de cierta continuidad a su juego. De hecho, casi ni se asomó por el área visitante. Los pases defectuosos, en cualquier zona, fueron un lastre insalvable por su reiteración. Ya se sabe que proponer cuesta más que contener, pero lo peor fue que el Mallorca se sintió seguro con su propuesta de poner obstáculos y acabó manejando la pelota más y mejor. Sin alardes, pero poniendo en evidencia la inoperancia de los rojiblancos en sus turnos, presididos por la precipitación, una ansiedad contagiosa, a la que nadie puso criterio.
Sin duda, tanta imprecisión obedeció en buena medida a la pegajosidad de los isleños, pero las decisiones erróneas propias en acciones sencillas contribuyeron a un espectáculo plano. La franja central se puso intransitable, ocupada por un trío de torres además de Mascarel y Samu Costa por delante, medios de contrastada vocación destructiva. Un cabezazo que se marchó alto de Guruzeta a centro de Prados, pudo dar a entender otra cosa dado que se registró en el tercer minuto, pero es que luego no hubo nada de nada que se pareciese a una jugada interesante. Un par de centros cruzados sin destinatario y para de contar.
Valverde intentó agitar el panorama con Iñaki Williams y Maroan, pero antes de que la maniobra surtiese efecto Raíllo entró como un cañón para cabecear un córner. La jugada favorita del Mallorca. En ese instante, visto lo visto, era comprensible temerse lo peor, pero dos minutos después, Gorosabel combinó con Iñaki Williams y se proyectó por su costado, recibió y templó un centro perfecto para que Nico empujase en boca de gol.
La grada se encendió y en adelante el equipo supo imprimir un ritmo más de su gusto. La salida de Nuñez también ayudó, pues se impuso en el complicado duelo con Muriqi, un incordio constante y la vía de salida más sencilla del Mallorca. Así todo, Samu Costa la tuvo, a servicio de Mojica, pero apuntó a las nubes en inmejorable situación. Fue casi el coletazo final de los de Arrasate en ataque, pues en la media hora restante la voz cantante correspondió al Athletic.
Un chut cruzado de Iñaki Williams pudo valer la remontada, fue la oportunidad más nítida, a la que siguieron intentos mal dirigidos, pero que obedecían al cambio que experimentó el partido. Cuando menos, el equipo merodeó la poblada área de Greif. Maroan casi no dispuso de un balón aprovechable, pero forzó a los centrales a emplearse a fondo y generó espacios. Esperar que el Athletic, con refrescos y otro ánimo, se enmendase como para opositar con fundamento a la victoria, acaso era pedir un milagro.
En general, el nivel dejó bastante que desear, más allá del empeño y la perseverancia, pesaron las discretas aportaciones de bastantes hombres. Por todo ello, procede aceptar de buen grado el empate, como dieron a entender Valverde y Arrasate en la banda. El Athletic no funcionó como suele y el Mallorca no anduvo lejos de su versión habitual. Siendo así, pues no queda más que pasar página y ponerse a pensar en el jueves.