San Mamés celebró por todo lo alto el broche a una semana perfecta. En un partido difícil de masticar por la osadía del Celta, la afición asistió a una nueva muestra de competitividad del Athletic, que necesitó amoldarse a un guion que en muy contadas ocasiones asume cuando ejerce de anfitrión. En la mayoría de los minutos la iniciativa le correspondió al cuadro de Claudio Giráldez, lo cual adjudicó el papel de sufridor al Athletic, que supo ir minando la alegría del fútbol gallego, labor que complementó con una pegada de peso pesado. Exprimió a fondo su escueto bagaje de acciones profundas en ataque gracias al protagonismo de dos hombres que no se habían estrenado este año. Guruzeta, por partida doble, y Djaló, en la que constituyó prácticamente su única intervención reseñable, dejaron los puntos en casa para certificar el impulso del equipo después de los triunfos en Canarias y Madrid.

Tuvo Valverde que volver a transformar el once de salida para equiparar fuerzas con un Celta sin compromisos desde el fin de semana anterior. Pero más que la cuestión física, el factor que condicionó el duelo estuvo en la ambiciosa actitud del adversario que confirmó la fama que se ha ido labrando jornada a jornada. Lo que no entraba en las previsiones gallegas fue la excelente puntería del Athletic para rentabilizar la labor de desgaste en que tuvo que implicarse, tarea que le alejó más de lo habitual de las zonas del terreno en que se siente más cómodo. 

El desarrollo del primer tiempo confirmó algo que ya se había observado en los partidos recientes: el nivel del fútbol, mejor o peor, que muestra el Athletic no supone una limitación para aspirar con fundamento a los puntos. La diferencia respecto a victorias previas radicó en las dificultades que halló ayer para gobernar la contienda. El Celta le arrebató la batuta y se negó tercamente a entregarla, pero de nada le sirvió. La única explicación posible sería que los de Valverde son capaces de desequilibrar en cualquier circunstancia. Se trata de una virtud propia de los conjuntos poderosos, habituados a eludir disgustos gracias a un altísimo índice de eficacia.

Fueron 45 minutos trepidantes, con el Celta exhibiendo su atractivo repertorio con balón: una circulación muy ágil que abocaba a los rojiblancos a recular y correr muchísimo. A ratos, ejerció una superioridad demasiado nítida y fabricó además llegadas suficientes para ponerse en ventaja, pero se retiró al vestuario perdiendo. El oportunismo de un Guruzeta que había pasado desapercibido hasta la fecha asomó para que el Athletic se pusiera dos veces por delante. Nada más iniciado el partido y cerca del descanso. En medio, Aspas igualó merced a un penalti provocado por él mismo. Pero el par de remates que agarró Guruzeta, de esos que encumbran a un ariete, echaron por tierra los múltiples méritos acumulados por el Celta.

Los golpes recibidos no alteraron el pulso gallego. Siempre con la pelota por abajo, participando el equipo en su totalidad, sin precipitarse, pero haciendo todo muy rápido, demasiado para que la acreditada presión del Athletic surtiese efecto, al menos en campo rival. Pero por fortuna, los recursos en ataque, pese a que aflorasen con cuentagotas, son variados y de garantía. Empezando por un Iñaki Williams que destroza lo que se le ponga por delante. De sus botas salieron el primero y el tercero, el que zanjó el asunto a falta de diez para la conclusión.

Tampoco cabe obviar las aportaciones de Berenguer, autor del magistral centro con que Guruzeta devolvió la tranquilidad a la grada, cazando un cabezazo impecable emparedado por los centrales. Y lo mucho que supone cada intervención de Sancet, que no se limitó a sus controles orientados, conducciones y aperturas precisas, pues curreló a fondo para colaborar con el resto en misiones en las que las estrellas suelen dimitir.

Tras el intermedio, se notó que el Celta no movía el balón con tanta celeridad. Aparte del cansancio, es cierto que el Athletic fue paulatinamente ajustándose en la faceta defensiva. Según pasaban los minutos, la figura de Prados adquirió una enorme relevancia, lo que fue de agradecer porque a Jauregizar le costó amoldarse a la situación y tampoco Galarreta es el más versado para cortocircuitar el juego del contrario. No obstante, prevaleció la implicación de todos para solucionar un compromiso que, la verdad, se hizo un tanto largo. Por culpa de la perseverancia viguesa, que ni siquiera decayó a pesar de que estuvo mirando el área local de lejos todo el segundo acto.

Cabe que el Celta notase la bisoñez de los chavales por los que Giráldez ha apostado con fe. Muy finos en la primera hora, luego fueron bajando sus prestaciones los Javi Rodríguez, Sotelo, Damián y Hugo Álvarez. Era el precio a abonar si enfrente hay un bloque tan poderoso en lo físico, tan generoso en el esfuerzo y que posee unos conceptos muy masticados en la contención. Si a lo apuntado se agrega que, incluso replegado, el Athletic salta como un resorte a la mínima, habrá que convenir que la misión de asaltar La Catedral constituye una empresa muy complicada.

Las estadísticas de la última campaña no son fruto de la casualidad y salta a la vista que el equipo está al alza. A medida que se suceden los partidos se va asemejando al hueso que antes del verano alcanzó los objetivos que se había propuesto. Si así no fuese, lo presenciado en la sobremesa de ayer hubiese acabado probablemente de otra manera. Desde luego, en lo que compete al Celta, poco más de lo que hizo se le puede exigir. Sucedió que a esto juegan dos y el Athletic, sin desplegar el tipo de propuesta que le hace temible en San Mamés, es mucho Athletic. Tres goles que valen tres puntos.