Dani lleva tiempo nervioso. “Es que tengo un hormigueo y un nerviosismo; estoy intranquilo…”, reconoce. Más inquietud que cuando él mismo jugaba, que, por ejemplo, en esos días y momentos previos a la llamada al cielo del 5 de mayo de 1984, un instante sin caducidad aún durante 40 años. Entonces, antes del duelo ante el Barcelona, el equipo y él estaban con un subidón… “Que hasta Javi (Clemente) nos tuvo que decir: Tranquilos, relajación”. Claro, acababan de ganar la liga. Claro, la habían conquistado también en la campaña 1982-83. Claro, la gloria. Un éxtasis que no se apagó hasta… “¡Ufff!”, sonríe Dani, eterno capitán. Por todo ello, otorga un papel clave al estado mental para la próxima final ante el Mallorca. Los nervios ya le jugaron a él una mala, malísima pasada en el desenlace copero de 1977. “Fallé el penalti ante el Betis porque me temblaban las piernas”, admite.

Con la amabilidad y la cercanía que siempre le caracterizan, rebobina su memoria en rojo y blanco.

¿Cuánto pesa una final?

—Mucho. Mucho. Es tremendamente complicada. Un partido totalmente diferente a otro. La situación de un equipo y del otro no prima para nada. Hay una serie de circunstancias que influyen mucho. Yo mismo tengo un hormigueo y un nerviosismo; estoy intranquilo. Imagínate lo que le supone a la plantilla cuando se va acercando la hora cero, la víspera del partido, cuando vayan a Sevilla y vean la aglomeración de gente, cuando vaya el autobús al campo, que te rodea todo el mundo, salir y ver cómo están las gradas… Hay jugadores que aceptan todo eso y salen al partido y bien, pero hay gente que se pone muy nerviosa y no desarrolla su fútbol. A mí me gusta ser prudente y celebrarlo luego. Yo soy muy precavido. No estoy como mucha gente que piensa: Este año fácil, este año, sí. Será muy complicado, porque además el Mallorca tiene a gente veterana y experta. Nosotros tenemos un equipo maravilloso que está funcionando de maravilla y ojalá podamos jugar como lo estamos haciendo. Pero hay más mezcla de gente joven que no ha vivido una situación de este tipo y hay que ver cómo reacciona.

El factor mental, la presión que puedan sentir ‘de todo Bizkaia’, el hecho de que en 40 años no se haya ganado un ‘gran’ título…

—Todo el mundo se carga con el peso de 40 años sin un título como este. A los chavales les están machacando por la calle: sus amigos, el entorno… Este año, sí, ¿eh?. Y cuando sales al campo…

Tiemblan las piernas.

—Sí, sí. Yo fallé un penalti en la final contra el Betis. ¿Sabes por qué lo fallé? Porque me temblaban las piernas. A mí me dejaron la responsabilidad del último penalti y cuando el linier me dio el balón, me dijo: Toma, si metes, ganáis. Yo había estado todo el rato con los ojos cerrados. No sabía cómo íbamos. Estaba sentado en el suelo, me dice eso el linier, me levanto y menos descomposición, de todo… Llegué al penalti y yo, que hacía la paradinha, ni paradinha ni hostias. ¡Y había metido el 98% de los penaltis! Pero dependiendo de la situación, puedes reaccionar de una manera o de otra. Los chavales ahora están jugando de maravilla y piensas que si jugamos como lo estamos haciendo, hay muchas posibilidades de ganar, pero, ¿cómo van a estar en el campo en el momento puntual?

Ahora habrá un trabajo a nivel psicológico que no existía en su época.

—Lo nuestro era una buena chuleta antes del partido y venga (risas). Pero nosotros teníamos un psicólogo casero. El de hoy en día será muy metódico, con un trabajo muy específico y estudiado para preparar a los jugadores; en nuestra época, teníamos al médico que nos atendía de las lesiones y luego teníamos al masajista que era Natxo Biritxinaga y cuando llegaba un momento de estos y estábamos en la caseta en calzoncillos vistiéndonos, él cogía, se ponía un pañuelo en la cabeza y hacía de Eva Nasarre. Se ponía a hacer el chorra y todos, unas risas... Era una forma de hacer de psicólogo. Te venía de maravilla. Luego, cantábamos un himno que teníamos nosotros, que era una chorrada también. Adelante, campeones, el equipo del Athletic vencedor tiene que ser, nadie puede detener a este equipo campeón. O algo así. Oye, así nos relajábamos.

¿Y usted era de dar grandes discursos?

—Hombre, como capitán siempre animas y a la hora de salir dices cuatro palabras. Lo habitual. Siempre te pesa el querer animar a todos, tienes más contacto con el entrenador… Es la labor del capitán.

¿Cómo fueron entonces esos momentos antes de la final del 84?

—Con mucha incertidumbre. Cuando empezamos esa temporada, yo no imaginaba para nada que podíamos ganar la liga. Había equipos muy fuertes y en esa época en lo que andabas pensando era en entrar en UEFA. Pero empezamos la liga y el equipo iba funcionando, a mitad de temporada estábamos muy bien, seguimos para adelante y faltando pocos partidos resulta que había posibilidades. Empezábamos a creérnoslo y eso que tuvimos un traspiés porque nos ganó 4-0 o 5-0 el Betis. Eso nos hizo reaccionar. Y al final, ganamos la liga y ese empuje nos vino muy bien para la Copa. Casi no nos hacía falta ni entrenar, teníamos un ánimo, una motivación… ¡Estábamos como una moto! Y decía Javi: Tranquilos, vamos a jugar como siempre, relajación.

Esta final le pilló a usted con más experiencia que aquella de 1977.

—Había pasado un Mundial, había jugado treinta partidos internacionales, con la selección de Euskadi… Todo ello te da un cierto poso y no es lo mismo que ser un chaval de 20 años. Yo estuve tranquilo en el campo. Estuve más nervioso en las celebraciones. Para empezar, Gisasola se cayó al agua con la Gabarra. Y podía haber sido… Había marea baja y media docena de vigas astilladas. Por suerte, cayó entre dos vigas.

Daniel Ruiz Bazán DEIA

¿Aún tiene recuerdos más o menos nítidos de 1984: del partido, la celebración, la Gabarra…?

—Yo ya tengo más de 70 años y ¡han pasado 40! Pero hay cosas puntuales de las que sí me acuerdo. Uno de los grandes recuerdos que tengo es la Gabarra y también el viaje que hicimos desde Zeanuri a Bilbao en un camión, que fue impresionante, muy emocionante. De ese día del camión me acuerdo de que llegamos hasta la Basílica de Begoña y el camión no podía andar, estaba metido entre la multitud de la gente y había una señora de unos 80 años que me llamaba y llamaba y no quería más que darme la mano. Se me ha quedado en la memoria. Fue todo impresionante pero claro ahora sería imposible que saliera la Gabarra como entonces. Es que aquello fue la mayor irregularidad del mundo. Yo las pasé canutas. Hubo momentos en que lo pasé mal porque piensas que puede haber una desgracia. Pero afortunadamente no pasó nada.

¡Y vaya partido que fue ante el Barça!

—El Barcelona era el gran favorito con un equipo de la ostra. A mí los incidentes me pillaron en el otro lado; si hubiera estado por el medio, seguro que me habrían atizado. Y ganar fue algo muy grande. Una machada. Siempre lo es con el Athletic por cómo es, por ser esos once aldeanos.