LOS hermanos Williams sueñan con levantar la Copa el próximo día 6 y surcar la ría en gabarra, al igual que hicieron hace cuatro décadas los hermanos Salinas. Iñaki y Nico quieren grabar su apellido en la historia del club. Ser leyendas. Un éxito deportivo y a la vez familiar. El premio a una vida juntos, siempre cuidando el uno del otro, sufriendo y festejando de la mano, compartiendo sangre rojiblanca, como Julio y Patxi. El orgullo de sus familias.

Los Williams acuden a la cita de La Cartuja acaparando además el foco mediático. Son la gran esperanza del conjunto bilbaino y dos de los mejores jugadores de su plantilla. Auténticos estiletes de la vanguardia bilbaina y una de sus mejores bazas para derrotar al Mallorca. Un puñal por cada banda al corazón bermellón. Vertiginosos e insaciables, son dos leones imposibles de detener cuando galopan a campo abierto.

Su sueño es el de muchos niños y niñas de Bizkaia. Han ido recorriendo su camino en Lezama, al igual que hicieran Julio y Patxi con trabajo y esfuerzo hasta tener la oportunidad de vestir los colores del primer equipo rojiblanco. Una hazaña que ahora puede pasar a la eternidad. “Lo más importante es que ganemos la final”, destaca Patxi Salinas, encantado de ceder el testigo del éxito fraternal a los Williams.

Patxi y Julio Salinas, con la camiseta del Athletic, últimos hermanos campeones.

Fue el 5 de mayo de 1984 cuando el Athletic se proclamó campeón de Copa por última vez, tras vencer 0-1 al Barcelona en el Santiago Bernabéu. Todavía recuerda incrédulo la dimensión de aquella gesta. “Era el rival más difícil, pero ganamos. Para mí fue una sorpresa jugar la final de titular y, además, conseguir ese año el doblete fue brutal”, rememora el menor de los Salinas.

Cuatro décadas después, ahora son los Williams los que ponen la saga familiar al servicio del Athletic. Dos hermanos que se llevan ocho años de diferencia, pero que comparten un mismo sentimiento rojiblanco. “Ahora mismo son fundamentales en el juego del Athletic. Quizás sean los dos mejores jugadores que tenemos en la plantilla. Son muy rápidos y decisivos en el aspecto ofensivo. Asimismo, sobre todo Iñaki, aporta un gran trabajo al equipo”, subraya Patxi, consciente de que el Athletic está ante una oportunidad única en mucho tiempo: “Ningún rival es fácil, pero, a priori, quizás es más asequible que las otras finales que hemos tenido. No obstante, el Mallorca ha hecho méritos para estar ahí. Además, a un partido puede ganar cualquiera y en una final cualquier matiz es decisivo: un penalti, una expulsión...”.

Un partido trascendental que ya vivieron en 1984 los hermanos Salinas. A Patxi le tocó defender la zamarra rojiblanca desde el campo, mientras que Julio no entró en la lista de los quince afortunados, aunque al año siguiente sí que tuvo su oportunidad de estar entre los elegidos y compartir once con su hermano en la final de 1985. Sin embargo, el resultado fue bien diferente, puesto que el Athletic perdió por 2-1 frente al Atlético de Madrid. De la final del Bernabeú contra el Barcelona de Maradona, Schuster y compañía, Patxi Salinas recuerda los “momentos de tensión previos” por enfrentarse a un equipo “repleto de figuras”. Sin embargo, desvela que llegaban con la moral por las nubes tras lograr el título liguero y con ilusión por mostrar su fortaleza: “Éramos un equipo muy combativo y difícil de vencer”.

Una locura de celebración

Precisamente, repasa aquellos días previos a la final en su ámbito familiar. “El fútbol no era algo que nos volviese locos en casa e intentábamos no hablar mucho de ello, pero es verdad que mis padres eran socios y cuando llegamos a la final, para ellos fue un gran motivo de orgullo”, relata. Tanto es así que se desplazaron a Madrid en ambas ocasiones, 1984 y 1985. Una época en la que las comunicaciones no eran las de ahora: “Hablé con ellos antes de la final por teléfono fijo desde el hotel Mindanao, donde estábamos concentrados, porque por entonces no había móviles y me desearon suerte, sobre todo a ver si podía entrar dentro de los quince convocados para el partido. Luego ellos viajaron el mismo día de la final y ya no pude hablar con ellos. Me imagino que se enterarían de que jugaba de titular al llegar al campo. Después del partido solo pude verles un par de minutos porque aquello fue una locura. Les dije: ya nos vemos en Bilbao mañana o pasado. Después de ganar no sabíamos ni el planning que había”. Bendito caos. “No había un cordón policial que pudiese contener aquello. Salir a saludar a tus padres implicaba tener que hacerlo a 50.000 personas”, relata. Una vez ya de regreso en Bizkaia, el delirio de la gabarra superó con creces sus expectativas. “No me esperaba lo que viví ni de lejos, fue algo único en la vida. Fue la mayor felicidad de mi vida y en aquel momento me sentí el tío más importante del mundo. Recuerdo que nos mirábamos los jugadores y decíamos: ¿qué hemos hecho?”. El momento culmen fue la llegada al Ayuntamiento. “No se veía el cemento del suelo, solo gente”, añade.

Un éxtasis general que cambió por completo sus vidas. No obstante, al año siguiente les tocó vivir la cara amarga del fútbol ante el Atlético. “Fue una decepción que no consigues quitártela de la cabeza ni después de cuarenta años. Todavía recuerdo el penalti que le pitaron a Urtubi, que hoy en día con el VAR no lo habrían pitado, y no habríamos perdido la final. Fue un partido que perdimos injustamente. Creo que teníamos más esperanzas de ganar esa final que la anterior porque éramos mejores que el Atlético”. En concreto, Patxi lamenta no haber podido disfrutar sobre el césped de la victoria con su hermano, que marcó el gol rojiblanco. “Haberla ganado juntos hubiera sido un subidón de la leche”, concluye. Por eso ahora los hermanos Williams no quieren dejar pasar la oportunidad de sacar un pasaje hacia la eternidad.