En el estreno copero ante un conjunto de una categoría que se halla en las antípodas de Primera, al que toca visitar en mitad de una semana que incluye dos compromisos de liga, la utilización de jugadores que no son los habituales se convierte en un recurso de manual. Se trata de una medida que cualquier entrenador toma, asumiendo una cuota de riesgo que no es broma. Resulta innecesario detallar las funestas consecuencias que acarrea una eliminación prematura. El Athletic ha sufrido varias y jamás se olvidan. De ahí que Ernesto Valverde, la víspera de viajar al campo del Rubí, aludiese al “peligro” que entrañaba la cita.

Como se preveía, el técnico tiró de lista y juntó en la alineación a diez hombres que no figuran entre sus titulares en la liga, todos, excepto uno, Vesga, que acaba de regresar de una baja por lesión. Hubo hasta tres que no habían disputado minuto alguno con el Athletic desde el verano, Agirrezabala, Nolaskoain y Egiluz, si bien este ha podido rodarse en el filial. Además, entró gente como Adu Ares, que acumulaba 23 minutos de competición, Raúl García con solo 58, Unai con 101 y Prados con 127. Es decir, que pese a la presencia de Berenguer (379), Lekue (349) y Muniain (297), todos con un papel secundario en las once jornadas de liga celebradas, el equipo inicial, más que circunstancial, era un experimento.

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El Rubí - Athletic, en imágenes Efe

Se entiende pues que el Athletic, más allá de cargar con la iniciativa y adueñarse de la pelota hasta que hizo sus goles en la segunda parte, tuviese problemas para establecer con su fútbol y finalmente en el marcador la abismal diferencia que le separaba del Rubí. De hecho, no lo logró, fue un grupo dubitativo, poco coordinado, que se movió a un ritmo demasiado bajo, con algunas piezas incapaces de hallar su sitio sobre el terreno y que, en definitiva, concedió demasiado aire a su modesto oponente.

Sí, eran profesionales de élite frente a amateurs, pero la clave que subyace tras ese mediocre comportamiento coral descansa en que la mayoría de los escogidos por Valverde no posee el punto de forma deseable. Son futbolistas que, aparte de no haber coincidido nunca en un encuentro oficial, cargan con el peso de una responsabilidad que también merma sus prestaciones. En suma, como se vio, están muy expuestos a pasar un mal trago.

La fragilidad que transmitió el Athletic en el Can Rosés obedece a que, tal como se deduce de los datos aportados, los futbolistas carecen de la seguridad precisa para hacer su trabajo. Les falta porque no han gozado de confianza hasta la fecha, Valverde les ha empleado poco o nada y en esas condiciones, no cabe considerar el cruce con el Rubí como una oportunidad para reivindicarse. Es justo lo contrario: al igual que el club, cada uno de ellos a nivel individual tiene que mucho que perder y poco que ganar en dicho desplazamiento.

Ejemplos que ilustran esta realidad los hubo a patadas. Empezando por el portero, quien en repetidas ocasiones ha dejado constancia de sus aptitudes y sin embargo estuvo indeciso en cada intervención. Y acabando con Raúl García, que ha visto acelerada la lógica decadencia en alguien de su edad y con una trayectoria tan dilatada como exigente. El ariete elegido por Valverde, al que ni se le ha visto el pelo en la liga, no está para competir con garantías, menos aún rodeado de compañeros que malamente pueden darle suministro por estar más pendientes de no quedar señalados que de otra cosa.

El individualismo en que con frecuencia incurrieron los Berenguer, Adu Ares o Muniain, es asimismo una expresión de la ansiedad por demostrar su valía ante la mirada del entrenador. Los goles aportaron lustre a la actuación del más joven, pero su obstinación en lucir sus habilidades regateadoras flaco favor le hizo al grupo. Tres cuartos de lo mismo es aplicable a Berenguer, empeñado en marcar, o el capitán, que tardó en enchufarse para luego persistir en conducciones intrascendentes, casi siempre en zonas poco comprometidas.

Culpar a Nolaskoain del gol recibido estaría justificado porque dejó que el rematador se le anticipase en una posición donde un central debe hacer valer su poderío. Claro que, cómo pedirle cuentas a un hombre inédito, que se ha pasado meses en la enfermería. Unai Gómez no pudo celebrar su reciente renovación, lo suyo fue un quiero y no puedo, una intermitencia que revela el déficit de sensaciones que arrastra atado al banquillo permanentemente.

Los mejores fueron los laterales. Tienen mérito. Uno porque hace la función de chico para todo, nunca en la demarcación para la que está mejor dotado, el centro del campo. Al veterano se le mira con lupa, aunque acostumbra a cumplir con creces, de nuevo el miércoles. En fin, pretender que una alineación tan precaria haga un buen trabajo es mucho pretender, por ello se entiende mal que Valverde exteriorizase su malestar durante el choque y después. Es él quien gestiona la materia prima y escribe en la pizarra, pero de sus gestos y declaraciones cabría interpretar que atribuye la responsabilidad del desaguisado a los jugadores.