Nada, está visto que no hay manera de que el Athletic extraiga beneficio alguno de sus visitas al Barcelona. Y no cabe resignarse aludiendo a que no hubo color, como ha sucedido tantas y tantas veces. El lamento está justificado porque esta vez se asistió a un tuteo en toda regla. Ninguno de los contendientes exhibió una superioridad que le hiciese acreedor al triunfo. Era un pulso abocado al reparto de puntos hasta que llegó el debut de un chavalín, un tal Marc Guiu, que entra por derecho en los anales de la triste historia que los rojiblancos llevan escribiendo más de dos décadas en la capital catalana. La primera que tocó el juvenil subió al marcador, encima a falta de diez minutos para la conclusión. Una acción aislada tumbó a un Athletic más que digno, que curreló a destajo y fue capaz de poner en un brete a su rival durante toda la noche.

No se vislumbraba de qué modo podría plasmarse la amarga tradición que adorna este enfrentamiento, pero acabó haciéndose realidad en lo que supone un golpe duro en el orden anímico para los hombres de Valverde. Desde el mismo comienzo se comprobó que se había preparado a fondo el compromiso. El Athletic acertó a desactivar el fútbol que distingue al Barcelona sin renunciar en absoluto a dar la campanada. Supo atarle en corto y fabricar varias aproximaciones tan o más incisivas que las que tuvo que sufrir. Pero…

Cierto que a medida que avanzó el cronómetro, se apreció una bajada en las prestaciones. A partir del descanso, el flujo ofensivo fue prácticamente nulo, el personal acusó el desgaste que implicaba una propuesta tan sacrificada. No resulta sencillo frenar al Barcelona delante de su afición, pero lo consiguió un Athletic convencido y valiente, esto último mientras le duró el combustible. Fue decayendo paulatinamente y se vio más expuesto en defensa, pero mantuvo el tipo y opositó al empate. Se vio en la tesitura de abordar el tramo final con un once de circunstancias (Lekue, Prados, Unai o Adu Ares), sin obviar que tampoco enfrente estaban para dispendios. El Barcelona salió con lo puesto, bastaba con un vistazo a su banquillo donde, quizás por maquillar la escasez de efectivos, solo diecinueve, se sentaban dos porteros.

Bueno, también el Athletic apechugó con algún contratiempo. Herrera se lesionó en el calentamiento y Galarreta tuvo que adelantar su regreso. Notó la inactividad, lógicamente, pero cumplió. Antes la media hora, Yuri sintió un pinchazo y dio la alternativa a Lekue, otro que cumplió. Lo hicieron todos en una noche en la que el Athletic no se dejó llevar. Al contrario. Expuso sus argumentos con nitidez y logró que la cosa discurriese equilibrada, cuando no favorable a sus intereses.

Desarrolló un gran trabajo sin balón, invadiendo con descaro el terreno del conjunto local e impidiendo su salida. Pocas veces el Barcelona consume tantos minutos sin atravesar la línea divisoria, impotente para elaborar transiciones que le conecten con sus hombres más adelantados. El origen del atasco azulgrana obedeció a la eficacia del planteamiento. Insistió el Athletic en ejercer una concienzuda presión y de ello se valió para reducir hasta límites insospechados la creatividad de un conjunto habituado a generar fútbol y que se sintió frustrado. Preocupado también. 

Pues si el capítulo de situaciones de auténtico peligro estuvo muy repartido, pareció que los rojiblancos disponían de mejores resortes para hacer daño. Un dato en torno a esta cuestión: las dos tarjetas que provocó Sancet en sendas conducciones verticales. En realidad, el anfitrión solo pudo saltarse la estructura del Athletic a base de larguísimos cambios de juego. Así llegaron los únicos sustos vividos por Simón en el primer tiempo. Iñigo Martínez y luego Gündogan pusieron a correr a Ferrán y Balde para propiciar los remates de Joao Félix y Fermín. Uno repelido por la madera y el otro, camino de la red, desviado por el pie izquierdo del portero.

Una acción casi clavada cerró el primer período en el área opuesta. Los protagonistas fueron Nico Williams, que recibió en ventaja de Lekue, y Ter Stegen, quien previamente tuvo que emplearse asimismo para palmear a córner una volea de Iñaki Williams. Este balance ofensivo, un tanto escueto para lo que suele ser norma en este enfrentamiento, viene a poner en valor la propuesta rojiblanca. El Athletic se manejó con el grado de intensidad que requiere este desplazamiento, pero con criterio. Para defender y para atacar. Sin precipitarse, minimizando errores, consciente de que le estaba haciendo difícil la vida al grupo de Xavi.

No se apreciaron cambios sustanciales en la reanudación. Sin embargo, tras un toma y daca con una ocasión por bando, empezó un goteo siempre orientado hacia Simón. Costaba más morder y replegarse, el Barcelona exige mucho sin necesidad de bordarlo. Su calidad, incluso en cuadro y con un enemigo respondón, le otorga un margen extra para desnivelar. Si no lo hizo antes fue por las intervenciones de Simón, desbaratando un avance de Joao Félix y un doble remate a bocajarro del luso y de Fermín. Lamine Yamal contribuyó a que las tablas persistieran mandando fuera un remate a placer, de nuevo a pase de Joao Félix.

La intermitente brillantez del portugués deparó una última aportación, la decisiva. Se volteó tras un servicio entre líneas salido de las botas de un Iñigo Martínez muy entonado y lanzó en carrera al protagonista estelar de la cita. Guiu, que no llevaba un minuto sobre el césped, batió con malicia a Simón, vendido en la salida.

No se registró reacción alguna. A esas alturas no estaba el Athletic en disposición de percutir. Así que el encuentro fue muriendo lentamente, sin remedio. Los de Valverde acusaron el plastazo, no volvieron a asomarse arriba. Era el día señalado para zanjar una trayectoria excesivamente ingrata y así lo pensó el Athletic, como demostró con su puesta en escena, pero lo dicho: está visto que no hay manera.